Por MARÍA TERESA
ROMERO - feb 4, 2015
Las
primeras conversaciones oficiales entre Cuba y Estados Unidos iniciadas este
22 de enero en La Habana para hacer
realidad el histórico acuerdo anunciado en diciembre pasado por Barack Obama y
Raúl Castro por medio del cual las dos naciones reiniciaron sus relaciones
diplomáticas después de más de 50 años, pone de nuevo en la palestra pública
una serie de interrogantes de las cuales
al menos tres merecen una reflexión:
¿Por qué Obama tomó esa arriesgada decisión que sin duda le da oxígeno al
régimen castrista en un momento en que éste se encuentra especialmente
debilitado en virtud de que su principal
salvavidas financiero –el gobierno de Nicolás Maduro- está en camino
del colapso económico?; ¿este camino estratégico de acercamiento y normalización de relaciones podrá producir
realmente un cambio y una apertura política en la dictadura castrista?; y
finalmente, ¿este acercamiento de EE.UU a Cuba producirá la democratización de la sociedad cubana, una
sociedad que por 50 años ha vivido bajo un férreo control del Estado y bajo una
ideología comunista?
Sobre
la primera interrogante, luego de seis años de gestión creo que es bastante obvio que Obama cree firmemente en la moderación
diplomática y en el repliegue internacional de los EE.UU en el actual mundo de
globalización mundial. Como Jimmy Carter en su momento, el primer presidente
negro de ese país está convencido que el imperio que representa está en crisis
y que ya no puede imponerse como antes,
sino dialogar – y hasta ceder si es necesario- para tratar de convencer con
métodos del “soft power”, asi como para
lograr una recuperación de su imagen internacional que en su opinión dejó por
el suelo –sobre todo en los países del tercermundo- el gobierno precedente del
presidente republicano George W. Bush.
Pero
más allá de este convencimiento general, en el caso específico de Cuba, para la administración
Obama es más importante la estabilidad
interna de la sociedad cubana actual que la derrota de la dictadura castrista.
En esa administración prevalece la idea de que el cambio político debe darse
paulatinamente, en el marco de una
transición no violenta y negociada. Esta posición de Obama se alinea con la
visión y corriente mundial actual frente a Cuba, especialmente la
latinoamericana, que considera que la
política de acercamiento, negociación y ayuda económica es la que producirá un
cambio democratizador en ese país a
medio y largo plazo. Hasta El
Vaticano y Canadá, nada sospechosos de querer favorecer la continuación del
comunismo en Cuba, siguen esa línea. Como ellos, Obama trata de evitar un
estallido social o un quiebre político
en la isla; no tiene confianza en
la oposición política cubana ni para controlar una situación crítica ni
para llenar un posible vacío de
poder. No le falta razón. La disidencia
está dividida y debilitada. El gobierno estadounidense teme un caos social y
una estampida balsera incontrolada hacia la Florida ante un cambio abrupto, no controlado en la isla.
Por
otra parte, tras la decisión de
Obama existe la convicción de que la
apertura económica del régimen castrista
se va a dar más temprano que tarde porque es una necesidad perentoria para su
sobrevivencia y que, por tanto, los Estados Unidos (y muchos empresarios cubanos) no puede
quedarse al margen. De hecho, ya se encuentra en desventaja frente a otros
países que vienen invirtiendo fuertemente en la isla, en particular España,
Canadá y Brasil. También bajo esa decisión el gobierno estadounidense apuesta a
mejorar la imagen presidencial y la de su partido tras la pérdida de las
elecciones parlamentarias de noviembre de 2014 y cara a las presidenciales del
año próximo, al menos en el electorado latino estadounidense. Y ciertamente,
varias encuestas de opinión pública
indican que esa impactante decisión ha elevado los niveles de popularidad de Obama que hasta diciembre andaban por el
suelo. También ha favorecido su imagen y liderazgo internacional ya que Obama se ha plegado, como
señalábamos, a la visión y corriente
estratégica actual de la mayoría de los países democráticos, en particular los
europeos y latinoamericanos, frente a
Cuba.
Ahora
bien, ¿este camino estratégico de acercamiento
y normalización de relaciones podrá ayudar realmente a un cambio y una
apertura política en la dictadura castrista?. Ese camino no necesariamente
garantiza una transición hacia la
democracia en Cuba, cuyo régimen dictatorial sólo busca sobrevivir
en un nuevo momento crítico. Las
políticas de apaciguamiento, acercamiento y moderación pueden o no ser
exitosas. Todo depende. Sus
posibilidades de triunfo son más bajas cuando van dirigidas a gobiernos
dictatoriales comunistas que en realidad no quieren llegar a acuerdos firmes ni
dar concesiones, sino ganar tiempo. De
allí que bajo ese camino pudiese, incluso,
ocurrir todo lo contrario, es decir, que políticamente se afianzara aún
más la dictadura cubana y apenas se abriera
económicamente, al estilo del modelo chino. Entonces la estrategia obamista sólo serviría para
tapar los múltiples problemas económicos y sociales que enfrenta la isla debido
al fracaso castrocomunista.
Tampoco
hay garantía que esta apertura de EE.UU
a Cuba producirá automáticamente la democratización de la sociedad cubana, la
cual por más de 50 años ha vivido bajo un férreo control del Estado. No cabe
duda que la mayoría de los cubanos que allí viven quieren mejoras
económicas y libertades, especialmente
los jóvenes, pero hay que ver si
realmente le interesa un cambio democrático acostumbrados como están a una vida
de estatismo, populismo, control y
represión, sin educación y cultura democrática.
En
todo caso, desde ya es evidente que el proceso de acercamiento entre EE.UU y
Cuba no será nada fácil. De la primera reunión para el deshielo diplomático que
realizaron en La Habana las funcionarias Roberta Jacobson, secretaria de EE.UU
para Latinoamérica, y Josefina Vidal, directora general para Estados Unidos del
Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex) de Cuba, ya surgieron
discrepancias sobre puntos temáticos específicos, como el de la Ley de Ajuste y
la política de pies secos/pies mojados
que el gobierno estadounidense quiere mantener, mientras que el cubano
no. En su primera cita, Cuba y EE UU también tropezaron sobre el mismo tema que
los ha mantenido en tensión durante décadas: los derechos humanos y las
libertades fundamentales como la de expresión o reunión.

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