FÉLIX PALAZZI 18 de marzo de 2017
@FelixPalazzi
Mucho
se ha especulado sobre la naturaleza del mensaje del último libro de la Biblia,
conocido con el nombre de Apocalipsis. Para algunos, este libro no
es más que un conjunto de predicciones encriptadas en imágenes sobre los
acontecimientos del futuro. Esto ha cautivado la atención de un gran número de
personas adeptas al género esotérico. Dicha interpretación distorsiona el mensaje
de este libro y lo reduce a una visión poco esperanzadora, e incluso
predestinada, del futuro. Por el contrario, el libro del Apocalipsis fue
escrito por las primeras comunidades cristianas con el fin de despertar la
fuerza del testimonio y reencontrar la esperanza en tiempos de miedo y
desesperación ante la crueldad del Imperio Romano. ¿Cómo entender, entonces, la
esperanza que se ofrece?
Un
gran escritor ruso, Fiódor Dostoyevski, escribió una vez: “vivir sin
esperanza, es dejar de vivir”. La esperanza ha sido, frecuentemente, puesta
en entredicho; algunos piensan que es la fuerza que motiva a vivir, otros la
ven como una vía de escape para no afrontar realmente la complejidad de nuestra
realidad, y aún hay quienes dicen que “la esperanza es el peor de los males,
pues prolonga el sufrimiento del hombre”.
Eliminar
esperanza
La lógica totalitaria o imperial necesita eliminar toda esperanza, pues una vez que la esperanza ha sido vencida y vulnerada es posible doblegar la voluntad de sentido y la libertad de un colectivo o de un individuo. De esta forma, el totalitarismo logra imponer su lógica y ocupar el lugar que antes tenía la esperanza, y una vez que la lógica fanática se impone, toda esperanza se reduce a las esperas parciales que ésta pueda ofrecer o cumplir. Pero lejos de ofrecer un horizonte de sentido, la lógica absoluta deforma la realidad humana desdibujando su identidad y hundiéndola en la dependencia de las esperas parciales.
En
medio de la dureza de la realidad, podemos llegar a consternarnos, lo cual
significa que no hemos perdido la esperanza. Cuando la consternación existe,
aún hay esperanza. Al perder la capacidad de consternarnos o cuestionarnos,
hemos perdido toda esperanza y, más todavía, hemos mutilado de nuestra
humanidad la única capacidad que nos permite pensarnos, discernirnos y
proyectarnos. La densidad de nuestra esperanza trasluce la densidad de nuestra
humanidad y evita, justamente, que ella se desdibuje en la indiferencia, la
resignación, la apatía, la fuga, etc.
Nada
hay más transformador que la esperanza, por eso, el totalitarista tiene que
avanzar doblegando toda instancia de esperanza. La historia nos ha mostrado
cómo la misma lógica tiránica tarde o temprano termina devorándose a sí misma y
a sus propulsores. La luz de la esperanza, por débil que sea, termina
iluminando e impulsando las fuerzas dormidas de nuestra humanidad. El Papa
Francisco ha recordado: “vivir con esperanza no es simple optimismo”,
es vivir activamente en tensión más allá de nosotros mismos.
Horizonte
abierto
San Pablo nos recuerda: “estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados” (2 Cor 8, 10). La perplejidad posibilita la espera y nos abre a la esperanza. Sin perplejidad reinarían la desesperanza y la indiferencia. La esperanza de un creyente es radical, ya que no espera hasta morir para ver algún tipo de acción divina que transforme su realidad. Su esperanza es la de un horizonte siempre abierto a esa trascendencia que los creyentes llamamos Dios. Es saber que Dios tiene la última palabra sobre los verdugos que destruyen a la humanidad y le roban su futuro.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
@FelixPalazzi
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