IBSEN MARTÍNEZ 11 de octubre de 2018
@ibsenmartinez
Oigo o
leo la palabra “populista” y maquinalmente pienso en Broderick Crawford.
Más
bien pienso en Willie Stark, el protagonista de Todos los hombres del
rey, el filme de Robert Rossen que granjeó a Crawford el Oscar al mejor
actor en 1950.
Esto
viene pasándome cada vez más a menudo, porque “populismo” y “populista” se nos
han tornado en tuitera palabra de todos los días.
Si las
leo u oigo, ¡paf!, me aparece Willie Stark pronunciando su memorable discurso
de reelección, una desembozada arenga electoral que, en cuanto a vuelo
retórico, no vacilo en poner junto a la de Henrique V en el día de San Crispín:
Stark es, para mí, el personaje novelesco que mejor engasta en la idea del demagogo
que hoy despachamos con esa palabra de múltiples y movedizos significados:
populista.
Todos
los hombres del rey es la más aclamada de las novelas escritas por un grande de
la literatura en lengua inglesa del siglo XX, Robert Penn Warren, un sureño
hecho a mano. El protagonista de Todos los hombres del rey, originalmente
publicada en 1946 (y traducida brillantemente al español por Francesc Roca para
Anagrama en 1984), tiene como modelo a un avispado político de carne y hueso
llamado Huey Pierce Long, gobernador del Estado de Lousiana durante los años de
la Gran Depresión.
Yo
abogaría porque las academias que se ocupan de lo político, sin dejar de
impartir sus Tocqueville, sus Stuart Mill y sus Furet, acogiesen seminarios
sobre títulos como el de Penn Warren. Un logro, y no menor, de su novela es
haber sabido condensar en el microcosmos de un paupérrimo Estado sureño toda la
complejidad de la política electoral contemporánea, dramatizándola
sublimemente.
Considérese
que el narrador de Penn Warren, Jack Burden, luego de escapar de un inconcluso
doctorado en Historia, se convierte en mucho más que componedor: Burden es la
anticipación de lo que hoy llamaríamos un experto electoral.
El
hecho singular de que Huey P. Long y su trasunto novelesco, Willie Stark, sean
el tercer candidato que busca ¡y logra! romper la prolongada hegemonía de un
establecimiento bipartidista añade hoy día interés a su lectura.
A
Burden, como testigo, debemos el momento de la novela que ocurre en la suite
del hotel que sirve de comando electoral. Willie acaba de perder la segunda de
sus campañas y sus colaboradores más cercanos están desconsolados. Willie, sin
embargo, se muestra incongruentemente jubiloso. Tan risueño y enérgico está que
Burden llega a creer que pueda tratarse de una euforia maníaca, acaso
presuicida
Al
preguntarle Burden a qué viene tanta alegría, Willie responde que está feliz
porque ahora, cuando ya dos veces lo han revolcado los proverbiales poderes
fácticos, al fin sabe lo que hay que saber. Entonces pronuncia el apotegma que
guiará su actuación política ulterior: “El bien proviene del mal”.
Para
su tercera campaña, Willie deja de portarse en privado como el insobornable
tribuno de la plebe que pretende ser. Acude a la cena que le ofrecen unos
señorones del Estado que ambicionan derrotar al bipartidismo.
Stark
les pide, con agraciado aplomo y sin rodeos, dinero y apoyo. Alguien le echa en
cara sus oscuros manejos del tiempo en que Willie fue modesto político
municipal y le recrimina su retórica incendiaria. Willie responde
enigmáticamente, sin parpadear, que el bien proviene del mal.
Su
desparpajo obtiene el dinero y, aupado por la prensa de los señorones, sin
dejar en público de fustigar a sus donantes, gana al fin las elecciones y
comienza la segunda parte de la novela: Willie, ya gobernador de su ínsula,
despliega con maestría las artes del demagogo que sabe dejarse sobornar sin
perder el fervoroso predicamento de que goza entre sus electores: los hicks,
los paletos, los rotos, los lanudos, los pelabolas, los de ruana, los de abajo.
Hay
quien piensa que para entender de populismos hay que aturdirse con los
galimatías —verdaderos significados flotantes— de Ernesto Laclau. Yo
recomiendo, más bien, Todos los hombres del rey.
Un
spoiler: al final, un exaltado asesina a Willie pegándole un tiro al salir del Parlamento
estatal. Igual le pasó a Huey P. Long, el Willie de la vida real. Pero esos
gajes, advertiría Jorge Eliécer Gaitán, vienen con el disfraz.
Ibsen
Martinez
@ibsenmartinez
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