Por Luis Ugalde S.J., 04/02/2015
Es curioso, el presidente de la Asamblea Nacional, desde el foro
democrático creado para debatir y aportar propuestas diversas a la solución de
los problemas del país, fue quien primero saltó diciendo que la Conferencia
Episcopal no tiene derecho a opinar sobre la situación nacional hasta que no se
inscriba como partido político.
Fue el mismo quien llevó a prohibir que los partidos no controlados y sumisos
presidan una comisión parlamentaria, y que se inhabilite a los diputados que no
le agradan y a todo partido que no esté de acuerdo con las políticas
gubernamentales lo acusan de subversivo y de estar a las órdenes del imperio,
solo por el hecho de no creer que el gobierno que tenemos lo está haciendo muy
bien dentro de un modelo envidia del mundo. Los obispos no tienen derecho a
decir, como lo han hecho:
-Que "la violencia social es cada vez peor" y que la
"crisis de inseguridad es intolerable".
-Que tenemos "una deuda externa gigantesca", "inflación
desbordada", "desabastecimiento de productos básicos",
"empobrecimiento de amplios sectores de la población",
"corrupción administrativa" e "ineficacia de las medidas y
planes que está aplicando el Gobierno Nacional para enfrentarla".
-Que "la causa de esta crisis general es la decisión del Gobierno
Nacional de imponer un sistema totalitario y centralista" que
"atenta contra la libertad y los derechos de las personas y
asociaciones".
Los obispos mientras no se inscriban como partido no pueden decir que
"el diálogo es la vía indispensable para lograr la concertación y resolver
los graves problemas de nuestro país", ni que " los "líderes de
los diversos sectores políticos, empresariales, laborales y culturales deben
participar en la solución de dichos graves problemas". Les está prohibido
decir que "los líderes de la oposición están en la obligación de presentar
un proyecto común de país y trabajar por el bien de Venezuela, superando las tentaciones
del personalismo", que "el estamento militar debe actuar con la
imparcialidad postulada en la Constitución" y "que cada uno de
nosotros, como ciudadanos, tiene responsabilidades políticas que no puede
delegar". Que "el sistema económico que está imponiendo el Gobierno
Nacional es, a todas luces, ineficaz" y que "Venezuela necesita un
nuevo espíritu emprendedor con audacia y creatividad y que es urgente estimular
la laboriosidad y la producción dando seguridad jurídica y fomentando empresas
eficientes, tanto públicas como privadas". No están autorizados los
obispos para decir que "esta crisis nacional no será resuelta en su
totalidad sin una renovación moral y espiritual que lleve a líneas concretas de
acción", ni a pedirnos que "rechacemos la injusticia, la corrupción y
la violencia como males morales que hunden al país, y que vivamos de
acuerdo al proyecto del Reino de Dios predicado por nuestro Señor
Jesucristo".
Los obispos que se callen esas y otras opiniones y orientaciones sobre
el país, pues no se inscribieron como partido político. Y que los partidos
políticos también guarden silencio, pues si no están de acuerdo es porque son
agentes golpistas del imperio.
Ya sabíamos que a las dictaduras de derecha y de izquierda, desde
Franco y Pinochet hasta Stalin, les gusta que la Iglesia los bendiga y alabe o
se someta y calle. O si no los callarán ellos asesinándolos, como ocurrió con
Monseñor Romero por pedir a los militares, en nombre de Dios, que dejen de
matar campesinos.
Defender la vida y la dignidad de los venezolanos y sus derechos
humanos es una obligación de todo seguidor de Jesús de Nazaret. No es una
opción, sino una obligación llamar a la conciencia de los venezolanos a
"defender activa y firmemente nuestros derechos y los derechos de los
demás y exigir el respeto a las condiciones necesarias para una convivencia
nacional justa, pacífica y provechosa para todos". Parece que todo eso es
fácil de entender. ¿Será que el presidente de la Asamblea Nacional confunde la
República con un cuartel?
No es necesario preguntarse por qué la inmensa mayoría de los
venezolanos aplaude y agradece la valentía y claridad de los obispos,
justamente porque no están inscritos en un partido político para defender al
gobierno, ni para atacarlo. La palabra de Dios no es para formar serviles ante
los poderes, sino para despertar conciencias en defensa de la vida y una
convivencia política y social de justicia, de paz y de amor.
Luis Ugalde S.J.
lugalde@ucab.edu.ve
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