Enrique González 17 de agosto de 2017
Venezuela
se encuentra transitando una ruta peligrosa, muy parecida a la mostrada por Zimbabwe
antes de entrar en su explosiva hiperinflación durante los años 2000s
-especialmente durante 2007-2008-.
En el
ámbito Macroeconómico estas crisis económicas masivas y multidimensional, por
ejemplo en el caso de Zimbabwe[1] se caracterizó por:
La
posición de la balanza de pagos se deteriora, especialmente producto del
deterioro del nivel y valor de las exportaciones.
·
Deterioro de los valores de commodities que
constituyen la base de las exportaciones y del acceso a divisas.
·
La Cuenta de Capital se deteriora producto de
las dificultades de acceso al crédito externo -lo que adicionalmente podría
profundizarse producto de la fuga de capitales-.
·
Nueva Inversión Extranjera Directa no se
encuentra en el horizonte cercano.
·
En lo que respecta a los portafolios de
inversión, los inversionistas extranjeros resultan vendedores netos de activos
domésticos.
·
El crédito externo y el rating crediticio se
deteriora producto de la desestabilización Macroeconómica.
·
Despilfarro de recursos internos al
involucrarse en conflictos políticos -o utilizados en corrupción-.
·
Un Programa de Reforma Agrícola y de Tierras
desorganizada por razones políticas, clientelar y de supervivencia,
profundizaron la crisis. Posteriormente derivando en una situación de ausencia
de Estado de Derecho -caso Zimbabwe no muy distinto al venezolano-.
Este
deterioro del cuadro macroeconómico suele ser producto o suele empeorarse
debido a la instrumentalización de lo que se ha denominado la Macroeconomía del
Populismo[2], consistente en las siguientes fases:
Primera
Fase: durante la primera fase, los tomadores de decisiones en materia de
políticas públicas se creen y entienden justificados en actuar ante la
situación económica de estancamiento y la necesidad de conseguir crecimiento
económico, salarios reales, y sostenimiento del empleo. Durante esta fase los
efectos de las políticas macroeconómicas no son de inmediata visualización o
comprensión; por lo que malas políticas podrían tener enorme potencial negativo
pero sus efectos actúan con cierto rezago. Los controles de precios y anclajes
nominales pueden parecer funcionar o cuando menos sus efectos distorsionantes
no se manifiestan inmediatamente. El desabastecimiento suele ser enfrentado por
medio de las importaciones. La desaparición de inventarios y la habilidad para
importar financiada por una disminución de las Reservas Internacionales y el
agotamiento de las fuentes externas de financiamiento permite intentar mantener
la demanda por un lado, y reducir su impacto sobre la inflación por el otro -pero
en el muy corto plazo-.
Segunda
fase: en esta fase la economía se adentra en una serie de cuellos de botella
explicada por una expansión de la demanda doméstica en términos nominales o
corrientes y un límite en el intercambio externo. Si la primera fase se
caracterizó por una desacumulación de inventarios, en esta segunda fase los
bajos niveles de inventarios y su reconstitución, constituyen los principales
retos y problemas. La inflación se empieza a acelerar significativamente
mientras los salarios se mantienen relativamente altos -cuando menos
nominalmente-. El déficit fiscal empeora debido a una política agresiva de
subsidios sobre salarios, bienes, servicios y el tipo de cambio. La visión de
redistribución forzosa y de corto plazo sin la acumulación de capital,
inversión, productividad e incentivos a la producción suele acelerar los
desequilibrios.
Tercera
fase: El desabastecimiento se hace persistente y generalizado, la inflación se
acelera sustancialmente, el gap cambiario genera fuga de capitales y
desmonetización de la economía. El déficit fiscal se deteriora dramáticamente
en la medida que la base impositiva y su recaudación se deteriora y los costos
y las presiones en favor de los subsidios cruzados aumentan significativamente.
Los gobiernos intentan detener el déficit cortando los subsidios y depreciando
en términos reales. Los salarios caen en términos reales y los gobiernos entran
en desesperación por el deterioro acelerado de las variables macro y las
condiciones de vida[3].
Cuarta
Etapa: esta etapa según la define Dornbusch y Edwards[4] -no exenta de polémica
por no analizar cuándo y cómo se llegaría a ella-, simplemente asoma la
aplicación de políticas económicas ortodoxas, una vez se produce un eventual
cambio de gobierno.
