Américo Martín 23 de mayo de 2016
El
gran narrador John Steinbeck escribió su excepcional novela, Las uvas de la
ira, en 1936. Entre sus recuerdos y los de sus compatriotas estaba el impacto
de la crisis del 29, una hecatombe de pudientes, no pudientes y sueños de
prosperidad. Como a muchos intelectuales de su época, la catástrofe económica y
social lo llevó a las playas del comunismo. Los intelectuales en general,
directores y guionistas de cine serán aplastados por el macartismo, subproducto
de la guerra fría. Dos poderosos bloques decretaron esa peculiar confrontación.
Y aunque no había punto de comparación entre la carnicería soviética ejecutada
por Djugasvilli “Stalin” y la intolerancia reinante en EEUU que manchaba en
aquel momento la honda cultura liberal del país, para numerosos intelectuales
la proscripción de la libertad de creación solo sirvió para inflar por breve
tiempo las filas del partido de los comunistas, que con su secretario general
Earl Browder sufrirá un irrisorio accidente ideológico, que en otra ocasión
comentaré a mis ociosos lectores.
Por
eso Steinbeck escribió:
Cuando hay una mayoría que
tiene hambre y frío, tomará por la fuerza lo que necesita. Y el hecho obvio que
se repite a lo largo de la historia es que la represión fortalecerá la unión de
los reprimidos.
Permítanme
decir ahora que sin necesidad de presiones derivadas de una burbuja como la que
reventó en 1929 en la bolsa de Nueva York; antes bien, disfrutando de la
bonanza petrolera más impresionante y larga de su historia, el pomposo modelo
revolucionario que ha reinado en Venezuela durante 17 años la ha condenado a la
más indignante degradación en cualquier área considerada. Sin explicación
racional alguna; solo por el naufragio del modelo que han impuesto, el país
ocupa el último lugar de la Región en todo lo que pega en la piel: inflación de
tres dígitos, recesión no igualada ni de lejos por ninguna nación del
Continente, deuda, déficit fiscal de 18% del PIB. Es, pues, una de las zonas
del universo de mayor riesgo para la inversión, y paremos aquí esta macabra
lista de padecimientos.
En
fin, como los proscritos de la tierra invocados por Steinbeck, la mayoría de la
población venezolana tiene hambre y, si no frío, cuando menos miedo.
Pero
el título de este artículo no menciona “uvas de ira”, sino “días de ira”. Es el
encabezado del ensayo de nuestro ilustre escritor y primer director del diario
El Nacional, don Antonio Arráiz. Esa obra es tan o más pertinente para medir
una de las trágicas consecuencias que la sedicente revolución ha acarreado.
Frente al agitado conflicto que estremece a la nación, el ministro de la defensa,
general Padrino, ha agitado el fantasma del golpe de estado que, en su
criterio, amenazaría al zarandeado presidente Maduro. Es curioso: coincide con
la presidente Rousseff, quien, colocada en la cumbre del desfiladero y sin
armas racionales para responder, ha optado por acusar a sus acusadores de
preparar un golpe de estado contra su gobierno. Pero resulta que entre tales
acusadores despuntan órganos del poder que garantizan el funcionamiento normal
de la democracia como el Supremo Tribunal de Justicia y el Congreso. Lo hacen
en impresionante simetría con cerca del 65% de los brasileños que favorecen el
impeachment de la mandataria. Lo que hay en común entre Padrino y Dilma es la
carencia de pruebas y la alusión irresponsable a la argucia golpista, una
fantasía deplorable. Ignoro si Rousseff podrá evitar el juicio que la sacaría
del mando y no veo cómo evitará Maduro el despido dado que la voluntad de más
del 70% postula su salida ahora mismo.
La
historia de Venezuela y hasta donde se me alcanza la de América no registra
golpes de estado ejecutados por civiles. En Brasil sus militares mantienen
prudente silencio y guardan encomiable distancia en la presente crisis
política. En su obra, Arraiz contó 39 revoluciones entre1830 y 1903, aparte de
127 alzamientos, madrugonazos, invasiones.
En
Venezuela la última guerra civil fue La Libertadora, aniquilada por Castro y
Gómez hace más de cien años, y el primer golpe del siglo XX lo dio Gómez contra
Castro en 1908. Desde entonces han estallado cientos de todo signo, por lo
general derrotados, sin olvidar los fallidos de Chávez en 1992.
Pues
bien, señor Maduro, pues bien general Padrino, ninguno de esos pronunciamientos
fue civil, todos fueron dirigidos por gente de uniforme, pero ustedes,
desarbolados y sin argumentos, acusan irresponsablemente a la oposición, por
supuesto sin aportar pruebas, que nunca tuvieron ni tendrán. Por cierto, creo
comprenderlos. Ignoro con precisión el grado de turbulencia que haya en la
Fuerza Armada, pero no el creciente malestar entre los uniformados ni el auge
paramilitar de los “pranes”, armados y alentados por el gobierno, y que por
razones no muy claras, hoy le han declarado la guerra a Maduro.
¿Y
acaso es del todo inconcebible un golpe civil? ¡Por supuesto que no! Pero éstos
son electorales, pacíficos, constitucionales y más efectivos; si no, medítese
en el revocatorio que se infla como levadura en medio del estallido social más
intenso en lo que va de siglo.
El
estallido de la crisis eléctrica, el desborde del crimen, el retroceso brutal
del PIB, la carestía, el desabastecimiento, la vesania represiva, la grotesca
abolición de la Constitución, la concentración de todo el poder en un puño,
anticipan abultadas explosiones. Dicho sin hipérboles: el destino de Venezuela
está en una romana, pero afortunadamente el peso de los electores puede
encausarlo por vía pacífica.
El
revocatorio está para impedir una catástrofe mayor.
Tomado
de: http://americomartin.com/los-dias-de-la-ira/
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