Por Oscar Medina
Teólogo y licenciado en
Filosofía, el sacerdote ha pasado buena parte de su vida en el barrio. Es
párroco en La Vega (Caracas) y está convencido de que los sectores populares se
inclinan por una solución democrática a la actual coyuntura de crisis.
“Hoy, sin duda, estamos
necesitados de una concertación”, dice el sacerdote jesuita Alfredo Infante. Y
plantea de inmediato una referencia histórica para ubicarnos en los tiempos que
corren. En el análisis del Centro Gumilla y de la revista SIC —que
dirige desde 2014— el llamado Pacto de Punto Fijo fue una concertación de
élites:
“Pero era necesaria. En ese
momento estábamos en un contexto en la región donde está la revolución cubana,
en plena Guerra Fría y Estados Unidos con una agenda de intervención
importante. Quienes conciertan para proteger el ensayo democrático que
comenzaba tuvieron que excluir al Partido Comunista. Para garantizar que el
ensayo democrático se llevara a cabo, había que dar una señal de que Venezuela
no era Cuba, que lo que se iniciaba era una revolución democrática”.
Fue, visto así, una necesidad
histórica. Lo de ahora es otra cosa: “Estando en un escenario regional
donde había una profunda desconfianza ante los cambios y EE UU mantenía a los
gorilas del Sur, los políticos venezolanos tuvieron tal altura que lograron
leer los signos de los tiempos para producir un ensayo democrático concertado
internamente, pero que no se viera como una amenaza. Hoy se deconstruyó lo
que se construyó en 1958. Chávez lo anunció y lo hizo. Se construyó una nueva
élite, pero esa nueva élite es totalitaria y el totalitarismo difícilmente
negocia. Pero aun así hay que apostar por la negociación”.
Infante, Teólogo y licenciado
en Filosofía, ha pasado buena parte de su vida en el barrio. Es párroco en La
Vega (Caracas) y está convencido de que los sectores populares se inclinan por
una solución democrática a la actual coyuntura de crisis. También advierte que
los cerros ya bajaron: lo hicieron hace apenas unas semanas, pero parece que su
mensaje no ha sido comprendido en toda su dimensión.
Esa frase “cuando bajen los
cerros”, ¿qué expresa? ¿El anhelo de que las masas populares se lancen a las
calles a hacer el trabajo de “sacar” al Gobierno o miedo al descontrol? ¿En
estos más de tres meses de protestas bajaron los cerros?
—Lo primero que hay que decir
es que depende de la perspectiva desde donde se lea o se diga esa frase. Yo
vivo en el cerro. Y creo que vivimos en un país donde hay un mesianismo
arraigado. Enmarcaría esa frase dentro de una lógica mesiánica de la que no
terminamos de salir. Una lógica mesiánica que se ha expresado en la política
buscando siempre a un líder que nos saque de la situación. Se ha expresado en
el imaginario militarista, pero también se expresa en este sentido de un
mesianismo de los cerros, como si los cerros fuesen una unidad homogénea que va
a bajar y va a cambiar la situación del país. Las personas que habitan los
cerros son muy diversas y allí está representada la pluralidad del país. El del
barrio nunca va a decir “cuando bajen los cerros”. Esa frase la dice quien no
vive en el cerro, quien no conoce al barrio.
El Caracazo fue un estallido
social que obedeció a una serie de factores socioeconómicos y políticos y a un
desgaste en las expectativas del pueblo: hubo un activador y se generó. Ese
mismo Caracazo funciona en el inconsciente colectivo como un inhibidor, como un
desmovilizador del barrio. ¿Por qué? Porque hay un convencimiento en el
inconsciente colectivo de los barrios de que ante los estallidos violentos
quienes llevan las de perder son los sectores populares. Tal como sucedió en el
Caracazo y como sucede históricamente en estos procesos.
Y el Caracazo es justamente lo
que tiene en mente quien habla de cuando “bajen” los cerros…
—Claro. Yo diría que en los
barrios hoy hay un convencimiento profundamente arraigado de que la salida es
electoral. Y que no se quiere ninguna salida violenta, porque bastante tenemos
con la violencia del hambre, de la falta de gas, de la falta de agua potable,
del transporte público, la delincuencia. Ya hay suficiente violencia en el
barrio.
¿El discurso de la protesta de
calle no ha tenido eco en el barrio?
—El barrio es una complejidad.
Dentro del mismo barrio hay muchas maneras de afrontar la crisis, no se puede
hablar de una sola. Y dentro de esa diversidad hay un sector que participa en
la resistencia, pero hay también un gran sector que está descontento y está
apostando a una salida constitucional, pacífica. Y esto se demostró el 16 de
julio.
El 16 de julio bajaron los
cerros. Ese fue el mensaje: sí bajaron los cerros, pero no como desean quienes
dicen la frase. En el fondo, tanto el Gobierno con su radicalización como los
sectores extremos de la oposición están esperando que los barrios exploten y
que bajen como en el Caracazo. Y están apretando las cuerdas para eso: quieren
que suceda.
¿Y es posible que ocurra eso?
