Fernando Mires 15 de julio de 2016
“Bajo
la sombra del Brexit”: como si se hubieran puesto de acuerdo, columnistas
especializados en política internacional usaron la imagen de la sombra para
referirse a la cumbre bienal de la OTAN que tuvo lugar en Varsovia
(08.07.2016).
Pese a
ingentes esfuerzos, los políticos y militares británicos no lograron borrar la
impresión de representar a un país que estaba con un pie dentro y otro fuera de
Europa. Militarmente, dentro. Cultural, económica y políticamente, afuera. Una
posición evidentemente incómoda. Más si coincide con la que ocupa Turquía, país
no admitido en la UE, pero al igual que el RU, miembro activo de la OTAN.
Gracias al Brexit, RU y Turquía “gozan” del mismo status. Quién lo diría.
La
impresión general es que en Europa existe una disociación profunda entre las
que deberían ser las decisiones políticas –que teóricamente corresponden a la
UE- y las decisiones militares que son incumbencia de la OTAN.
De
acuerdo a los cánones que rigen en el mundo moderno, en las relaciones
internacionales “lo político” impera por sobre “lo militar”. La UE, en estrecha
colaboración con el gobierno norteamericano, debería ser en ese sentido la
institución encargada de dictar pautas a la OTAN. Todos sabemos, sin embargo,
que eso no es ni ha sido así. Mas bien está ocurriendo al revés. La OTAN está
dictando pautas a la UE, aunque esta, como es de suponer, no las acata.
La UE
no dicta pautas a nadie entre otras razones porque la UE nunca ha sido lo que
debería ser: una institución destinada a coordinar la política inter y extra
continental de Europa. De este modo, ambas instituciones, la UE y la OTAN,
aparecen como entidades no solo diferentes sino, además, desvinculadas entre
sí. Lo dijo el mismo presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk: “Pese a que
tanto la UE como la OTAN están en Bruselas, separadas por solo 7 kilómetros,
actúan como si fueran dos planetas diferentes”.
¿Dónde
reside el problema? En ningún caso en la OTAN, institución que cumple
cabalmente con sus obligaciones militares. La UE, en cambio, esta lejos de
cumplir con sus obligaciones políticas. Y la UE -este es el punto- al no actuar
como eje político de Europa, aparece ante la luz pública como lo que es
o ha llegado a ser: una simple institución financiera, una unión monetaria, un
banco intercontinental, en fin una organización que para muchos de sus miembros
impone condiciones gravosas de las cuales hay que –siguiendo el ejemplo
británico- sacudirse lo antes posible. De este modo, una salida de la UE ha
llegado a ser para muchos europeos una opción posible de realizar sin atender a
estrategias políticas y mucho menos militares.
Al no
existir conexión entre las decisiones militares de la OTAN y las líneas
políticas que debería dictar la UE, las primeras aparecen como simples
decisiones técnicas, desprovistas de fondo político o, lo que es peor, como
ordenes dictadas por los EE UU. Los enemigos de la OTAN, sobre todo quienes la
presentan como un aparato al servicio del “imperialismo norteamericano”, pueden darse por contentos. La propia
incapacidad política de la UE refuerza sus argumentos.
El
problema es grave. Todas las decisiones militares que fueron tomadas en la
cumbre de Varsovia presuponen una previa y profunda discusión política. Las
principales fueron:
Reforzar
la protección militar a los países bálticos y a Polonia (cuatro batallones, más
el escudo de misíles).
Envío
de refuerzos militares a Libia, Irak y Afganistán en la guerra en contra del
ISIS
Intensificación
de la presencia de la OTAN en el contexto geográfico del Mediterráneo.
Las
tres decisiones marcan una línea de separación política y militar con respecto
a Rusia. Fueron tomadas como consecuencia de los legítimos temores de los
gobiernos de Polonia y de los países bálticos frente a una posible intervención
rusa en, o en parte de, sus territorios. Temores legítimos. Los miembros de la
OTAN saben que Putin no va a arriesgar una invasión a esos países, siempre y
cuando, por supuesto, no tenga a su disposición un campo libre. Como ocurrió en
Ucrania.
La
estrategia de Putin, ya lo ha demostrado, no pasa por buscar enfrentamientos innecesarios
ni con países europeos ni con los EE UU. Pero si encuentra espacios vacíos
-nadie duda eso en la OTAN- los va a ocupar. En ese sentido la estrategia pasa
por utilizar todas las debilidades y contradicciones de Europa y de los EE UU
(y no son pocas) a su favor.
Siguiendo
a esa estrategia, Rusia actúa en diversos puntos geográficos a la vez. En
Ucrania militarmente. En Hungría, en Eslovaquia, en la República Checa, en los
Balcanes, diplomáticamente. Desde el punto de vista político ha construido un meticuloso tejido
de alianzas con los llamados populismos nacionalistas, en especial con el
Frente Nacional de Marine Le Pen. Busca, a la vez, mediante la movilización de
sentimientos religiosos, una cercanía cada vez más estrecha con Grecia. En el
Oriente Medio, gracias a una alianza directa con Siria e indirecta con Irán,
intenta dirigir la lucha en contra del ISIS y con eso suplir la presencia
norteamericana en la región. Pero a la vez –eso se sabe en todo el mundo menos
en la UE- empujar, mediante bombardeos masivos, a contingentes de la población árabe hacia Europa, generando una
crisis poblacional –e incluso cultural- que puede llegar a derribar gobiernos
(Cameron). Se quiera o no, todos los grupos ultranacionalistas y xenófobos
europeos son aliados objetivos de Putin.
