Por Gustavo J.
Villasmil Prieto
El recorrido por las
páginas de My name is red, la gran novela del Nobel Orhan Pamuk (Estambul,
1956), me reconcilió con la tesis de Arnold Toynbee según la cual los antiguos
turcos constituyeron una civilización en toda regla. Erigido sobre las ruinas
de la otrora grandeza de Bizancio, el orden de los osmanlíes eventualmente
llegaría a amenazar al de los reinos cristianos de Occidente hasta caer
finalmente derrotado a manos de la poderosa armada española de Don Juan de
Austria en Lepanto, la célebre batalla naval que se saldara con el hundimiento
de la flota otomana de Alí Pachá y con la pierna de Miguel de Cervantes un día
como hoy de 1571.
En aquellos tiempos de
guerra contra el imperio turco se honraba a los guerreros cristianos que en sus
picas exhibieran la cabeza cortada a cercén de algún enemigo. El macabro trofeo
solía ser exhibido en villas y pueblos y a él se atribuía, como al bíblico
chivo expiatorio, la responsabilidad de todo lo malo que allí aconteciera.
Era la “cabeza de
turco”, moquete con el que todavía hoy se designa a los “pagapeos” del mundo a
cuyas espaldas se carga el peso de todas las culpas
Pero mi admiración por
aquella altísima civilización jamás fue óbice para encontrar absolutamente
risible la pretensión histórica de los gobiernos de Ankara de erigirse como
“potencia” en un continente que, con Thomas Mann a principios del veinte, bien
claro que se los dejó dicho: Europa llega hasta el Bósforo. Es
el “west” y el “rest” de Niall Ferguson y los de la Media
Luna quedaron irremediablemente del lado del “rest”. Punto. Lo demás
es música de fondo.
Meterse en Europa
aunque fuese por la ventana se constituyó en una verdadera obsesión para
Mustafá Kemal, quien además tuvo el tupé de hacerse llamar “Atatürk”
o “padre de todos los turcos”. El tipo hizo de todo con tal de montarse en el
tren de Occidente: ¡hasta sancionó una curiosa ley que prohibía el fez, el
sombrero típico de la vestimenta turca! A este personaje mi municipio
distinguió hace años nombrando una calle en Valle Arriba y erigiéndole una
estatua pedestre simbólicamente emplazada en la hermosa arboleda de la
urbanización Santa Sofía. Atatürk, el de las gavillas de los llamados “jóvenes
turcos” cuyos garrotazos preludiaron el horrible genocidio armenio de 1915 a
1923 del que diera cuenta, entre otros, el tachirense Rafael de Nogales Méndez,
¡tiene en Baruta la estatua de bronce que jamás se levantó, por ejemplo, para
honrar la memoria del gran Arnoldo Gabaldón, benefactor de la humanidad!
Solo a Maduro y a su
torpe diplomacia, siempre en junta con lo “peorcito” de cada vecindario, podía
ocurrírseles montar todo este tinglado con la distante Estambul, ciudad con la
que tenemos más frecuencias de vuelos semanales que con La Fría. Y para más
“inri”, con el impresentable señor Erdogan al lado, que en la Turquía de hoy
hace de short-stop, “cuarto bate”, novio de la madrina, coach de
tercera, manager del equipo y hasta de vendedor de las entradas para
el juego, ¡todo al mismo tiempo! ¡Y luego el señor se indigna cuando le cierran
en la cara la puerta de entrada al club de las democracias
occidentales de Bruselas!
Es en tales
contubernios en los que surgen escenas como la que toda Venezuela vio por las
redes sociales hace pocos días: la de la delegación presidencial, con su jefe a
la cabeza, en pleno condumio alrededor de la generosa mesa que les servía un
habilísimo cocinero turco cuyo negocio consiste en venderle aunque sea bofe a cualquier socialité que
reserve una mesa allí y que lo pague a precio de Chateaubriand. El video
probablemente habría quedado para la guasa y el olvido de no ser porque el
pantagruélico banquete del presidente ha resultado en una bofetada al rostro de
un país de hambrientos que buscan entre las basuras, cuando no por las
carreteras transandinas, algo que llevarse a la boca y aplacar su tormento.
