Por Froilán Barrios
Qué manera de destrozar un
país y acabar con sus buenos modales y costumbres, al decretar la gestión
gubernamental la permanente ausencia de servicios públicos tan elementales como
el agua y la electricidad, para no rasgarnos las vestiduras por la ausencia de
otros que igualmente condenan nuestra vida a la precariedad absoluta. De vuelta
a la totuma y a la intemperie como en tiempos precolombinos por la gracia
presidencial de justificar nuestra desgracia.
Los lunes y martes de cada
semana se han convertido en un pandemónium ante la reducción de la semana
laboral a dos días o mejor dicho a dos medios días, donde cada mortal debe
resolver en 8 horas, lo que antes abordaba en una semana de 40 horas.
Tribunales, notarias, inspectorías del trabajo, ministerios, prefecturas se
convierten en una orgía del desencanto complicado con las colas y los nuevos
lapsos de días hábiles que derivan en la frustración de no obtener el servicio
anhelado. Recientemente me comentaba una señora en su desesperación de no
lograr su jubilación postergada en el tiempo, al venir múltiples veces de la
provincia y no morir en el intento, para solo percibir la mirada desangelada
del funcionario al mostrarle el destino de su aspiración, la carpeta y el roído
archivo ministerial.
Lo perverso del desencajado
país que sufrimos no solo se encuentra allí, lo observamos en la
desmoralización que cunde en el ambiente ante la frustración y el significado
del trabajo como primordial actividad humana, al percibir un salario y no poder
alcanzar una condición decente de vida para el grupo familiar, al desaparecer
toda posibilidad de lograrlo con el esfuerzo colectivo.
Aún más grave significa la
pérdida de identidad a la institución que perteneces, sea en el sector
público y privado, cuando comienza a ser la constante por ejemplo en
universidades, donde bajos salarios provocan el exilio de docentes, aulas
vacías por la indiferencia de estudiantes, o simplemente el bajo interés del
personal administrativo y obrero de prestar servicios.
Sufrimos un proceso de
desarticulación y desintegración acelerado en nuestras vidas, aun cuando
conocemos el esfuerzo generalizado de la familia por subsistir, al punto de
reunirse entre todos para mediante ollas colectivas, sin exageración alguna
atender lo primario la alimentación. No por casualidad los datos de la pobreza
generalizada rondan 80% de la población, lo que indica a los mandatarios el
umbral explosivo en que nos situamos.
Por tanto la
irresponsabilidad presidencial y su olla de grillos de repetir hasta el
cansancio que la culpa es de otros, y no de su directa responsabilidad, va de
la mano del genocidio que se comete a diario contra el pueblo venezolano.
Envileciendo el valor del mundo del trabajo y sus conceptos fundamentales, los
cuales permitieron que naciones destruidas como Alemania, Japón entre otras, se
reconstruyeran luego de ser arrasadas por conflictos bélicos de carácter
mundial.
25-05-16
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