ELIANE BRUM 11 de octubre de 2018
@brumelianebrum
Cubro
elecciones como periodista desde que volvieron a existir en Brasil. Mi estreno
como reportera, junto con el Brasil que acababa de emerger del largo y
tenebroso invierno de la dictadura, fue en 1988, en las elecciones municipales.
Las primeras elecciones presidenciales fueron en 1989. Fernando Collor de
Mello, “el cazador de marajás” (funcionarios con sueldos altos y poco trabajo)
según la portada de la revista Veja, resultó elegido. El hijo del coronelismo
(oligarquías que comandan una región del país) del estado de Alagoas proclamaba
que Lula, el hijo del sertón nordestino, tenía un altavoz mayor que el suyo en
casa. La gente creía que Lula era más rico que Collor, porque a mucha gente le
gusta realmente creer, en cualquier cosa que le convenga. En esa época, Edir
Macedo, el poderoso dueño de la Iglesia Universal del Reino de Dios, ya se
denominaba obispo y era el feliz propietario de un imperio religioso. Pero era
más modesto, que se ha vuelto religioso-político-mediático. En aquella época,
Macedo ya conversaba directamente con el Estado Mayor del Cielo y anunció a los
fieles que el propio Espíritu Santo le había informado que Collor era el hombre
del momento. O a Macedo lo engañó el Espíritu Santo —los más versados en temas
bíblicos pueden decirnos si eso es posible— o escuchó susurros más terrenales y
se confundió. O simplemente mintió. Entre la posibilidad de que el Espíritu
Santo mintiera o que Edir Macedo mintiera utilizando el nombre del Espíritu
Santo, me parece más prudente apostar en la honestidad del Espíritu Santo. Pero
que los evangélicos, los realmente evangélicos, me digan si mi pensamiento
tiene lógica o no. En estas elecciones, Macedo declaró que Jair Bolsonaro, del
Partido Social Liberal (PSL) es el hombre del momento. También lo prefieren
otros coroneles de la religión, como el pastor Silas Malafaia, que me llamó
“zorra” en 2011, en una entrevista al The New York Times. Un ejemplo del trato
destinado a las mujeres por parte de estos hombres que dicen que hablan en
nombre de Dios mientras cuentan el dinero sudado de los fieles. Y una perfecta
identificación con su candidato a presidente, que afirmó que no violaría a una
diputada porque no se lo merecía por ser “muy fea”, del mismo modo que afirmó
que las mujeres son producto de un “desliz” del macho durante el acto sexual.
Me
permito este primer párrafo porque, en esta primera vuelta de 2018, cumplo 30
años cubriendo elecciones. Seguí todas las campañas electorales de la
redemocratización de Brasil, lo que se denomina convencionalmente Nueva
República. Y nunca, durante 30 años, he visto lo que he visto en estas
elecciones de 2018.
He
visto enfermar a las personas, estranguladas por una especie de pánico
paralizante. He visto a amigos combativos, acostumbrados a la dureza de la
lucha, prostrados por el sentimiento de impotencia ante la posibilidad de que
un hombre como Jair Bolsonaro, un hombre que dice lo que es capaz de decir, gane.
He visto a personas llorar día tras día. He recibido centenas de mensajes en
WhatsApp con las mismas cuatro frases, la mayoría provenientes de mujeres.
“Estoy
en pánico.”
“Estoy
asustada.”
“Tengo
miedo.”
“Estoy
aterrada.”
1) En las elecciones determinadas por el
fenómeno de la autoverdad, la melancolía enferma el cuerpo
Jair
Bolsonaro, al que llaman “desto” en las redes sociales, ha ganado estas
elecciones incluso antes de la votación de la primera vuelta. Brasil está
sumido en una crisis amplia, compleja, que es mucho más que una crisis
económica y política. También es una crisis de identidad y de palabra, como
tantas veces ya he escrito aquí en los últimos anos. La pobreza está
aumentando, la mortalidad infantil ha vuelto a crecer, enfermedades que ya
estaban erradicadas vuelven a ser una amenaza, por falta de una cobertura de
vacunación eficiente. La malaria ha vuelto con toda su fuerza en la región
amazónica. Y la fiebre amarilla ha resurgido en el Sudeste del país. La
violencia en el campo ha aumentado, y la Amazonia y el Cerrado están todavía
más amenazados por la deforestación. Brasil tiene todavía 13 millones de
desempleados y un número creciente de personas que han parado de buscar trabajo
porque ni siquiera tienen la esperanza de volver a tenerlo.
Jair
Bolsonaro ha vencido incluso antes de la votación del pasado domingo, 7 de
octubre, porque, en un escenario tan grave, su candidatura ha conseguido
impedir cualquier debate serio. Su candidatura ha bloqueado la discusión de las
ideas, la creación de un proyecto para Brasil. La campaña electoral ha quedado
reducida a una batalla de memes y amenazas “bíblicas” por WhatsApp, donde he
llegado a recibir un mensaje que decía: “Ya se han pedido aquí en Novo Hamburgo
100 toros para ofrecerlos a Satanás a favor del brujo Luiz Inácio Lula da
Silva, para que perturbe las elecciones y lo favorezca. También se sacrificarán
niños en el altar de Belcebú”. Y las personas del grupo de evangélicos, vinculado
a la Asamblea de Dios, parecían creérselo seriamente. Varias personas de este
grupo tienen dificultades para escribir, pero el portugués de este mensaje era
correctísimo. En audios y vídeos ampliamente difundidos por WhatsApp, líderes
religiosos pintaban el apocalipsis en el caso de que perdiera Bolsonaro, o en
el caso de que ganara el Partido de los Trabajadores (PT). Sin que les
molestaran las instituciones que tienen la obligación de preservar la
integridad de las elecciones.
