No es la bancarrota económica, tan
fácil de asir como fenómeno con sólo examinar las cifras. Es la bancarrota
moral, ética y de valores que ponen de manifiesto voceros de un régimen que no
conoce freno alguno para atropellar, asesinar, mentir y culpar de sus desmanes
a las víctimas. Cuando uno escucha al diputaducho José Ávila echarle la culpa a
los propios manifestantes por la muerte de Génesis; cuando vemos al resentido
Darío Vivas frotarse las manos porque tiene los votos para allanarle la
inmunidad parlamentaria a María Corina; cuando uno prende el televisor y
encuentra a Nicolás Maduro, uniformado de jefe de los squadristi rojos con su
camisa de igual color, acusar a los estudiantes de “fascistas”, uno se pregunta
¿¡Qué coño es lo que está pasando!?
Cuando se leen las noticias o se ven
los videos que desnudan la enfermiza crueldad de Guardias Nacionales torturando
a jóvenes, vejándolos y disparando contra su humanidad; cuando uno se entera de
la violación del estudiante preso en Valencia; cuando se ve la foto de un
guardia colocándole el miembro en la boca a un pobre muchacho arrodillado que
tiene enfrente, uno exclama, ¿¡De dónde salieron estos monstruos, cómo, por
qué!? ¿No tuvieron madre?
Pero aun más allá, cuando se topa uno
con gente que, arropándose con banderas “revolucionarias”, esgrimir una
pretendida superioridad moral de “izquierda” para justificar la brutal
represión de los estudiantes argumentando que se trata de un “golpe de estado”
desde el imperio; cuando este falseamiento bestial encuentra eco en algunos
círculos internacionales “de izquierda”; cuando uno se escandaliza ante la
pasmosa indiferencia de gobiernos democráticos latinoamericanos, la indignación
estalla, ¡¡No puede ser!!
A estas alturas no hay forma de
argumentar la inocencia ante la barbarie desatada. El blackout informativo es
inútil ante las redes sociales y la labor decidida y heroica de tantos jóvenes
por grabar y divulgar todo lo que está ocurriendo. Los chavistas honestos, los
militares dignos, los funcionarios con al menos un poco de respeto por sí
mismos, no pueden avalar esta barbaridad. Si se excusa el uso de la violencia
contra quienes piensan diferentes, amparado en una bandera “revolucionaria” y
patriotera mientras se alaba la represión militar para “salvar la Patria”; si
se uniforma uno de camisa roja para participar en brigadas de choque
organizadas en batallones, patrullas y otras ridiculeces de índole militar para
apalear a estudiantes; si se tergiversa la verdad a lo Goebbels, mintiendo
incesantemente y montando una falsa realidad a través del monopolio mediático
que tiene el Estado para dividir a los venezolanos entre “buenos”
(oficialistas) y “malos” (los disidentes); si se cierran medios, si se
persiguen periodistas y se compran las conciencias de los pobres diablos que se
prestan para ello; si se criminaliza las protestas, se discrimina a los
disidentes, se les niegan sus derechos y se les reprime salvajemente con bandas
paramilitares y la guardia nacional; si se inventan “culpables” para los
desastres urdidos por el propio gobierno –la increíble estupidez de la “guerra
económica”- y se desata contra ellos campañas de odio; si se reprimen
sindicatos, se viola el fuero de sus dirigentes y se les mete presos; si se
aplasta toda organización autónoma, independiente, para remplazarlas con el
Estado Corporativo Fascista –“Estado Comunal” le dicen ahora; si se descalifica
en lo personal al otro por no poder responder sus argumentos y se escuda uno en
un atajo de consignas huecas; si se defienden alianzas con los peores déspotas
a nivel internacional –Mugabe, Assad, el carnicero de Siria, Luckashenko, el
último dictador de Europa”, y antes con Amadinejad, Hussein y Gadaffi, mientras
se increpa de entrometidos a los entes internacionales que muestran
preocupación por los derechos humanos en el país; si se está de acuerdo y se
avala todo lo anterior, entonces se es un auténtico FASCISTA. No hay manera de
tapar la quiebra moral, la deshumanización, la descomposición sociópata de
quienes TODAVÍA son capaces de defender la acción de tanto represor desalmado.
Ni acusando mil veces a los demócratas de “fascistas” puede Maduro sacudirse de
la terminante, cristalina y insoslayable realidad de ser él mismo el más claro
émulo de Mussolini y de Hitler.
Estamos cosechando los frutos
monstruosos de 15 años sembrando odios. Por Dios, ¿¡Qué hicimos para merecernos
esto!?
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