Por Luis Pedro España
El gobierno ha hecho del
derecho al revocatorio un dilema en clave de tiempo. La politización de su
horizonte lo reduce a una lógica temporal de meses. Llegar a 2017 se ha
convertido en su razón existencial. Los problemas no existen, las causas que lo
tienen al borde de su fin no son importantes. Han simplificado su futuro a una
fecha, a una marca en el calendario.
Mientras que para todos los
venezolanos la vida es casi desesperante, para ellos la incapacidad para
anticiparse a las consecuencias de sus propias decisiones, es una sorpresa que
evidencian con los desastrosos resultados.
Como quien descubre todos
los días que el agua caliente quema, los errores gubernamentales se acumulan
tras cada intento de solucionarlos. La crítica no existe o se sustituye por
insultos, mentiras y peleas. Para ellos la desconfianza y la perdida de
reputación, no es un problema si ellas son el precio de evadir toda la responsabilidad.
Ya no tienen que solucionar nada, solo necesitan que aprendamos a vivir con los
problemas.
El gobierno está atrapado en
un corsé ideológico que ayer lucía como una atractiva narrativa y hoy se ha
convertido en una prenda de asfixia e inviabilidad. Desde su limitado
conocimiento y atados de manos para hacer lo evidente, optan por estrambóticas
ideas. Cualquiera que le proponga lo imposible, lo inviable o lo irrealizable,
el gobierno no solo le presta oídos, sino que deposita en ellas todas sus esperanzas.
Creen en salidas inéditas, en caminos no transitados, en ocurrencias o musas de
media noche.
No tiene otro camino que
seguir creyendo en fantasías y proyectos irrealizables. Los ministros compiten
por lucir sus disfraces de radicales y revolucionarios. Compiten por proponerle
al desinformado presidente donde está quien le puede prestar a pesar de las
pésimas referencias, quien está dispuesto a financiar proyectos fallidos o
donde están los amigos que le van a fiar los productos que ni se producen en el
país, ni se pueden pagar con los menguados ingresos petroleros.
El gobierno invierte la
mayor cantidad del tiempo en tratar de ganarlo. Entre seguir con la lógica del
ensayo y el error, o la simple inacción producto del desconcierto, han optado
por la alternativa más sorprendente, la mágica, la que menos conflicto le
genera, la que no se le ha ocurrido a nadie. El gobierno ha decidido que lo
mejor es esperar que las cosas se arreglen solas.
Paralizados, acorralados por
la incomprensión de los problemas, lo mejor es no hacer nada o, lo que es lo
mismo, dedicarse a lo de siempre: eventos cursis, discursos vacíos y aplausos
instintivos. Gesticulan, hablan con el espejo, fantasean con la realidad,
buscan culpables, viven de justificaciones. Ya han probado con todo. Han
culpado a todos. Están pendiente de lo que se pueda aprovechar para sermonear.
Siguen a los enemigos para tener de que hablar con los amigos. Son
especialistas en no resolver nada, haciendo cátedra sobre todo.
Han convertido a la política
en un fin en sí mismo, en un fetiche que sirve para no resolver ningún
problema. Están tan ocupados de la política, como para ocuparse de las
políticas. Los problemas sólo importan si es para inculpar a la oposición, el
gobierno por sí mismo, simplemente no existe.
Nadie puede creer que sea
posible mantenerse así por los próximos años. Unos esperan milagros, otros el
desenlace final. Predecir lo que sigue es imposible. La permanencia es un acto
de simple aleatoriedad. El gobierno lanza la moneda cada día. En una cara dice
2016, en la otra 2017, no hay más allá.
26-05-16
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