Por Vladimiro Mujica, 20/02/2014
Los eventos de las últimas dos semanas,
especialmente después del 12F, indican con claridad que la lucha por la
democracia en Venezuela ha entrado en una fase distinta. Por un lado, el
gobierno ha perdido todo recato en el uso de la violencia y represión contra
los ciudadanos que ejercen su derecho a la protesta no violenta y ha
transgredido tanto la Constitución Nacional como una serie de acuerdos
internacionales sobre el respeto a los derechos humanos. La máscara
pseudorevolucionaria de muchos prohombres del chavismo, autodesignados
protectores y representantes del pueblo, ha caído definitivamente arrastrada
por su indolente tolerancia ante torturadores y malandros que se ensañan contra
nuestros jóvenes. Su comportamiento tanto para ejercer conductas fascistas como
para pretender ocultarlas acusando a otros del pecado que les es propio es
verdaderamente vergonzosa y nauseabunda. Si hicieran falta otras pruebas, la
mordaza sobre los medios y la interferencia con el tráfico en Internet son dos
muestras abrumadoras del talante totalitario del régimen.
Por otro lado, y luego de muchas dificultades
iniciales, se ha ido articulando por la vía de los hechos una estrategia
convergente en las filas opositoras. La brutalidad de la represión y la energía
de la protesta ciudadana encabezada por los estudiantes, han tenido la virtud
de reducir la fricción entre los líderes de la alternativa democrática. Tanto
la decisión de Leopoldo López de no abandonar el país y someterse a la justicia
manejada desde Miraflores, como la de Henrique Capriles y la MUD de
solidarizarse con él y acudir a la movilización convocada para protestar por la
criminalización de la protesta que se evidencia en el arresto de López, deben
ser saludadas como pasos en la dirección correcta de ejercer un liderazgo que
combine visión, estrategia y acción y que Venezuela está exigiendo
desesperadamente.
La oposición venezolana está obligada a
contemplar al menos cuatro elementos fundamentales para diseñar lo que
podríamos llamar la hoja de ruta democrática. En primer lugar garantizar la
existencia de una dirección política unificada. No hay reemplazo para una
instancia de estas características y la MUD en su estructuración actual puede
tan sólo cumplir de modo parcial este cometido. Número dos, diseñar una
estrategia clara y flexible que combine la resistencia no violenta, la rebelión
ciudadana con los espacios puramente electorales.
Tres, organización y capacidad de
movilización para actuar en el cumplimiento de la estrategia. Cuatro, una
narrativa, un discurso sobre el país posible que convoque a los venezolanos a
la reconciliación.
LOS CUATRO INGREDIENTES
Si no se integran al menos estos cuatro ingredientes:
liderazgo unitario, estrategia, organización y mensaje, es difícil imaginarse
cómo se va a manejar una situación de altísimo riesgo como la que está viviendo
el país. La buena noticia dentro del cuadro de sufrimiento y muerte en que la
acción fascista y represiva de la oligarquía chavista ha transformado las
manifestaciones pacíficas de los estudiantes, es que la gravedad de la
situación obliga a la dirección opositora a resolver conflictos de menor
envergadura en aras del bien común y de enfrentarse al secuestro de Venezuela
que pretende el chavismo.
Resolver la ecuación de la oposición en su
conjunto le dará también un norte claro a la protesta popular al inscribirla
dentro de una acción estratégica. Creo que plantearse el derrumbe del gobierno
solamente a través de las manifestaciones no es realista ni responsable con los
ciudadanos. Tiene razón Capriles en que hay que ampliar la base social de la
acción opositora a través de la incorporación de sectores que hoy apoyan al
chavismo. También tienen razón Ledezma, López, y Machado en que esto no es
incompatible con el ejercicio del músculo de la protesta popular y la
organización de una rebelión ciudadana. Y por último, también tienen razón
quienes insisten en mantener una puerta abierta al diálogo indispensable entre
las dos mitades de un país que se aproxima peligrosamente a la zona roja de un
enfrentamiento civil de grandes y sangrientas proporciones. Pero ese diálogo y
el tramposo llamado a la paz de quienes ejercen con descaro la violencia y
protegen a criminales paramilitares disfrazados de defensores de la revolución
no pueden servir para llevar al país a una emboscada. Paz y diálogo serán
palabras huecas mientras sus proponentes, y muy en especial el gobierno, no lo
asuma con sinceridad como propio.
La paz es un bien inapreciable, pero la
pretensión de la oligarquía chavista de que la paz sólo es posible si se
permite que ellos dirijan el país a su antojo no es compatible ni con la
dignidad ni con la democracia. Así como no puede haber paz sin justicia social,
algo que probablemente algunos prohombres del chavismo todavía tienen grabado
en algún sitio de sus cerebros entre tanta corrupción y vesania, también es
cierto que no se puede pretender obligar a la gente a ser libres y vivir en paz
en medio de una libertad secuestrada y una paz indigna.
Tiempos muy difíciles, cuando será más
necesario que nunca que la alternativa democrática provea de liderazgo a la
nación. Y también tiempos para que los sectores del chavismo que todavía crean
que este proceso puede conducir a una mejor Venezuela se dispongan a dialogar
con la otra mitad del país que los adversa y a gobernar para todos los
venezolanos.
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