Fernando Mires 25 de febrero de 2014
Las comparaciones, aunque uno no las
quiera hacer, resultan inevitables. Las imágenes televisivas surgían unas
detrás de las otras y hasta el día de la caída de Yanukóvich (22 de
Febrero) las demostraciones callejeras
parecían confundirse entre sí. Como dijo Daniel Cohn- Bendit: “Venezuela marcha
a la sombra de Ucrania” .
Mucho estudiantado, mucha cara joven,
muchas mujeres, mucha violencia militar y para-militar, mucha cadena
presidencial, muchas mentiras e insultos gubernamentales, muchos muertos,
heridos, prisioneros, y por si fuera poco, figuras emblemáticas de la
oposición, la ucraniana Julia Timochenko y el venezolano Leopoldo López, los
dos sujetos a la arbitrariedad de una justicia no independiente, pagando en
prisión culpas de hechos imputados pero nunca cometidos. Similitudes que no son
casuales. No hay nada más parecido entre sí que las revueltas populares y
democráticas.
También es inevitable comparar al tipo
de gobierno que regía en Ucrania con el que hoy domina los destinos de
Venezuela: Dos gobiernos personalistas, demagógicos, autoritarios, violentos,
militaristas.
Del mismo modo, los nombres de
Yanukóvich y Maduro no pueden ser inscritos en la larga lista de dictadores de
tipo “clásico”, toda vez que ambos alcanzaron el gobierno por medio de
elecciones. La diferencia reside en que las que dieron como triunfador a
Yanukóvich en Febrero de 2010 fueron más limpias y por lo mismo más legítimas
que las que llevaron al gobierno a Maduro en Abril de 2013.
Lo importante en todo caso es que
ambos gobernantes pueden ser situados dentro del marco tipológico de las
llamadas dictaduras y/o autocracias electoralistas que hoy infectan al planeta
desde Zimbawe en África, pasando por Rusia y Bielorusia en Eurasia, Hungría en
Europa Central, hasta llegar a Venezuela en América del Sur.
Pero dejemos las ostensibles
semejanzas a un lado. Más importantes en este caso parecen ser las diferencias.
La primera de ellas, aparte de que la
sublevación ucraniana está llegando a su fin y la venezolana recién comenzando,
reside en el hecho de que las multitudes de jóvenes que atestaron las calles de Kiev y otras ciudades
de Ucrania en noviembre de 2013, no salieron a pedir de inmediato la cabeza del
mandatario, tampoco exigieron su renuncia y en ningún caso su salida, como
intentaron hacerlo algunas fracciones radicales de la oposición venezolana el
12-F.
No son pocos los publicistas que
interpretaron el precipitado llamado de Leopoldo López y Corina Machado (“la salida”)
como un intento dirigido a arrebatar a Capriles el liderazgo ganado en el plano
electoral. Quizás esa es la razón por la cual López y Machado quisieron imponer
al movimiento, justo en su fase inicial, un carácter maximalista, error fatal
que Leopoldo López paga de modo muy duro. Ese hecho contrasta con el realismo
de las grandes demostraciones ucranianas, sobre todo las del 21 y 24 de
Noviembre en Kiev, las que solo exigían que Yanukóvich no retirara su petición
de ingreso a la EU lo que en buen ucraniano significaba, no aceptar la
subordinación a Rusia. El derribamiento de la estatua de Lenin en Kiev, 8 de
Diciembre de 2013, fue en ese sentido un acto tremendamente simbólico.
Ocurrió solo después del 17 de
Diciembre -es decir, después que Yanukóvich acató las ordenes anti-europeas de
Putin a cambio de empréstitos y mayores provisiones de gas a Ucrania- cuando
desde las multitudes comenzaron a escucharse las primeras consignas a favor de
la salida del mandatario. Poco después,
la gran demostración ya no solo estudiantil, sino popular del 12 de Enero de
2014, cambió el orden de la agenda política. A partir de ese día los partidos y
la población ucraniana entendieron que la solución de la cuestión nacional
pasaba por el llamado a nuevas elecciones. La destitución del alcalde de Kiev
el 24 de Enero y la decisión de Putin/Yanukóvich de reprimir las
manifestaciones a sangre y fuego, aceleraron los acontecimientos.
Desde fines de Enero de 2014 la
multitud comenzó a exigir insistentemente la dimisión de Yanukóvich y el
regreso al parlamentarismo consagrado en la Constitución del 2004. El resto lo
puso el mismo Yanukóvich. Su torpe maldad destinada a movilizar al ejército en
contra de su pueblo no fue aceptada por algunos generales quienes en un
comunicado emitido el 31 de Enero exigieron a Yanukóvich construir una solución
política y no militar frente al conflicto. La suerte de Yanukóvich ya estaba
sellada.
Pero aún así, el 6 de Febrero, los
principales líderes del movimiento, Vitali Klischko y Arsen Avakov, exigieron a
Yanukóvich, como última alternativa para garantizar su sobrevivencia política,
la restauración del sistema
parlamentario consagrado en la Constitución de 2004, la liberación de
todos los presos políticos y un llamado a nuevas elecciones en el plazo más
breve posible. Contaban, además, con el apoyo diplomático de la EU a través de
Alemania, Francia y Polonia.
Yanukóvich, no se sabe aún si por
estupidez o simplemente debido a su extrema subordinación a Putin, realizó en
cambio un último esfuerzo para detener las demostraciones por medio de la
violencia. Resultado: Más de cincuenta muertos, cientos de heridos en las
calles. Al fin, cercado y derrotado, Yanukóvich no tuvo más alternativa que
ceder frente a las demandas de la oposición.