El pensador español
Javier Gomá, en su notable libro de 2009 titulado Ejemplaridad
pública, destaca la superior exigencia ética que se impone sobre los
hombres y mujeres al frente de responsabilidades de estado en todo lo que a sus
vidas concierne, incluso en el ámbito más privado. Para quien detenta el poder,
lo que se debe hacer ha de pesar siempre más que lo que se pueda o se quiera
hacer. La escena del restorán Nusr-Et de Estambul no puede sino ser un
escupitazo sobre un país en el que no llega a 40% la proporción de familias que
pueden ver productos cárnicos en su mesa alguna que otra vez, en el que el 64%
de sus ciudadanos ha perdido en promedio 11 kilos de peso y en el que 8.2
millones de almas comen una o quizás dos veces al día, jamás tres.
La sal vertida a granel
por el lunchero turco arde cruelmente en la herida venezolana. Como seguramente
también ardió sobre la herida turca el desprecio sufrido por aquellos
miserables que desde la caída del Imperio Otomano y hasta hoy escapan por
millones del hambre y de la pobreza expulsoras emigrando a Alemania para
hacerse de un poco de pan en medio de terribles humillaciones, como lo
denunciara el valiente periodista Günter Wallraff en aquel célebre libro suyo
de 1985 traducido al español precisamente con el título de Cabeza de
turco.
No hagamos entonces del
cocinero Nusret Gökçe, también conocido como Salt Bae, el “cabeza de turco” del
infeliz impasse del restorán Nusr-Et. Como todo buen payaso, el tipo
vende su circo. Ese es su negocio. La reflexión sesuda que nos debemos aquí es
la que tiene que ver con la definitiva pérdida en Venezuela de todo vestigio de
esa ejemplaridad pública a la que se refiere Gomá. Estamos asqueados de ver a
ministros, “chivos” y jerarcas de toda índole jugando a los tórtolos con sus
parejitas de turno en Times Square, los Campos Elíseos o la Sthephanplatz de
Viena siendo que millones de venezolanos recorren el mundo buscando qué comer.
Todos los días nos los
encontramos por la calle a bordo de sus camionetas de 50 mil dólares y
exhibiendo su inconfundible estética de pacotilla enmarcada en
costosos outfits de Tommy Hilfiger mientras que frente a ellos pasan,
como sonámbulos que caminan sin rumbo, manadas de niños nómadas descalzos y
llenos de costras de mugre que piden migajas a los transeúntes.
Tal es la degradación a
la que ha llegado el servicio público en Venezuela en su progresiva sustitución
por un ejercicio impúdico de onanismo funcionarial con el que el capitoste de
marras trata de “sacarse el clavo” que quedara incrustado en su memoria tras
muchos años de arepas en el hoy desaparecido “Tropezón” o de modestos zumos y
batidos en “Mi juguito”.
Para él, para ellos,
atrás quedaron para siempre Catia y la Intercomunal de El Valle. En adelante,
sus vidas habrán de transcurrir sin pudor alguno por las calles del madrileño
barrio de Salamanca, por la Quinta Avenida de Nueva York o por los parisinos
predios de Saint-Germain-des-Prés. Porque la desvergüenza pública es ahora
nuestra divisa
Pero más grave aún es
mi preocupación al constatar que para mucho declarado “opositor” por allí
el quid del asunto está en si Maduro engulló dos, tres o más filetes
de aquella parrilla turca o en sí dejó para los demás comensales al menos una
que otra hallaquita. Allí radica la verdadera dimensión ética del drama
venezolano de estos tiempos, drama del que la “corrección política” no
pareciera querer hablar: el de la trágica pérdida de toda noción de
ejemplaridad pública. Porque en Venezuela, como dice el propio Gomá,
“sobran leyes pero faltan conductas ejemplares”, ¡en ambos lados del espectro
político!
De allí que extensa y
profunda deba ser, necesariamente, la “cirugía social” que se ha practicar
algún día sobre el enfermo cuerpo social venezolano. Para extirpar de él
radicalmente la pústula hedionda del enchufismo y todas sus derivas. Para
no seguir, como hasta ahora, buscando en todo una “cabeza de turco”.
Referencias:
Landaeta Jiménez M, M
Herrera Cuenca, G Ramírez, M Vázquez (2017) Encuesta de Condiciones de
Vida en Venezuela, ENCOVI. En: www.ucab.edu.ve (recuperado el 1
de octubre de 2018).
Quero de Trinca, M
(2005) Rafael de Nogales Méndez. Colección Biblioteca Biográfica
Venezolana, CA Editora El Nacional, Caracas.
Gomá, Javier
(2009) Ejemplaridad pública. Editorial Taurus, Madrid.
Wallraff, G
(ed.2006). Cabeza de turco. Anagrama, Madrid.
06-10-18
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