El
International Accounting Standard 29 describe cuatro signos que podrían
evidenciar que una economía se encuentra en hiperinflación:
1. La
población en general prefiere mantener su patrimonio, riqueza o caja en activos
no monetarios o en moneda dura -divisas-. Cualquier monto mantenido en moneda
local es inmediatamente convertido para mantener su poder de compra.
2. La
población en general considera, expresa o compara cualquier monto en moneda
local no en el signo monetario doméstico sino en términos de cualquier otra
moneda dura o divisa. Los precios domésticos suelen ser reexpresados, así sea
informalmente, en divisas.
3. Compras
y ventas a crédito se realizan a niveles de precios que anticipan la pérdida de
valor ante el financiamiento negativo en términos reales -incluso en periodos
de tiempo extremadamente cortos-.
4. Las
tasas de interés, los sueldos y precios se encuentran parcialmente o
referenciados e indexados a los índices de precios, y la inflación acumulada
durante tres años cuando menos alcanza 100%.
Algunas
definiciones cuantitativas de la hiperinflación abarcan:
·
Tasas de inflación extremadamente elevadas,
usualmente superiores al 50% mensualmente[5].
·
Una inusualmente alta tasa de inflación
monetaria, cuando los precios aumentan a una tasa superior al 100% anualmente.
·
Cuando la tasa de incremento de los precios
acumulada en tres años supera el 100% (International Financial Reporting
Standards).
Los
sectores manufactureros e industriales según lo validan los distintos estudios
que han analizado aquellos países que han transitado episodios
hiperinflacionarios, resultan los más perjudicados y lesionados en su desempeño
y en el sostenimiento de sus operaciones.
Tal
desempeño negativo ante escenarios hiperinflacionarios ocurre a pesar de la
enorme importancia del sector manufacturero para cualquier país, pero muy
especialmente para uno en vías de desarrollo.
Algunos
de los beneficios, de las ventajas e importancia del sector manufacturero e
industrial para una economía redundan en:
·
Constituye un sector económico en el que se
genera un alto nivel de empleos.
·
Operando a toda su capacidad instalada, el
sector manufacturero aporta significativamente al PIB doméstico.
·
Constituyen por excelencia cadenas de valor y
articuladores de valor, desde la materia prima aguas arriba hasta el producto
final para el consumidor final aguas abajo.
·
Determina hasta qué punto una economía
doméstica es autosuficiente.
·
Este sector suele constituir la base de todo
modelo de desarrollo bien sea uno basado en la sustitución de importaciones,
bien se encuentre basado en Exportaciones, así como aquellos basados en pasar
de ser un país monoproductor de commodities o agrícola a una economía basada en
valor, productos terminados y en la exportación.
·
Sirve de soporte y apalancamiento para el desarrollo
del sector servicios y de actividades I & D.
Por su
parte, las principales variables y acciones que afectan el crecimiento, la
productividad y la competitividad de la industria y la manufactura, y que
casualmente se ven tremendamente afectadas por episodios hiperinflacionarios
son:
·
Inversiones en I & D.
·
Intensidad en Capital.
·
Orientación a la exportación.
Las
crisis económica graves caracterizadas por hiperinflación suelen forzar a las
empresas a reprimir la inversión en actividades incluidas en la lista anterior,
entre otras explicado por la dificultad de acceso a divisas y al
financiamiento, dado el perfil temporal de la inversión en este tipo de
actividades. La crisis obliga a las empresas a ser parcial o relativamente más
intensivas en personal -lo que en términos netos no frena el desempleo
generalizado-.
Este
tipo de crisis económicas caracterizadas por hiperinflación han impactado
negativamente, especialmente sobre el desempeño de los sectores manufactureros
por su carácter de inversión de largo plazo y de producción continúa. En este
sentido, distintas investigaciones han demostrado que indicadores de desempeño
como la participación del sector manufacturero sobre el PIB, el número de
establecimientos industriales y empresas que cierran operaciones, el porcentaje
de capacidad instalada utilizada y el valor agregado manufacturero per capita
suelen mostrar peor desempeño que otros sectores económicos que componen el PIB
doméstico ante escenarios hiperinflacionarios.
Desde
la perspectiva de las empresas manufactureras, la hiperinflación genera entre
otros problemas a las empresas productoras los siguientes:
·
Riesgo de reducción del Capital de Trabajo por
desarticulación entre los tiempos y valores de los ingresos con respecto a los
de los egresos.
·
Constreñimiento y restricción al acceso al
crédito -tanto comercial como financiero-.
·
Dificultad para reponer inventarios.
·
Dificultad de acceso a las divisas.
