Fernando Mires 13 de agosto de 2017
Hay
que tener cuidado al afirmar si un hecho pasará a la historia o no. Nunca se
sabe. Lo único cierto es que la historia se hace con hechos. O acontecimientos
que tienen lugar (es decir, que se hacen su lugar) en el tiempo. Los hechos, a
su vez, son históricos cuando determinan a otros hechos o porque son portadores
de una fuerza simbólica, o por las dos razones a la vez. Por eso va a ser
difícil que ese domingo 6 de agosto de 2017 pase desapercibido a la mirada de
los historiadores que nos ocupamos con la dramaturgia venezolana.
Por
una parte, ese día tuvo lugar un evento simbólico y con toda
probabilidad –se sabrá después- desencadenante. Dirigentes de la oposición
organizada en la MUD y políticos representantes de una fracción del chavismo
que ha roto con lo que ella llama madurismo, sostuvieron un encuentro cuyo
objetivo fundamental fue sellar una unidad en torno a la defensa de la
Constitución de 1999.
Por
otra parte, ese mismo día tuvo lugar en el fuerte Paramacay un levantamiento de
militares quienes bajo el mando del capitán Juan Guaranipano dieron a conocer
un encendido comunicado en contra de la tiranía de Maduro. Para Maduro un
regalo del cielo: la posibilidad de realizar su último sueño: el de
convertirse, si no en un nuevo Chávez -eso ya no puede serlo– por lo menos en
un Erdogan latinoamericano. Pero tampoco lo será. No tiene detrás de sí una
religión y mucho menos la mayoría electoral que goza el turco.
Es
decir, en un solo día, con diferencia de muy pocas horas, emergieron hacia la
superficie no solo los dos rostros de la oposición venezolana. Son,
además, los dos rostros que han impregnado la historia latinoamericana
desde la independencia hasta nuestros días.
Un
rostro es constitucional, democrático, asambleísta. El otro es militar,
violento, golpista. El primero cree en los debates, en los
diálogos, en las alianzas. El segundo en el acto heroico, en la proclama
mesiánica, en la fuerza bruta. No fue entonces casualidad que la dictadura solo
viera al segundo rostro. Al fin y al cabo, dictadura y golpismo se entienden
entre sí como perros de la misma raza. A pesar de estar situados en puntos
antagónicos, la dictadura y los militares rebeldes hablan idéntico lenguaje: el
lenguaje de las balas. No así en el hecho político surgido en defensa de la
Constitución que tuvo lugar en la UCAB ese 6/A
Más
allá de su importancia simbólica, el encuentro constitucionalista del 6/A
podría llegar a ser el punto de partida que llevará a la formación de un frente
democrático, nacional y antidictatorial mucho más amplio que la oposición
existente y real. Su destino dependerá de su capacidad de
expansión.
Por el
momento el encuentro solo ha dado lugar a una informal vinculación de
organizaciones políticas con vocación constitucionalista. Quizás alguna vez
logre incorporar a gran parte de las organizaciones civiles y eclesiásticas, al
mundo de la cultura, a los gremios de trabajadores y empresarios y, no por
último, a los militares democráticos sometidos a la dictadura interna que
ejerce sobre ellos el alto mando.
En
otros términos, el 6A puede llegar a ser el día en el cual comenzó a nacer un
nuevo centro hegemónico más allá de izquierdas y derechas y otros modelos en
extinción. Un centro que por el solo hecho de existir, contará,
sin duda, con el apoyo de todo el occidente democrático. Un centro, en fin,
destinado a ser un nuevo espacio de convergencia entre todas las fuerzas
democráticas de la nación.
Si
todo eso sucede, el 6/A pasará a ser, sin lugar a dudas, un día muy histórico.
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