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miércoles, 25 de mayo de 2016

Democracias despalomadas, por @CarlosRaulHer



Carlos Raúl Hernández 24 de mayo de 2016

Un libro del estudioso alemán Juan Linz (con Alfred Stepan) llamado La quiebra de las democracias, tiempo atrás fue lectura imprescindible y sigue siendo muy útil. Se discutía el asunto de la gobernabilidad y cuáles eran las razones por las que se venían abajo democracias que parecían sólidas. No hay dudas sobre la profundidad y pertinencia del análisis socio institucional de Linz y Stepan, pero la respuesta pasa porque ellas no se desconsolidan, como un servomecanismo, sino las desconsolidan acciones estúpidas o malintencionadas de grupos de poder: políticos, empresarios, comunicadores, militares y curas, que pueden hacerlo porque son los únicos que tienen llaves del cuarto de máquinas. Si no hubiera sido por el sobreseimiento presidencial y repetidas acciones de la Corte Suprema de Justicia (responsables de la desestabilización), opinion makers, a los golpistas de 1992 les hubiera ido como a Tejero en España.


Eduard Shills dijo que hay crisis de la democracia cuando demócratas intensos sienten más empatía con quienes hacen planteamientos “extremos y enfáticos”, que con líderes convencionales. Por eso independientemente de que luzca estable, la democracia siempre está amenazada por quienes buscan saneamientos o limpiezas “a fondo”. Como escribía Camus, el virus de la peste siempre está por ahí, en la gavetas y puede convertirse en patógeno. Hasta 1959, los adversarios de la democracia en América Latina fueron los populistas al frente de grandes movimientos de masas, mientras los comunistas eran insignificantes minorías sin incidencia política real que vivían para el culto a la Unión Soviética. Quienes tuvieron en jaque la región desde comienzos del siglo XX fueron Getulio Vargas, González Videla, Perón, Goulart, Velasco Ibarra, Pacheco Areco y sus varios seguidores continentales.

Populistas contra comunistas

Sus relaciones con el comunismo fueron tirantes en la mayoría de los casos. A diferencia de los marxistas, eran dirigentes populares que se comunicaban con el lenguaje y los problemas de las mayorías, algo imposible para los comunistas. Pero desde la victoria de Fidel Castro y los guerrilleros de la Sierra Maestra en 1959, y sus posteriores declaraciones de fe marxista-leninista, los camaradas y sus aliados pasaron a ser el factor de desestabilización durante los años sesenta y setenta, por la influencia disolvente en los partidos reformistas, la Iglesia, los intelectuales. Luego la victoria electoral de Allende en Chile, 1970 se tornó derrota en 1973. En el interín surge el llamado “socialismo militar” en Perú, Bolivia y Panamá, que también fracasó. El escenario cambia luego de la caída del Muro de Berlín en 1989, y del colapso de la Unión Soviética, en 1991.

El mundo se sintió libre de la peste revolucionaria, pero a partir de 1998 con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela, surge un tipo de movimiento al que podemos llamar “populismo revolucionario” que contamina rápidamente gran parte de la región. Después del derrumbe soviético, los marxistas intentan adaptarse a las nuevas circunstancias introduciendo giros que redujeran sus aristas más ortodoxas y dogmáticas, como discutieron en el Foro de Sao Paulo. El marxismo se acerca al populismo y comienza la fusión teóricamente contrahecha pero políticamente perfecta entre Simón Bolívar y Marx, patria y socialismo, fascismo y comunismo que los bolivarianos desarrollaron hasta la saciedad. La amenaza principal para la libertad ya no es el socialismo marxista, que pasó a la historia, sino el populismo revolucionario, la versión novedosa de la destrucción que triunfó electoralmente en varios países de América Latina.

Populistas revolucionarios

Pero en su seno es necesario distinguir entre dos grupos. Por un lado Venezuela y Argentina desarrollaron un proyecto de estatización de la economía, mientras Ecuador, Bolivia y Nicaragua no. La crisis de Brasil se debe a que, si bien no hubo premeditación de bloquear la economía privada, se frenó el proceso de desestatización porque sabían que a partir del Estado, podían crear una gigantesca maquinaria de corrupción, impagable luego de la caída de los precios de los comodities. El populismo revolucionario utiliza un lenguaje anticapitalista, antiimperialista, antiglobalizador, nacionalista. Invocan de forma permanente al pueblo excluido de los beneficios confiscados por los ricos. Apelan a nociones y vocablos marxistas como lucha de clases, burguesía, proletariado, explotación,  concentración de capitales, plusvalía, entre muchos otros.

Promueven el enfrentamiento entre ricos y pobres, oprimidos y opresores, y la redistribución compulsiva de la riqueza expropiada por la oligarquía. El populismo revolucionario ha recibido demoledores impactos en el último año (derrotas del reeleccionismo en Bolivia y Ecuador y del proyecto mismo en Argentina, Brasil y Venezuela) pero falta la consolidación de las alternativas y hasta ahora son avances que permiten el optimismo. Faltará que no se cometan errores garrafales que reviertan lo logrado hasta ahora. Se demuestra por enésima vez que el colectivismo solo trae desgracias a los países, aunque tiene más vidas que un gato. Pero como dice Camus, el virus seguirá ahí amenazante hasta que la estupidez política le insufle nueva vida.

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