Por
Vicente Díaz, 05/02/2015
Alirio
Camacho tiene un peñero, sale en la madrugada con sus compañeros a probar
suerte. El Caribe generoso generalmente le deja regresar con algo en las redes.
Vivía de la pesca. Ahora ya no. Vendió las redes. Compró bidones. Ahora lleva
gasolina para Curazao.
Tomás
Chacón maneja un taxi. Ya no es un taxi. Ahora es una mula, con ruedas, pero
mula. Le acondicionó puertas y maletero, también asientos y el bajo techo. Le
cabe de todo, ya no traslada gente sino comida, para Cúcuta. Parte la cochina
con el guardia, pero en un solo viaje gana más que en un mes de taxista. De
allá pa’ca trae repuestos que aquí no hay.
Doña
Zoyla está nerviosa, se encomienda a Dios mientras el avión acelera para
levantar vuelo. Jamás había salido del país. Los sobrinos la convencieron,
total, va toda la familia. Pasarán la semana en Cuba. El viaje les sale gratis,
se paga solo cuando cambien los dólares que rasparán de su tarjeta.
Zoyla,
Alirio y Tomás no son delincuentes. Son pueblo llano, supervivientes. Igual que
Franklin, buhonero que cambió las carteras por leche en polvo, o Jacinto que
guarda puestos en la cola de Bicentenario por una módica suma.
Gente
común ahorcada por una economía enloquecida buscando la manera de mantener la
nariz fuera del agua. No son delincuentes. Este no es un país de delincuentes.
Estos son los pendejos. No están enchufados.
Los
de a de veras, los que han hecho de esto una verdadera industria con producción
en serie y cadenas de logística son los enchufados. Han convertido en ciencia
el oficio de aprovecharse de una economía sin rumbo ni timonel. Donde hay más
incentivos para contrabandear, bachaquear, raspar cupos, o engañar a Cadivi que
para producir. El gobierno ha logrado que hasta el más humilde venezolano esté
tan pendiente del valor del dólar como cualquier planificador financiero.
La
economía, como la vida misma, depende de incentivos. De niño lo aprendemos rápido
por aquello del que no llora no mama. Un llanto atrae una rica teta
alimenticia. Causa y efectos.
Pero
el gobierno odia los incentivos; o mejor, odia los incentivos positivos.
Privilegia los negativos, la amenaza, la expropiación, la cárcel. El capital si
se asusta se va, amedrentar es cavar en el foso. Un crédito ocasional no
compensa una expropiación potencial.
No
entiende que la economía se basa en incentivos positivos: confianza y
rendimiento. Si creo que me vas a expropiar mañana o pasado, no invierto. Si no
tengo rendimientos por encima de la inflación, no invierto; si temo que no
conseguiré dólares subsidiados, fijo precios a dólar libre. Mientras eso no lo
entiendan no habrá productividad ni inversión y, peor, no habrá entusiasmo ni
pasión.
Solo
es posible especulación si hay inflación; acaparamiento, si hay escasez;
bachaqueo, si hay control de precios; raspacupismo, si hay subsidio al dólar.
El gobierno crea sus delitos y luego se le va la vida persiguiendo
“delincuentes” que en su mayoría son solo pueblo llano o pagapeos.
La
última estupidez es lo de Farmatodo. Segurito que sus dueños van seguir
invirtiendo en el país.
De
nada les valdrán tantas reuniones con empresarios si al día siguiente los
insultan, acusan de parásitos, o les inventan cuentos de acaparamiento para
tratar de ganar puntos. Señor presidente, no es guerra económica es boxeo de
sombras, y la sombra le está ganando.
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