María del Pilar Silveira 05 de agosto de 2017
Cada
24 de marzo es una oportunidad para acercarnos a la persona de Mons. Oscar
Arnulfo Romero. Fue reconocido mártir por el papa Francisco el 3 de febrero de
2015. El motivo de su muerte cruenta fue por “odio a la fe.”¿Qué significa esta
definición? Que la Palabra del Evangelio se hizo carne en él. Su vida reflejaba
el rostro de un Jesús víctima de los excesos de un régimen violento y ante esto
no se doblegaba, sino que de su boca se escuchaban denuncias a los atropellos
defendiendo a sus hermanos y hermanas del pueblo salvadoreño.
En sus
gestos, se reflejaba el amor paciente que sabe responder al mal con el bien,
buscado la conversión del que descargaba su odio, pues no quería su muerte,
sino la vida. En esa persona veía un hermano confundido, que creía y ponía su
confianza en una interpretación errónea de la realidad, una ideología que
cegaba. Allí ejercitaba su fe viendo lo que no se ve: la presencia escondida
del Espíritu de Dios que habita en cada uno de sus hijos y hace su obra
mostrando la verdad, en el tiempo preciso.
El
ejercicio cotidiano de las virtudes teologales a través de la oración y de los
sacramentos, le impulsaba a vivir con optimismo cada día, sin evadirse de la
realidad. Por eso en sus homilías animaba a los fieles a vivir con esperanza,
sin dejar que la situación les agobiara.
“El
Señor está cerca”. ¿Ven, queridos hermanos, como la presencia de Dios en la
historia es una tesis sustancial de la Biblia, de la revelación de Dios? Ningún
cristiano debe sentirse sólo en su caminar, ninguna familia tiene que sentirse
desamparada, ningún pueblo debe ser pesimista aún en medio de las crisis que
parecen más insolubles como la de nuestro país, Dios está en medio de nosotros.
Tengamos fe en esta verdad central de la sagrada revelación. Dios está
presente, no duerme, está activo, observa, ayuda y a su tiempo actúa
oportunamente. Por eso la presencia de Dios despierta en el corazón la
verdadera alegría: “Alegraos en el Señor!; de nuevo os repito: ¡alegraos porque
Dios está cerca!” (Homilia del 16 de diciembre de 1979).
A lo
largo de su vida, la pequeña semilla de fe, como grano de mostaza, recibida en
su bautismo, fue creciendo hasta convertirse en un gran árbol cuya sombra y
frutos recogemos en la actualidad. Esa fe en comunión con su padre Abraham le
hizo ver en medio del conflicto lo que no se veía y esperar contra toda
esperanza en medio de la crisis.
El
aparente triunfo del odio que terminó con su vida, no fue tal, basta conocer la
vida de los autores intelectuales y materiales de su asesinato, para ver como
el odio hizo su trabajo en ellos. En unos los condenó a una vida oculta y
anónima en países extranjeros y en otros la misma historia se va encargando de
hacer justicia sacando a luz la verdad y haciendo que los culpables muestren su
rostro y cumplan sus condenas.
La fe
de Mons. Romero en el Dios activo que ayuda y cuida a sus hijos se manifiesta
en cada ser humano que nace, pues el Espíritu de la verdad no descansa. Su voz
en el interior del corazón humano, ningún régimen la puede callar. De esta
manera Dios se sigue revelando en la historia, dando a luz la verdad y los
frutos del odio como la mentira quedan descubiertos. Por lo cual afirmamos con
Mons. Romero que “ningún pueblo puede ser pesimista en medio de la crisis
(…).Dios está presente, no duerme, está activo, observa, ayuda y a su tiempo
actúa oportunamente.”
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