—Creo que el convencimiento de
que la salida es electoral y pacífica está profundamente arraigado en el
pueblo. Sin embargo, como suelo decir, en Venezuela lo más seguro es que quién
sabe… Cuando he analizado los tres eventos de julio, el 16, el 30 y el 31, veo
que el 16 fue esa bajada de los cerros expresando al país. El verdadero “Sí”
del 16 fue que el pueblo quiere una salida institucional, electoral y pacífica.
Fue un momento importante de expresión popular. Sectores como Catia, Antímano,
La Vega, Caricuao, Petare, se volcaron.
El 16 de julio, día de la
Consulta popular, en El Valle los centros estuvieron copados
El 30 fue un día en el que la
gente se sintió profundamente chantajeada, obligada. Muchos votaron por los
mecanismos de chantaje y de miedo y aun así mucha gente se quedó en casa. Y
creo que el silencio del 31 de julio, que fue un silencio de duelo, hay que
leerlo como una expresión colectiva de la sociedad venezolana ante el evento
del día anterior. En la mañana yo me asombré por el silencio sepulcral que
había en el barrio y comencé a comunicarme con gente en distintos lugares del
país preguntando cómo estaban las cosas. Y todos me decían: hay un silencio
profundo. Y llamé a gente de la oposición y a gente del chavismo. La reflexión
que me hacía era ¿cómo explicar este silencio?
Cuando va a haber un tsunami
hay un silencio —según los expertos— que nunca se siente. Los pájaros se
retiran, los animales, todo huye, hasta el mar huye. Y se produce un silencio
que pocas veces se experimenta. Y como nosotros somos naturaleza, me hago la
pregunta: ¿acaso estamos a punto de un tsunami social? Quién sabe… Yo sí creo
que, dolorosamente, quienes gerencian la política, especialmente el Gobierno
del Presidente Maduro y su equipo, irresponsablemente están generando unas
condiciones donde hay un duelo profundo que puede desembocar en un tsunami
social.
¿Cómo es percibido en los
barrios el planteamiento de la lucha por la democracia, la diatriba socialismo
versus libre mercardo, respeto a los Derechos Humanos? ¿Son temas de discusión
o la necesidad de resolver asuntos cotidianos e inmediatos es mayor?
—Creo que los niveles de
elementarización de la vida han llegado a tal radicalidad que los estratos más
pobres del barrio no tienen tiempo para pensar en la libertad, sino que están y
tienen que estar resolviendo el día a día. Por eso la gente más pobre no está
de acuerdo con un trancazo, porque un trancazo es perder un día de trabajo. La
señora que vive de planchar y que va desde la parte alta de La Vega a una zona
del Este y no puede ganarse ese día, esa señora no está con el trancazo porque
le está quitando el pan.
Pero hay otros estratos dentro
del mismo barrio. En el barrio viven muchos profesionales. Antes en Venezuela
la movilidad académica implicaba una movilidad socioeconómica: quien se graduaba
en la Universidad y se hacía profesional, pasaba a la clase media. Esos
procesos de movilidad social se cortaron y en el barrio hay médicos,
odontólogos, ingenieros. Y gente que no es profesional pero que no está en un
nivel de elementarización. En esos estratos, en esos espacios sí hay capacidad
de diálogo y se piensa el país. Hay sectores importantes en La Vega en los que
se piensa el país, pero no podría decir que toda La Vega está en la
resistencia.
Hay una minoría que está
echándole cabeza al país, hay gente que quiere un cambio para recuperar al
país. Sí hay una clara apuesta por una vía pacífica y electoral. En el barrio
están expresadas todas las tendencias políticas, desde el chavismo radical, el
chavismo dialogante, todas las expresiones políticas de la oposición y también
está expresada la resistencia: es todo el país.
¿La Asamblea Nacional
Constituyente tiene propuestas que generen esperanzas en los sectores
populares?
—Aparte de la minoría que
representa el chavismo radical en el barrio, de quienes están vinculados
orgánicamente a las estructuras de poder, fuera de eso, la ANC no representa
ninguna alternativa. Y te lo dice mucha gente que votó obligada. Ellos saben
que no y están decepcionados. La ANC más bien entra en una fase crítica para el
Gobierno en cuanto a su reconocimiento en los sectores populares. La vendieron
como la alternativa, como la solución y resulta que lo que hemos visto es más
inflación, un mayor deterioro. Todos sabemos que es más una estructura de
control político, social y económico que una búsqueda real de alternativas a la
crisis.
Supongamos que tenga éxito en
eso: en el control. ¿Si se diera una pacificación forzada del país no lograría
un mayor apoyo a la ANC?
—Alí Primera decía que el
pueblo es sabio y paciente. Y un pie de fuerza, como se está teniendo, no gana
respaldo popular. Un Gobierno que pone pie de fuerza se deslegitima. Y
ante el poder, el pueblo siempre va a tener una cara, aunque la procesión va por
dentro. Y lo que cuenta es lo que va por dentro: la desconfianza total con
aquel que te obliga. Como dice la sabiduría popular, obligado ni para el cielo.