La
grandeza internacional de Putin existe en proporción inversa a la miseria de la
política internacional de la UE. La propia crisis migratoria que hoy vive
Europa está ligada a las guerras del Oriente Medio y estas, a su vez, ligadas a
la política internacional de Putin. Si no hubiera sido por esas guerras y, por
supuesto, por la crisis migratoria que ellas desataron, nunca habría sido
posible el Brexit. El Brexit es, definitivamente, un hijo de Putin.
Las
decisiones de la OTAN han terminado así por revelar el carácter antipolítico de
la actual UE. El hecho de que en Varsovia la OTAN haya decidido tomar bajo su
tutela el tema de los movimientos migratorios, actuando directamente en la
región islámica y apoyando militarmente a gobiernos como el de Irak y Libia,
muestra crudamente lo que la UE se ha empeñado en ocultar, a saber, que las
oleadas migratorias tienen lugar debido a razones militares y no demográficas.
Del
mismo modo, para actuar en la región con una mínima eficacia, la OTAN está
obligada a recurrir a la ayuda turca. Tanto en la guerra contra el ISIS, tanto
en el reforzamiento de sus contingentes en la zona mediterránea, tanto en la
administración del problema migratorio, y sobre todo, en la creación de líneas
de contención ante el avance ruso, el mejor aliado que tiene la OTAN es y debe
ser el gobierno de Turquía. ¿Qué ha hecho en cambio la UE para atraer hacia sí
a Erdogan? Casi nada. Más bien ha hecho todo lo contrario.
Desde
2007 cuando negó la entrada de Turquía a la UE, las vías diplomáticas de la UE
hacia Turquía se encuentran bloqueadas. Los burócratas de la UE no han logrado
entender que Europa puede soportar un Brexit pero jamás podría soportar, a
riesgo de que toda la arquitectura geopolítica europea se venga abajo, una
deserción de Turquía en la OTAN. Por lo mismo, siempre será difícil considerar
a Turquía un fiel aliado militar si su gobierno es excluido de toda asociación
política.
Ha
llegado entonces el momento de aceptar que entre la competencia militar de la
OTAN y la -por la UE- asumida
competencia económica, falta un nexo político, un nexo que debería haber sido
asumido por la UE y que frente a la desolación política de la UE ha debido
asumir la propia OTAN.
La UE
no representa definitivamente los intereses políticos de Europa. Los problemas
que debió afrontar desde su fundación, marcados por la inclusión de países
europeos económicamente subdesarrollados, por la nivelación de precios sueldos
y salarios bajo el imperio de una moneda única, por ajustes financieros y por
muy impopulares planes de ahorro, fueron razones que llevaron a convertir a esa
organización en un inmenso monstruo tecno y burocrático.
Sin
intentar revivir aquí una vieja discusión, será necesario recordar que la
política está más cerca de lo militar que de lo económico. No vamos a citar ni
a Maquiavelo, ni a Hobbes, ni a Clausewitz ni a Carl Schmitt para reafirmar esa
idea base. La política nació de la guerra y por lo mismo encierra en sí una
lógica que si bien no es militar en sí, viene de lo militar. Esa lógica nos
dice que en la política como en la guerra hay antagonismos y luego hay
enemigos. Tarea militar –y es la que ha cumplido la OTAN – es señalar la
presencia, las características y los lugares de acción de los enemigos reales y
potenciales de Europa. Tarea política, y esa es la que debería haber
correspondido a la UE, es llevar las líneas fijadas por los militares, a los
espacios del dialogo, pero también a los de la polémica y el debate, creando
para el efecto, sistemas de concertaciones y alianzas a nivel continental. No
obstante, la UE, lejos de cumplir esas funciones, ha dedicado sus esfuerzos en
construir ligamentos económicos en un espacio en donde, supuestamente, no
existían ni contradicciones ni enemigos políticos. Esas son razones que
explican por qué la UE, aún entre quienes hemos defendido su existencia,
aparece como una institución tan impopular.
Son
también las razones por las cuales ya se escuchan voces exigiendo que la UE no
solo debe ser reformada -como afirman sus representantes alarmados por el shock
del Brexit- sino refundada, es decir, hecha de nuevo. O, si se quiere, se trata
de dejar que la UE, tal vez con otro nombre, siga siendo lo que es, un fondo
monetario a nivel europeo, para crear definitivamente una unión política de
todos los estados de Europa.
Hay un
consenso que va creciendo en Europa: La UE, tal como es, solo llevará a nuevos
desastres al lado de los cuales el del Brexit podrá ser visto después como una
anécdota sin importancia.
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