Por Claudio Nazoa
Ser fanático de la vida sana
enloquece. Por ejemplo, las vacas que siempre se han caracterizado por llevar
una vida saludable, viviendo en el campo, respirando aire puro, comiendo
únicamente vegetales y emitiendo todo el día sonidos guturales, como letanías
budistas: muuuu… muuuu… ¡se volvieron locas! Mientras, en San Francisco,
California, algunos granjeros están alarmados porque sus toros ya no desean a
las vacas, sino a sus congéneres. Es decir, son toros locas.
Nadie ha visto zamuro,
zancudo, perro o león locos. Claro, eso es imposible, ya que estos sensatos
animales sólo consumen carne, sangre y cadáveres en su dieta, lo que los
mantiene alimentados y equilibrados psicológicamente.
Las personas que se meten a
la religión de la vida sana corren el riesgo de convertirse en dementes. Cuando
esta secta ataca, dejan de comer carnes rojas, luego hablan cosas espantosas
que pueden ocurrirles a quienes osen comerse un pollito asado. Estos orates
descubren pronto que comer pescado también hace daño.
La demencia continúa.
Comienzan a odiar los huevos de gallina, los quesos y le agarran miedo al
microondas. Se obsesionan con el colesterol. Detestan el azúcar y cualquier
bebida que contenga alcohol. Sueñan con preparar ungüentos con flores raras,
que luego venderán a enfermos ingenuos. Arremeten en contra de la medicina
tradicional. Rechazan la aspirina, la penicilina y cuanto medicamento y vacuna
exista, poniendo en peligro la vida de sus hijos. Sin embargo, toman pastillas,
supuestamente naturales, o ingieren pequeños y carísimos frasquitos que
científicamente se ha comprobado que sólo contienen agua destilada. Al parecer
también se extravían porque comienzan a meditar para encontrarse a sí mismos y
prefieren hacer yoga que comerse un sándwich de pernil en La Encrucijada.
Se vuelven hipocondríacos,
dependientes de la acupuntura, de la homeopatía y de brebajes de extrañas
hierbas. Descalifican a reputados médicos y creen en extravagantes
curanderos.
Es mejor morir ya, gozando
una bola, que vivir mucho tiempo sano, fastidiado y preocupado, haciendo
campañas contra todo lo bueno que nos hace felices, diciendo que hace daño.
La vida sana, correcta,
casta y pura, cuando termina, hace que nos convirtamos en muertos aburridos.
El día que muera, voy a
tener una risita increíble en la urna. Lo malo es que ninguno de mis amigos la
va a disfrutar porque, para ese momento, ya los habré enterrado a todos. Por
eso la risita.
18-07-16
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