Por Marco Negrón
Uno de los rasgos más
resaltantes de la miserable dinámica política que ha implantado la farsa
revolucionaria en la Venezuela de hoy es la feroz cacería desatada contra los
alcaldes democráticos: de los 77 que integran ese elenco, más de la mitad han
sido destituidos ilegalmente o están sometidos a algún tipo de proceso
judicial. En las semanas recientes la cacería se ha intensificado cobrándose a
los de Barquisimeto, Lecherías, Ejido, Mérida y, en el Área Metropolitana de
Caracas, los de Chacao y El Hatillo; mucho antes cayeron el Alcalde
Metropolitano de Caracas y los de San Cristóbal, Briceño Iragorry (Maracay) y
San Diego (Valencia). Sin embargo, la lista no termina con ellos y hay varios
más amenazados, de modo que no se puede descartar que, cuando este artículo vea
la luz, otros hayan pasado a engrosar la siniestra lista.
A un extraño le llamaría sin
duda la atención el hecho de que todos ellos pertenecen a la oposición
democrática y que no hay ninguno del gobierno: ¿delincuentes concertados versus
impolutos ciudadanos?, ¿demonios y ángeles? Y llama también la atención que
funcionarios no electos, incluso muchas veces ilegalmente designados, hayan emprendido
esta razzia contra una categoría entera de autoridades electas, en muchos casos
con votaciones abrumadoras.
Quienes vivimos en esta tierra
sabemos muy bien cuál es la respuesta: dentro del propósito global de
destrucción de todo vestigio democrático en nuestra país, la dictadura
narco-militar, ya caídas todas sus máscaras, ha intuido que uno de los mayores
obstáculos para imponer sus ambiciones depredadoras es la concentración de la
población en ciudades: sus habitantes, los ciudadanos, se caracterizan por
estar muy intercomunicados e informados, lo cual, en conflicto con la vocación
autoritaria del régimen, alimenta los valores individuales y las aspiraciones
autonomistas de esas colectividades.
Quizá mejor que ningún otro,
eso lo entendió muy pronto un colega de Maduro y sus milicos, el genocida
camboyano Pol Pot, quien en 1975, el mismo día que ocupó la capital Phnom Penh,
obligó a sus 2 millones de habitantes, enfermos y ancianos incluidos, a
evacuarla e irse al campo en apenas horas.
La tendencia libertaria y
democratizadora es poco menos que natural de las comunidades urbanas
(permítasenos recordar la afortunada frase de Octavio Paz: “una civilización es
ante todo un urbanismo”), pero ella puede ser reforzada y acelerada por el
catalizador que conforman los liderazgos urbanos, encarnados en las ciudades
modernas por sus alcaldes. La conclusión, entonces, es que el verdadero
objetivo de los ataques de quienes sueñan con convertir este país en su botín
no son los alcaldes sino la condición ciudadana, la democracia y, por último,
la civilización misma. Ni los tiempos ni la geografía son los mismos que
conocieron los asesinatos en masa de Pol Pot y sus jemeres rojos, pero ello no
hace menos grave la amenaza: con el de los alcaldes también está en riesgo nuestro
destino. Al menos el inmediato.
Al margen: Razones de
salud me obligaron a estar fuera de circulación varios días. Ya recuperado,
espero seguir dándoles la lata a los pacientes lectores en estos tiempos tan
decisivos para el futuro de nuestras ciudades.
15-08-17
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