El 22 de Febrero, Yanukóvich, sabiendo
que los crímenes en contra de su pueblo no serán jamás perdonados, emprendió la
fuga. No tenía otra alternativa. La protesta ya se había transformado en
rebelión y la rebelión, paso a paso, se había convertido en una revolución política
y social.
Para decirlo en clave de síntesis, la
revolución ucraniana tuvo un carácter escalonado y un ritmo gradual. Los
políticos de la oposición, a su vez, tuvieron la capacidad de ir corrigiendo la
agenda en la medida en que se precipitaban los acontecimientos y captar el
justo momento en el cual el minimalismo político de los primeros días debería
ceder el paso al maximalismo revolucionario.
En Venezuela en cambio, ha sucedido lo
mismo, pero de algún modo, en sentido inverso. La precipitación de López/
Machado destinada a comenzar el proceso por su final solo correspondía con el
deseo de fracciones radicales muy minoritarias de la oposición, las mismas que
desde 2002 continúan confundiendo la realidad virtual que anida en sus aisladas
cabezas con la disposición política de todo un pueblo.
Maduro, sin embargo, respondió a la
iniciativa del 12-2 con la misma torpeza y brutalidad de su colega Yanukóvich.
Los muertos, víctimas de la represión de un gobierno que ya no es populista ni
popular, sino -en el peor sentido sudamericano- militar, contrastaron con el
carácter pacífico de las movilizaciones estudiantiles. Maduro, no se sabe si
debido a sus reconocidas limitaciones, o cediendo simplemente a las presiones
del “gorilismo” representado en la figura cruel y astuta de Diosdado Cabello,
decidió actuar frente a los jóvenes como si estos fuesen miembros de un
ejército regular. Ese error, al igual que a Janukóvich, le va a costar muy caro
a Maduro. A la protesta generalizada en contra de la inflación, la escasez, la
corrupción gubernamental, se sumará la lucha generalizada por el desarme de los
criminales inoficiales y oficiales del régimen. En ese contexto Maduro solo
podrá calcular con un descenso creciente de su ya diezmada popularidad.
La demostración de masas de la
oposición, la del 22-2, una de las más grandes de la historia política de
Venezuela, ha puesto de manifiesto que las calles, a partir de ese momento, ya
no pertenecen más al gobierno. En esas calles, la oposición, siguiendo la
presión popular se ha visto obligada a corregir su agenda, por lo menos en dos
sentidos: Dejar atrás el extemporáneo maximalismo en el que tal vez por
inexperiencia incurrieron López/Machado, pero a la vez, no renunciar bajo
ningún motivo a la lucha de calles.
En efecto, si López/Machado cometieron
un error de cálculo, solo pudieron hacerlo porque las calles estaban vacías, o
mejor dicho, vaciadas por la MUD. El llamado de Capriles a los estudiantes a
seguir ocupando las calles debe ser entendido en el marco de esa impostergable
corrección.
La demostración del 22-2 puso además
de manifiesto que en Venezuela es posible, así como ocurrió en Ucrania,
transformar la protesta anárquica en un gran movimiento social. Pero para que
ello ocurra, esa protesta deberá ser extendida a los barrios, a los cerros y a
los campos. O como manifestó de modo plástico Capriles, no solo deberá tener
lugar en Chacao sino también en Catia. Las condiciones están dadas.
Por cierto, las jornadas del Febrero
venezolano no podrán ser mantenida en todos los momentos con la misma
intensidad. Como en todos los procesos sociales los venezolanos también estarán
marcados por altos y bajos e incluso por inevitables conversaciones entre las
fuerzas enemigas. Capriles en ese sentido demostró gran valentía al explicar al
pueblo opositor que él está dispuesto, bajo determinadas condiciones, a
conversar con Maduro o con quien sea. Disposición que por lo demás concuerda
con el carácter pacífico, constitucional e institucional impuesto a la lucha
por la gran mayoría de la ciudadanía opositora
Sin embargo, Capriles y los suyos
deberán lidiar todavía con una fracción minoritaria de la oposición la que, en
sus limitaciones políticas, entiende todo dialogo como una muestra de debilidad
o peor, como una capitulación frente al adversario. Sus cabezas calenturientas
no pueden entender que hasta en las guerras más cruentas los enemigos mortales
decretan cada cierto tiempo armisticios para dialogar entre sí. Porque lo
contrario de la guerra sin armisticio (es decir, sin dialogo) es la guerra
total, tal como la formulara Joseph Goebels en las postrimerías del nazismo. Y
bien, si hasta la misma lógica de la guerra admite el dialogo, con mayor razón
ese dialogo entre enemigos puede y deberá hacerse presente en la lógica de la
lucha política, por muy aguda y antagónica que esta sea.
Puede que en este momento sea
necesario recordar que el líder más popular y más querido de la oposición
ucraniana, Vitali Klischko, conversó entre Enero y Febrero del 2014 ¡no menos
de cinco veces! con Yanukóvich. Aún después de las matanzas de Febrero,
Klischko no solo conversó sino, además, estrechó las manos del
presidente-dictador. Nunca nadie pensó
que ese civilizado gesto de Klischko tenía como objetivo “lavar la cara” a
Janukóvich.
El pueblo ucraniano tiene detrás de sí
largas y dolorosas experiencias de lucha y sabe que en los conflictos
políticos, cuando cesan las palabras, solo triunfa la muerte.
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