Y eso sí está muy arraigado en el pueblo. No creo, entonces, que un pie de
fuerza lleve a una legitimidad en los sectores populares, sino a todo lo
contrario: a una mayor deslegitimación de la acción política.
Por otro lado, me parece
importante decir que si la ANC no resuelve la crisis, si la ANC no enrumba al
país —y no lo va a hacer—, no va a poder conseguir legitimidad. Ya el pueblo
está cansado de que le den y ahora de esto que es peor: que le prometan que le
van a dar y que no le den.
Lo que se escucha a nivel
popular en los análisis desde abajo es “no quiero que me den, lo que quiero es
trabajar”.
Un modelo económico y político
que ha desbaratado el aparato productivo nacional no tiene la capacidad de
ofrecer lo que el pueblo demanda: empleo, trabajo digno y productivo. Por mucho
pie de fuerza que se imponga, si no hay respuesta a estas necesidades no van a
tener legitimidad política. Lo que se demostró el 30 de julio con toda la
estructura de chantaje es que este Gobierno está inhabilitado ética y
políticamente para ganar cualquier elección.
¿Cuál es su impresión sobre
qué representa el liderazgo opositor para los sectores populares? ¿Una
esperanza, más de lo mismo, conectan o no conectan?
—El liderazgo opositor en la
medida en que se conecta en lo social y establece relaciones vinculantes con la
gente y acompaña los procesos sociales de la gente, va cobrando credibilidad.
En la medida en que se queda en lo estrictamente político, desde abajo se le
mira con desconfianza. Hay actores políticos que tienen organicidad y cercanía
con la gente y en ese sentido van recuperando credibilidad al rehabilitar a la
política. Hay otros a quienes se les ve como actores distantes y en ese sentido
no tienen credibilidad.
Así como ocurre en las clases
medias y altas, ¿se está produciendo un éxodo en los barrios? ¿Se siente un
movimiento de emigración?
—El día de la ANC estuve
observando afuera de algunos centros electorales y después de votar alguna
gente me contaba: “padre, tuve que votar porque pienso salir del país y
necesito el pasaporte”. El tema de la migración fue un elemento de chantaje en
las elecciones. En la parte alta de La Vega tenemos varios centros educativos y
desde 2015 comenzó el éxodo. Pero en 2016 y este año se ha profundizado. A
final del curso no se cubrió con 100 % de las inscripciones y estamos esperando
a septiembre. Hubo un momento en el que tuve que estar despidiendo a gente casi
todos los días. Hay sectores en La Vega donde prácticamente las casas han
quedado a cargo de una sola persona que las cuida. En la catequesis, por
ejemplo, en la comunidad de Las Torres había un grupo de 25 niños y al final
quedaron 15.
Hay un éxodo importantísimo y
casos con poblaciones con doble nacionalidad para quienes se facilita un poco
la migración. Los procesos migratorios son curiosos: la gente se va y a través
de Facebook comienzan a comunicarse y a partir de allí otras personas se animan
a irse. Es curioso también que en otros lugares, así como se van unos, llegan
otras personas. Hay un movimiento poblacional continuo.
¿El liderazgo opositor es una
pequeña élite que no logra alcanzar el poder?
—Responder con sí o no, es
difícil, porque me parece que el liderazgo opositor es muy diverso y plural. Y
esa es su riqueza. La gente se queja, pero gracias a Dios que cuesta llegar a
acuerdos porque eso significa que hay una diversidad que necesita negociar
internamente. Es difícil decir que es una élite. Sí hay alguna élite, pero
también hay gente que está haciendo política en serio. En estos momentos el
mensaje que tenemos que dar al país es que si bien los problemas estructurales
son económicos y sociales y tienen que estar en la agenda política, para poder
dar respuesta a esos problemas tiene que haber un cambio político. Y también un
cambio político de carácter institucional.
Yo sí creo que son necesarios
los partidos en una sociedad y que hayan distintos proyectos políticos y la
sociedad tenga el derecho a elegir a cuál proyecto le apuesta, pero que no se
le imponga. Esta crisis ha hecho que gran parte de los políticos repiensen la
política y que por lo menos se hagan preguntas importantes. Creo que todavía
hace falta mucho para entender la lógica popular, que falta mucho para entender
el acontecimiento y hay que seguir reflexionando en el 16 de julio. Una de las
cosas que el Gobierno comunicacionalmente y tácticamente ha hecho ha sido que
metamos en el mismo saco el 16 de julio con todos los otros eventos y el 16 de
julio fue un acontecimiento inédito en la historia y al que hay que saber leer.
En función de lo que ha venido
diciendo sobre el convencimiento de los sectores populares en que el cambio
debe ser democrático, ¿el barrio apoya la participación en las elecciones
regionales?
—La intuición que tengo por la
convivencia con la gente, es que sí: la gente quiere salidas electorales. Y los
que han interpretado la salida electoral y le están apostando, me parece que
están en lo correcto. La gente no quiere soluciones violentas.
Fotos y video: Luis Miguel
Cáceres | Francisco Bruzco
13-08-17
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