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domingo, 29 de mayo de 2016

La urgencia del bien común, por @rafluciani



RAFAEL LUCIANI 28 de mayo de 2016
@rafluciani

Hoy se plantea, más que nunca en nuestra historia política, el desafío de luchar por restituir el principio del «bien común», que afirma el primado de las relaciones interpersonales sobre cualquier intento de imposición de políticas ideológicas y mentalidades fundamentalistas a expensas del hambre y el sufrimiento de todo un pueblo. En este sentido vale preguntarnos: ¿hasta qué punto lo que está en juego son apreciaciones e intercambios entre modelos políticos cuando al escasear productos de primera necesidad, lo que está en riesgo es la vida de seres humanos, y no un simple juego de ideologías?


Lo que vivimos puede ser catalogado como un «mal mayor». Cabe la pregunta obligada y de orden moral que todos debemos hacernos y discernir: si ponemos primero a la persona humana y sus necesidades básicas o si seguimos empeñados en imponer una ideología, que a este punto sólo favorece el fortalecimiento de una cultura marcada por la muerte y el empobrecimiento. Una subcultura que sucumbe ante la sobrevivencia y no la inspira el bien vivir.

Sin exclusión

El bienestar socioeconómico de todos los habitantes de un país es un derecho humano fundamental que pasa por la posibilidad de acceder, con libertad y sin exclusión, a los bienes materiales, como comida y medicinas. De esto depende el gozo de una sanidad mental que permita vivir la cotidianidad con futuro y esperanza, y no bajo el peso de un presente que asfixia y pone en riesgo a la propia vida.

En este sentido, ninguna solución será viable si los actores políticos que tienen concepciones de vida tan diversas no logran apostar por el «bien común», por las personas concretas y sus necesidades, antes que por el propio interés ideológico. Al privilegiar al interés particular por encima del bien de la sociedad en su conjunto, se actúa de modo amoral. Sólo se produce un mal que será siempre mayor hasta llegar a afectar a los mismos actores que lo iniciaron.

Juan XXIII, en su carta encíclica Pacem in Terris, expresó con toda claridad y concretes, las exigencias que conlleva lo que llamamos el bien común. Queremos culminar este escrito recordando sus palabras: «es necesario que los gobiernos pongan todo su empeño para que el desarrollo económico y el progreso social avancen al mismo tiempo y para que, a medida que se desarrolla la productividad de los sistemas económicos, se desenvuelvan también los servicios esenciales, como son, por ejemplo, carreteras, transportes, comercio, agua potable, vivienda, asistencia sanitaria, medios que faciliten la profesión de la fe religiosa y, finalmente, auxilios para el descanso del espíritu. Es necesario también que las autoridades se esfuercen por organizar sistemas económicos de previsión para que al ciudadano, en el caso de sufrir una desgracia o sobrevenirle una carga mayor en las obligaciones familiares contraídas, no le falte lo necesario para llevar un tenor de vida digno. Y no menor empeño deberán poner las autoridades en procurar y en lograr que a los obreros aptos para el trabajo se les dé la oportunidad de conseguir un empleo adecuado a sus fuerzas; que se pague a cada uno el salario que corresponda según las leyes de la justicia y de la equidad; que en las empresas puedan los trabajadores sentirse responsables de la tarea realizada; que se puedan constituir fácilmente organismos intermedios que hagan más fecunda y ágil la convivencia social; que, finalmente, todos, por los procedimientos y grados oportunos, puedan participar en los bienes de la cultura».

Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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