Por Armando Janssens
En estos días corre un
relato en las páginas de las redes sociales, donde cuenta cómo el diablo,
vendiendo en una subasta sus instrumentos siniestros al mejor postor, como son
el odio, los celos, la envidia, la malicia y el engaño entre otros, dejó de
lado un instrumento bastante sencillo para guardar para su propio uso
frecuente. Al preguntársele de qué se trataba este instrumento, su respuesta
fue bastante directa: ¡el desaliento! Y explicó: El desaliento neutraliza la
resistencia de la persona, saca la poca energía para reaccionar y la sumerge en
un largo letargo.
Hoy en día el desaliento
está de moda. Mucha gente lo expresa en su propio tono cuando se les pregunta
cómo está su vida. La reacción es: “¿Por qué me lo preguntas? Ya sabes cómo me
siento: sin ánimo, sin perspectiva, sin saber que pasará el día de
mañana”. Y tienen bastante razón. La situación que las grandes mayorías de nuestra
población están viviendo con el alto costo de la vida, la falta de comida y de
medicamentos, la inseguridad violenta, la falta de servicios, como luz y agua,
es más que suficiente para no tener ánimo. Y viendo el juego político y las
trampas para obstaculizar cualquier acuerdo no se nos asegura una salida
decente. El desaliento es el producto casi evidente para un ser normal. No
tenemos piel de elefante y ni todos somos santos ni mártires para seguir
aguantando esta situación y saber confiar en que el día de mañana ¡será mejor…
o quizás peor!
Todavía recuerdo con
claridad cómo, hace unos quince años, me invitaron a la Universidad Simón
Bolívar, con su bello auditorio ampliable para, junto con otros conferencistas
hablar sobre el futuro del país, a partir de la nueva Constitución. Insistí a
los jóvenes estudiantes y sus profesores en no claudicar frente a la
tendencia naciente de emigrar y más bien quedarse trabajando, a pesar de todo,
terminando con una frase, algo simplista: “No tirar la toalla”, lo que fue
recibido de pie con un sonoro aplauso de todos los presentes.
¡Cómo me equivoqué!
Centenares de estos jóvenes y profesores se fueron años más tarde a todos los
países imaginables para asegurar no solo mejores ingresos sino también una
mayor tranquilidad y seguridad para sus jóvenes familias y escapar de la
complicada situación social de nuestro país. Algunos con la idea de regresar
una vez que la situación “se hubiese normalizado”. Pero ver para creer:
los largos años en su nueva patria con familia y niños pequeños no facilitará
el regreso sin más. Es un valioso e importante capital humano perdido
para nuestro futuro. Se puede hablar aquí del efecto del desaliento
mezclado con argumentos de sobrevivencia que nace desde una de las necesidades
básicas del ser humano: prever el día de mañana para él y para su familia.
Y surge así nuestra
reflexión personal: ¿cómo acrecentar mi propio aliento y el aliento de los
demás que se quedan? ¿Cómo vivir esta situación actual de caos sin perderme en
ella y hasta más bien seguir trabajando positivamente? Como se puede imaginar,
una respuesta a esta pregunta toca varios ámbitos de la vida. No solamente mi
historia personal a lo largo de los años en el país, mi compromiso social
creado en un sinnúmero de iniciativas que siguen vigentes, cierto sentido
de una sana relatividad por lo grave de la situación, hay muchos lugares en
este mundo donde la situación es igual o peor. Y no olvidar los lazos
personales y las amistades amplias surgidas que nos mantienen mutuamente en
sana obligación de fidelidad.
La fuente para superar el
desaliento no está en la búsqueda de la piedra filosofal que sirve para razonar
y actuar diferente. Tampoco está en un medicamento, hoy en día tan de moda y
apreciado por médicos y psiquiatras. No está dedicándome a algo muy diferente
para no sentir los motivos de dolor y desarrollar nuevas iniciativas
ocupacionales. El intento de huir del desaliento se paga caro, ya que el no
querer verlo, hacerse el loco o evadirlo, se paga doblemente: regresa con fuerza
y me pone fuera del juego de la vida.
Estoy seguro de que promover
mi aliento tuvo, tiene y tendrá sentido ayer, hoy y mañana. A igual como tu
aliento es necesario y definitorio. Todo el esfuerzo que estamos haciendo en el
trabajo social, por variado que sea, produce aliento y detiene su parte
negativa. Mi vocación humana no lo puede desconocer o me daño en la propia
esencia del ser. Y cristianamente hablando, es en mi fe que redescubro y puedo
aumentar mi Aliento con mayúscula. Es desde la fe, especialmente desde la
vivencia de Jesús y de mi iglesia, que puedo nutrirme con nuevas fuerzas.
Y puedo descubrir –Dios
mediante– que hay signos que me animan: la confianza de la gente cercana, la
gratitud de un beneficiario de nuestro servicio, la solidaridad con los más
cercanos, el gesto de apertura del otro, el despertar de un nuevo horizonte, la
brisa suave de la presencia de Dios. Todo esto me llena, me anima, me hace
respirar profundamente y sonreír algo más frente al futuro, y me hace menos
vulnerable al instrumento del “maléfico”.
29-05-16
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