Por Arnaldo Esté
En el nombre de los chigüires
del Bajo Apure,
de las guacamayas que florean
el valle
de los canarios de tejado que
brincotean los techos de La Pastora
de los niños que, sin
escuelas, se quedaron en casa
de las vírgenes de los
extremos: la del Valle, de Guanare y Maracaibo
de los fieles militantes de
las colas
de las hormigas, bachacos y
otros bichos
y, sobre todo, de esta inmensa
incertidumbre.
Fui, como otras veces, a ver
la marcha y una señora, con vestido blanco de florecitas y una virgen de madera
en las manos, me entregó un papelito con esos ruegos.
La incertidumbre es una
manera, como cualquier otra, de llamar este cuadro de descohesión social. Fui a
la marcha, cosa en la que tengo larga y argumentada experiencia. Desde las
marchas contra Pérez Jiménez, aquel folklórico comandante asesino y ladrón,
hasta las más recientes de opositores y chavistas. Después de tanta
experiencia, no me gusta marchar pero sí me gusta verlas. Esta de ayer, me
sorprendió. Andaba alumbrado por el reciente decreto presidencial de tiranía
confesa y en acción, y eso viciaba mi mirada, pero descubrí cosas.
Una policía bien organizada,
con muchachas maquilladas, como cualquier estudiante, en primera fila y un
milenario despliegue de fuerza bien equipada y entrenada y, posiblemente, bien
comandada por algún oficial que tendría que estar muy incómodo con las órdenes
venidas de “arriba”, que no cuadraban con su pretendida eficiencia profesional.
Y, un poco más adelante, unos siniestros personajes, todos de negro Sebin, con
las caras encapuchadas en aquel calor del mediodía en la avenida Libertador.
No había tal marcha. Era
imposible ante ese despliegue tan organizado de represión. Así que devino en
muchos grupos de piqueteros, que, con flexible desempeño, obligaban a los
represores a mover sus líneas constantemente, y así triunfaron. Hicieron sentir
su protesta y reclamo ante las maniobras dilatorias del CNE.
El gobierno mostró destreza en
el manejo de un motor no mencionado: la capacidad para detener la ciudad:
Metro, avenidas, calles, Plaza Venezuela (con una fiesta de empleados rojitos).
Si la excusa para reprimir manifestaciones es la de que crean disturbios que
interrumpen la paz ciudadana, cómo reprimir a este gobierno que paraliza la ciudad
y perturba profundamente su paz.
Y, para agregar más gastos de
cabra loca, se convoca un costosísimo despliegue de 500.000 militares en
ejercicios belicistas.
Otra expresión del caos.
Me vuelvo a preguntar: ¿Qué
que es lo que cimienta esta tozudez del gobierno, este negarse a negociar, esa
obsesiva pasión por la torpeza en el actuar y mentir?
Por detrás de la fidelidad al
legado del difunto, por detrás de los instintos políticos de preservar el poder
por el poder mismo, tengo ya que percibir el alto volumen de la
petrocorrupción. Tal vez de estirpe vecina a la brasileña pero mucho más
poderosa y legitimable que la del narcotráfico. ¿Para qué arriesgarse manejando
drogas desacreditadas y perseguidas, cuando es mejor el negociado con los
reales de la nación?
Siento, más que percibo, el
poder de esos clanes. Tal vez con lenguaje de economistas y modos
universitarios, manejan muchos miles de millones que dan para todo, incluyendo,
por supuesto, inocentes fidelidades.
En ese pozo es muy difícil,
como confiesa el convidado ex presidente español, ubicar una necesaria
negociación, imprescindible para arrancar y mantener la construcción por los
varios años necesarios.
¿Habría que hablar de otra
“amnistía”? Tal vez una que les dijera a esa variedad de clanes y arreglos:
Está bien, cójanse los reales, no los acusaremos, pero, por favor, y antes de
que la sangre les ensucie los billetes, sálganse del medio. Váyanse con
sus papers a otro nivel o a otro territorio donde tal vez puedan
comprar licencias para ladrones en fuga. Pero déjenos nuestro maltrecho
territorio, nuestra aporreada gente.
21-05-16
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