M. A. BASTENIER 1 SEP 2015
Los
siglos no duran lo que marca el calendario. Hubo un largo siglo XIX, de la
Revolución Francesa (1789) a la I Guerra (1914), y un corto siglo XX, de
Versalles (1918) al fin de la URSS (1989-91). Y tanto Internet como el fin del
marxismo-leninismo, ambos de los años 90, auguran un largo siglo XXI, en el
primer caso porque su vertiginoso desarrollo amenaza con una dilatada
transición, y en el segundo, por la oportunidad que brinda al destape
internacional de América Latina.
Muchas
cosas que empezaron pueden finalizar o sumirse en una honda pausa. El
bolivarianismo venezolano tiene su reválida con las legislativas del 6 de
diciembre, y la preocupación en Caracas por el resultado es tan evidente como
muestran el cierre y estado de emergencia en la frontera con Colombia,
decretado precisamente en vísperas electorales, cuando esa ha sido siempre
tierra de contrabandistas, paramilitares y exiliados de ambos países.
Igualmente, el proceso de paz de La Habana con las FARC o se firma pronto o no
se firma nunca, y aunque así sea la verdadera negociación solo comenzará
entonces para garantizar la desmovilización y el reingreso de la
narco-guerrilla en la vida política colombiana. Argentina votará en las
presidenciales del 25 de octubre, también apuntando a terminaciones o
prolongaciones, sobre si el peronismo-kirchnerista de Daniel Scioli continúa,
aunque sea con notas al pie desmarcándose de la presidenta Fernández —que logra
sonar también bolivariana— o la coalición antiperonista de Mauricio Macri
establece una de esas pausas que el país acostumbra, quizá, para mirarse en el
espejo. Y otros dos bolivarianos, de carné, Rafael Correa en Ecuador y Evo
Morales en Bolivia, sufren el asalto de parte de sus votantes tradicionales en
el indigenado, en un clima de creciente autoritarismo del poder.
América
Central se gana por enésimo año consecutivo el título de mayor matadero mundial
en tiempo de paz, con El Salvador y Honduras compitiendo por el primer lugar, y
Guatemala, tercera, abocada a unas elecciones el próximo día 6, que podrían
aplazarse por el juicio de su presidente, el exgeneral Otto Pérez Molina, al
que ya solo falta que el Santo Padre pida que dimita. La defunción de la URSS,
con el fin de la expectativa comunista, permitió la instauración de una
democracia electoral en gran parte de Mesoamérica y, con un retraso que solo
explican el invencible provincianismo del partido republicano y la revanchista
oposición de Miami, el restablecimiento de relaciones Cuba-EE UU.
La
otra América Latina, desde la socialdemocracia chilena a la pretensión
brasileña de erigirse en centro de gravedad continental pasando por el
pandemónium de la reforma mexicana, mira a Oriente, engolosinada por la
voracidad china de materias primas, cuando es Pekín quien desembarca en el
mundo iberoamericano. Y Brasil, con su atribulada presidenta, Dilma Rousseff,
parece hoy el poder que dejó de emerger. Es esta una América movediza, en la
que la protesta ciudadana arrecia contra la fragilidad de las instituciones y
encuentra la democracia de servicio francamente deficitaria. El periodista
argentino Carlos Pagni ha escrito que la ciudadanía “recorre avenidas para
expresar con el cuerpo sus demandas”, en este comienzo del largo siglo XXI
latinoamericano.
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