El problema venezolano,
observa el sacerdote jesuita Arturo Peraza, se asemeja al del Titanic. Y ese problema,
además del principal, que es el choque contra el iceberg, tiene otro detalle:
que el capitán de ese barco solo mira ese iceberg como un pico en la superficie
del océano y no como un enorme bloque de hielo subyacente. La nave es
Venezuela, cómo no.
Hecho el símil, el recién
designado vicerrector de la sede de Guayana de la Universidad Católica Andrés
Bello (UCAB), comenzó así su intervención en el conversatorio (“cátedra
abierta, prefirió llamarla él”) sobre la perspectiva venezolana en el contexto político,
organizado por el Frente en Defensa de la Democracia y de la Constitución
(representado por el presidente del Colegio de Ingenieros, Pedro Acuña, y el
abogado, columnista y profesor universitario José Carlos Blanco).
¿Qué depara al país? No hay
nada conclusivo. El vicerrector prefiere, en todo caso, evitar el choque con el
iceberg y, por tanto, el hundimiento del barco. ¿Cuál es la parte invisible del
iceberg? Todo lo que esconden los escenarios inmediatistas: lo presuroso, ese
mal nacional que ha llevado a no pocos fracasos de la república. “Frustraciones”,
como dijo en el Congreso Nacional el 5 de julio 1999, ante un Hugo
Chávez recién llegado al poder, el abogado e historiador Jorge Olavarría.
El triángulo del estancamiento
Peraza dibuja un triángulo
sobre el que han cabalgado los grandes fracasos de la historia republicana de
Venezuela: la cultura clientelar, el problema (no se atreve a llamarlo aún
imposibilidad) para asumir la institucionalidad y el “familismo”, un concepto que,
apunta, está en varios tratados de la UCAB.
“Sobre la cultura clientelar
hay un punto de partida: desde hace 100 años, Venezuela tiene un único modelo
de producción. Y en ese sentido, la única revolución ocurrió cuando (Juan
Vicente) Gómez, porque se cambió del modelo económico agrícola al petrolero.
Desde allí se ha arraigado la cultura distorsionada de que la riqueza es tener
cosas”.
Lo segundo, llamémoslo
“disfuncionalidad institucional”, nació con la República. Y recuerda Peraza,
para ilustrar, que “lo fundacional, que es la Gran Colombia, nació y murió con su
creador, Simón Bolívar. Desde allí ha habido refundadores y lo hemos visto
hasta hoy”.
Y sobre el familismo no hay
mucho que decir: se trata, básicamente, de que “primero somos leales con los
nuestros. La ley se cumple en otro lugar, aquí no. Impera el tú y yo
resolvemos, o el déjame ver y te llamo. Son problemas de modos culturales:
ese famoso el profesor la agarró conmigo. A todo ello sumamos el
personalismo político: no hay partidos con sus líderes. Hay un líder con su
partido. Es todo un proceso de mesianismo, y a todo proceso de mesianismo le sigue una dictadura”.
Lo que aguarda
Con ese tránsito histórico,
Venezuela llegó a 2017. Quién lo diría: el país que durante cuarenta años fue
ejemplo mundial para países que querían soltarse dictaduras del pescuezo, es hoy una dictadura.
Pero no las tiene fácil el
dictador. Peraza recuerda que “Chávez fue Chávez sobre dos patas: carisma y
renta petrolera. Maduro no tiene ni carisma ni renta petrolera. Por eso pacta
con las fuerzas armadas para sostenerse”.
Pero viene otro problema, otra
parte del iceberg: la parte antagonista de la dictadura, la Mesa de la Unidad
Democrática (MUD), que “se maneja bien sobre escenarios electorales pero no
tiene un proyecto de país. Recuerda mucho la Revolución Libertadora: mucho
general, mucha tropa pero poca dirección. Por ello Venezuela no ha encontrado
un modelo para entrar al siglo XXI”.
- Reconociendo esto como una
dictadura, ¿cuál es la visión durante los próximos meses?
- Vamos a tener un lapso
difícil y complejo. Lo que debemos tener son espacios de debate. El debate no
se cierra. Al contrario: lo que tienes con el debate es lo contrario a una
dictadura. La dictadura no se supera simplemente de manera troglodita o viendo
quién lanza más piedras: se supera con el pensamiento.
11-08-17
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