Así
las cosas, los esfuerzos de compras se vuelven complejos en escenarios
hiperinflacionarios por el descalce temporal entre tiempos de acceso a materia
prima, procesamiento y venta, así como el cobro de las ventas y finalmente los
tiempos y precios de reposición. Adicionalmente las fuentes de acceso a materia
prima y consumibles, así como el acceso y la disponibilidad de divisas en
escenarios hiperinflacionarios suelen reducirse sustancialmente.
Los
mercados financieros y el crédito en general -y el bancario en particular- se
reducen no sólo por el fenómeno de tasas reales negativas que obliga a las
Instituciones financieras a ofertar productos activos de corto plazo con
comisiones flat que al analizarse reduzcan la negatividad de las tasas de
intereses activas, sino adicionalmente porque la hiperinflación desmonetiza a
las economías.
Lo
anterior hace imperativo cambiar las políticas de inventarios de las empresas
para no perder valor y no destruir el capital de trabajo.
En los
países sometidos a hiperinflación se ha forzado a los agentes económicos a
reducir las operaciones productivas y a dedicarse a operaciones especulativas,
para mantener el valor del capital para luego poder, eventualmente, regresar a
las operaciones productivas. Lo anterior se conoce como estrategias del tipo
Real Options que terminan profundizando la recesión y la falta de
disponibilidad de acceso a bienes, servicios e insumos.
En
Zimbabwe el control de precios resultó especialmente lesivo contra sectores
como alimentos y bebidas para el año 2007, reduciéndose dramáticamente su
producción y su capacidad instalada utilizada.
La
inflación resulta especialmente negativa sobre el sector agrícola debido al
grado de incertidumbre que se genera por el distanciamiento temporal entre la
siembra y la cosecha, o en el sector pecuario entre el tiempo de nacimiento,
engorde y venta del animal.
Se ha
encontrado elevada correlación entre la inflación y el decrecimiento del sector
agrícola[6].
Resulta
interesante revisar la experiencia de Zimbabwe porque demuestra la secuencia
temporal de agravamiento de la crisis , así como los errores de políticas
económicas a los que “políticamente” se vio “forzado” a incurrir el gobierno de
ese país.
Zimbabwe
utilizó un Sistema Dual de Subasta que mostró el siguiente comportamiento:
·
Tipo de cambio fijo en febrero de 2003: Z$ 55
por US$.
·
Tipo de cambio fijo en diciembre de 2003: Z$
824 por US$.
·
Tipo de cambio en el mercado paralelo a
mediados del 2003: Z$ 5.700 por US$.
Ante
esta situación en Zimbabwe se impuso controles de precios que forzaron el
cierre de numerosos establecimientos industriales y comerciales. Los controles
de precios ante el divorcio entre el tipo de cambio oficial y el paralelo
dificultó mantener las operaciones.
Adicionalmente
el Gobierno de Zimbabwe ante la indisponibilidad de divisas se vio tentado en
imponer una política de venta obligatoria al banco central de divisas producto
de las exportaciones a las empresas que pasó de un 20% a un 50% de julio de
2001 a noviembre de 2002.
En el
caso venezolano, no debe dejar de ponderarse el riesgo regulatorio de que ante
mayores dificultades en el cumplimiento con las obligaciones y compromisos
derivados de la deuda soberana, el Ejecutivo Nacional se vea tentado se
rigidizar los Convenios cambiarios referidos a las empresas exportadoras,
reducir las ofertas DICOM que dicho sea de paso ya poseen precios de
liquidación superior a sus bandas (¿?), y continuar desplazando al sector
privado del acceso a las divisas. Adicionalmente, la eventual presión popular
sobre la Asamblea Nacional Constituyente en materia económica y específicamente
en materia de precios, podría desatar, cuando menos momentáneamente, una fuerte
casaría de brujas, especialmente en las cadenas de valor de los productos de
primera necesidad, profundizando la crisis a niveles nunca visto.
[1] Protase Tichafa Sanangurai Zingwiro: Working
Caiptal Management in Hyper-inflationary Economies: A case of Zimbabwe.
University of Kwa Zulu Natal, marzo 2006.
[2] Rudiger Dornbusch y Sabastian Edwards: The
Macroeconomics of Populism. 1991. http://www.nber.org/chapters/c8295
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] Cagan P, (1956) The Monetary Dynamics of
Hyperinflation in Studies in the Quantity Theory of Money, Chicago University
Press.
[6] George Kararach y Raphael O. Otieno: Economic
Management in a Hyperinflatipnary Environment: The Political Economy of
Zimbabwe, 1980-2008. Oxford University Press. 2016.
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