Editorial EL Tiempo 14 de mayo de 2018
En
medio de la peor crisis de su historia como nación, el pueblo venezolano ha
sido convocado a las urnas el próximo domingo para elegir a quien será su
presidente durante los seis años siguientes. También se votará para conformar
los consejos municipales y los consejos legislativos estadales.
Se
trata de una cita con serios problemas de legitimidad y credibilidad.
Comenzando porque se origina en un decreto de la también cuestionada Asamblea
Nacional Constituyente: bueno es recordar que el mecanismo electoral para
escoger sus integrantes fue meticulosamente diseñado a fin de garantizar
mayorías oficialistas. A lo anterior hay que sumar la falta de garantías para
la oposición, representada por la Mesa de la Unidad Democrática —que la llevó a
optar por abstenerse de participar—, la reticencia de Miraflores de aceptar
observadores internacionales independientes y la acertada decisión de Estados
Unidos, la Unión Europea y por lo menos una decena de países de la región,
Colombia incluida, de no reconocer los resultados.
Existen
también serias dudas acerca de las reales motivaciones del candidato que se ha
presentado como opositor: Henry Falcón. Desoyendo el llamado de la MUD, Falcón
decidió inscribirse como aspirante, determinación que, por supuesto, recibió
muy bien —casi como providencial— el Gobierno. Habrá que seguir de cerca las
decisiones que este tome a partir del lunes para ver si tenía sustento lo ya
dicho por conocedores del hecho respecto a lo que lo impulsó a prestarse para
esta pantomima.
Hay
que decir entonces con total claridad que lo que hoy tendrá lugar al otro lado
de la frontera no es nada distinto a un desesperado intento de Nicolás Maduro
por disfrazar de régimen democrático lo que hace ya mucho tiempo es una
dictadura. Una cruel dictadura que no se cansa de darle la espalda a un pueblo
que hoy carece de los más básicos bienes y servicios. Situación caótica y,
sobre todo, inhumana.
Tal
situación de necesidad extrema ha llevado a una conducta execrable del régimen:
aprovecharse de las necesidades de la gente para lograr apoyos. Están cambiando
bolsas con productos básicos de la canasta familiar por votos.
En su
columna del domingo pasado en este diario, el analista venezolano Moisés Naím
describe esta cruda realidad y la apatía de quienes ostentan el poder,
comenzando por Nicolás Maduro, en estos términos: “La indolencia, el
desinterés, la pasividad con los cuales Maduro trata las trágicas crisis que
crecen y se multiplican, matando a diario cada vez más venezolanos, parecieran
no afectarlo, no motivarlo a actuar, a buscar ayuda”.
Las
cifras siguen dando cuenta del tamaño de la debacle: en apenas cuatro años, el
país ha perdido más del 40 por ciento de su producto interno bruto; se espera
que cierre el 2018 con una inflación del 13.000 por ciento, y la cantidad de
personas que han decidido emigrar en busca del futuro que el mal rumbo de la
revolución bolivariana les arrebató se calcula en 3 millones. De estas, cerca
de un millón se encontrarían en territorio colombiano. Como ya se advertía
desde estos mismos renglones, es muy probable que dicha cifra crezca a un paso
acelerado si el desenlace, como todo apunta, es la confirmación de seis años
más de Maduro en el poder. La situación en la zona de frontera es crítica: al
problema de la migración masiva se suma el escaso o nulo compromiso de
Venezuela para combatir los grupos armados ilegales, sean bandas criminales
como ‘los Pelusos’ o el mismo Eln. Esta semana, la Fiscalía aportó testimonios
que confirman las denuncias sobre la existencia de campamentos de esta
organización del otro lado de la frontera.
En
conclusión, hay que insistir en la necesidad de actuar para que el pueblo
venezolano encuentre a corto plazo algo de alivio. Al tiempo que hay consenso
entre la comunidad internacional en cuanto a que la opción de una intervención
solo empeoraría las cosas, es claro también que no se puede bajar la guardia en
los demás frentes. Estos incluyen presión diplomática para lograr una
movilización humanitaria con ayuda a quienes permanecen en territorio
venezolano y apoyo —como ya empieza a darse— a los países que, comenzando por
Colombia, están acogiendo a los refugiados. La vía del endurecimiento de las
sanciones a cuantos hoy se benefician de distintas maneras de la crisis es otro
camino que debe recorrerse. Así mismo, debe ser una prioridad la movilización
de los gobiernos de la región para lograr que dentro de poco haya unas
elecciones con garantías suficientes para la oposición. Y esta tarea la tiene
que seguir promoviendo, como hasta ahora lo ha hecho, el llamado Grupo de Lima.
El mundo no puede darle la espalda al pueblo venezolano.
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