Fernando Mires 19 de febrero de 2014
Fue emocionante escuchar ese día 18 de
Febrero las palabras de Leopoldo López al entregarse a las guardias pretorianas
del régimen post-chavista. Fue también emocionante el despliegue de la
multitud, todos unidos frente a la protesta legítima en contra de un gobierno
cuyo ideal dictatorial es rechazado por la mayoría de los venezolanos,
incluyendo a no pocos chavistas.
Las calles venezolanas no solo han
dejado claras las diferencias que separan a la oposición, sino también los objetivos que la unen: un deseo de mayor
libertad, un rechazo a la violencia y al militarismo, una negativa a dejarse
manejar por la dictadura cubana, una protesta en contra del monopolio que
ejerce el estado sobre prensa y televisión, una ira no contenida en contra de
las odiosas calumnias que hacen uso Cabello y su subordinado Maduro, un llamado
abierto en contra de la destrucción de la sociedad por medio de maleantes
oficiales e inoficiales, en fin, un grito democrático a favor de una Venezuela
libre y soberana.
Vendrán nuevos días de acuerdos y
desacuerdos entre López y Capriles y tal vez entre otros que también esperan su
oportunidad “histórica”. Los políticos, todos sin excepción, son animales de
poder y es bueno que así sea. Pero también es cierto que en medio de las
diferencias habidas y por haber, la calle está señalando algunas sendas que
todavía falta caminar. No son tan cortas ni tan pocas.
Emocionante, pero también inteligente
fue el discurso de Leopoldo López antes de ser trasladado a las prisiones
secretas del gobierno. En momentos tan difíciles supo corregir algunas
eventuales (y comprensibles) intemperancias y sin mea culpas, como hay que
hacer en la lucha política, mostró algunas vías. Por de pronto no habló de una
“salida” como alternativa inmediata. Acentuó, para que no haya dudas, que la
lucha ha de ser pacífica y no violenta, rechazando de modo implícito cualquier
atajo golpista.
La verdad es que Leopoldo contradijo
de raíz a quienes interpretaron su llamado a las calles como una incitación a
la violencia frontal y a una negación radical de las vías electorales
No hay, seamos sinceros, una sola
palabra escrita o hablada por Leopoldo, tampoco por María Corina, llamando a la
violencia. Ninguno de ellos ha siquiera sugerido la posibilidad de un golpe
militar. Y, no por último, ninguno de los dos se ha pronunciado alguna vez en
contra de las elecciones, como quisieron interpretar algunas fracciones
anti-políticas de la oposición: me refiero a esa invertebrada ultraderecha que
más que sumar siempre termina por restar.
Quiero decir: quienes desde la oposición
planteaban la alternativa calle o elecciones, en nombre de Leopoldo López, lo
hacían, objetivamente, en contra de Leopoldo López. Mucho más lo contradicen
quienes llaman al enfrentamiento suicida en contra de los destacamentos armados
del gobierno. Para comprobar lo dicho, léase y óigase el discurso de Leopoldo
antes de entregar su cuerpo a las rabiosas tropas del régimen.
Los limitados de siempre, los que
imaginan que basta la aplicación del artículo 350/CBV para deshacerse de
cualquier gobierno, más allá de toda correlación social, militar y política, no
tienen nada que ver con López y mucho menos con Capriles. En cierto modo casi
no tienen nada que ver con la oposición de Venezuela
De la misma manera, eso hay que
reiterarlo, jamás se ha escuchado un solo llamado de Henrique Capriles a no
protestar ni mucho menos a no hacer uso de las calles. Capriles sólo se ha
pronunciado en contra del inmediatismo, del voluntarismo y del vanguardismo,
tres enfermedades que en el pasado fueron propias a la izquierda
latinoamericana y que hoy vuelven a aparecer con toda crudeza en el seno de la
oposición venezolana.
En cierto modo hay una
complementaridad necesaria entre López y
Capriles. Mientras el primero apela al corazón emocionado y ardiente de sus
seguidores, otorgando a las luchas políticas un sentido heroico del cual estas
no pueden prescindir, Capriles dirige su mirada a la señora -chavista o no- que
hace cola para comprar papel higiénico, pan, aceite; o al hombre que cuenta sus
monedas para mantener a la familia, o a la simple gente pobre de los campos y
de los cerros.
Leopoldo anima a la fuerza constante y
bulliciosa de la oposición. Henrique se dirige a los indecisos, a la mayoría
silenciosa, a los desilusionados de un régimen en el cual una vez con buena fe
creyeron. Leopoldo enciende y cohesiona. Henrique escucha e intenta sumar. Los
dos son muy diferentes. Pero ninguno puede prescindir del otro. Más aún, de la
suerte del uno depende la del otro.
En cualquier caso los dos han
demostrado aprender de sus errores y, sobre todo, a corregir a tiempo. Llegará
el día en el cual a los estudiantes y capas medias libertarias se unirá la
gente de los cerros. La impaciencia que requiere el deseo de libertad y la
paciencia que necesita la vida política encontrarán un punto común de llegada.
Venezuela será entonces no un país utópico ni mucho menos la cuna de otra
revolución imaginaria. Venezuela solo será lo que la mayoría de los venezolanos
desean: un país democrático normal.
La oposición venezolana en las calles
ya ha señalado a sus dirigentes cuales son las tareas más inmediatas. La
primera, la más urgente, es la liberación de Leopoldo López y de todos los
presos políticos. La segunda, el desarme de los siniestros grupos fascistas de
choque, los llamados colectivos. La tercera, la devolución de medios de
expresión arrebatados a esa mitad creciente que constituye la oposición al
régimen. Para cumplir esas tareas, lopistas y caprilistas deberán marchar
juntos. Cada día tiene sus plagas.
PS. Hay algunos, no solo chavistas,
quienes a falta de argumentos han intentado desvalorizar mis opiniones sobre el
caso venezolano aludiendo a mi condición de “chileno” o al hecho de residir en
un país europeo. A ellos debo comunicar que además de escribir sobre Venezuela
lo he hecho en contra de los gobiernos de Rusia, de Ucrania, de Cuba, de Siria,
de Egipto y de muchos otros. En ninguno
de esos países he residido. Considero mi derecho elemental y soberano opinar
sobre todos los países en donde las libertades políticas son sistematicamente
violadas. Uno de esos países es sin duda Venezuela.
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