Jair
Bolsonaro ha ganado porque, en lugar de utilizar el momento de la campaña para
debatir proyectos, el tiempo se ha perdido en explicar lo autoexplicable:
explicar por qué no es aceptable votar a un candidato que dice que los negros
de los quilombos (pueblo formado por descendientes de esclavos rebeldes que
conquistaron el derecho a poseer tierras) no sirven ni para procrear, que es
mejor que un hijo muera en un accidente de tráfico que salga con un “bigotudo”
(sin duda nunca ha perdido a un hijo para decir algo así), que sus hijos jamás
saldrán con una negra porque “están muy bien educados”, que las mujeres tienen
que cobrar menos porque se quedan embarazadas, que está a favor de la tortura y
que la dictadura civil y militar debería haber matado a por lo menos treinta mil
personas y que si mueren inocentes no pasa nada (siempre que no sean de su
familia, claro). Alguien que es víctima de un ataque con arma blanca y que, en
lugar de hacer un llamamiento a la paz en el país, como cabe a un líder
responsable en momentos de gravedad, hace el gesto de disparar desde la cama
del hospital como si tuviera cinco años. Alguien que dice una cosa y después
dice que no dijo lo que está grabado en audio y vídeo. Alguien cuyos seguidores
tienen que empezar su discurso diciendo: “No es el más inteligente... ni el más
preparado, pero...”.
Jair
Bolsonaro ha ganado incluso antes de ser el más votado en la primera vuelta
porque, hasta defendiendo la barbarie, ha sido el elegido de casi 50 millones
de brasileños. Y cuando hay que explicar por qué no es posible elegir a un
candidato que haga estas declaraciones y se las crea, esta batalla ya está
perdida. ¿Explicar que una mujer no nace del desliz de un hombre ni debe cobrar
menos porque se queda embarazada? ¿Explicar que no es mejor que un hijo muera
en un accidente a que sea gay? ¿Explicar que no se puede decir que un negro no
sirve ni para procrear? ¿Explicar que no es posible matar y torturar? No tiene
sentido tener que explicar esto. Ningún sentido.
Por no
tener ningún sentido, explicarlo tampoco cambia la situación. Vivimos lo que he
definido como “autoverdad”: el contenido no importa, importa el acto de decir.
Así, comprobar hechos tampoco importa, porque los hechos no importan. El acto
de decir se confunde con “autenticidad”, con “sinceridad”, con “verdad”. No
importa lo que se diga. La estética se ha puesto en el lugar de la ética. La
“verdad” se ha convertido en una elección personal. Es el individuo llevado a
la radicalidad. Si, en Estados Unidos, las elecciones de Donald Trump
estuvieron marcadas por la posverdad, las elecciones de Brasil, lideradas por
Jair Bolsonaro, son las elecciones de la autoverdad. Y, al igual que la
posverdad, reproduce la lógica de las redes sociales en internet y sus
burbujas.
La
democracia puede ser una gran fiesta en la que caben todas las diferencias. Es
más, la democracia solo es democracia cuando en ella caben todas las
diferencias. Proyectos que no acojan las diferencias, que quieran eliminar —e
incluso exterminar— las diferencias y ejecutar a quienes las encarnan, no caben
en la democracia. Porque defender la eliminación de los diferentes, diciendo
que no deberían existir o que valen menos que los demás, no es una opinión,
sino un crimen. Un crimen estipulado en la legislación brasileña, pero que
curiosamente persiste en esta campaña y no se ha identificado como crimen ni
castigado por parte de las instituciones responsables.
Jair
Bolsonaro ha ganado incluso antes de quedar en primera posición en la primera
vuelta de las elecciones porque se han suspendido todos los debates importantes
para Brasil, todas las discusiones en curso se han perdido, y el día a día se
ha reducido a espasmos. No solo ha ampliado el odio, sino que también ha secuestrado
el debate. Ha sido un tiempo perdido para quien apuesta por la democracia. Pero
no ha sido un tiempo perdido para los que apuestan por el caos, porque el odio
se ha ampliado y los muros se han hecho más altos y más difíciles de cruzar por
cualquier diálogo.
Jair
Bolsonaro está ganando hace mucho tiempo porque ni siquiera ha tenido que
explicar cómo su gurú económico y futuro ministro de Economía, Paulo Guedes, el
ultraliberal despreciado por los liberales moderados, propone un cambio que
exigirá que los pobres paguen más impuestos y los ricos, menos. O cómo su
vicepresidente, el general Hamilton Mourão, dice que la decimotercera paga del
trabajador es algo que solo existe en Brasil. Ni siquiera eso tuvo que
explicar, porque el médico supuestamente le habría desaconsejado que
participara en el debate en la cadena Globo, pero le habría permitido dar
entrevistas en el mismo horario en Record.
Jair
Bolsonaro ha ganado incluso antes de haber ganado un número expresivo de votos
en la primera vuelta porque ha conseguido sumir a una parte de la población en
una parálisis atemorizada, como si estuvieran averiadas por dentro. Nunca se
olviden de que la primera victoria de la opresión es sobre la subjetividad. Es
lo que hace que una mujer apalizada cotidianamente se calle. O que una mujer
violada no denuncie al violador. Hay algo que la ata por dentro. Es como si
perdiera la voz incluso teniéndola, como si perdiera la fuerza incluso
teniéndola. Ese es el efecto de ser violentada o violentado. Vi a mucha gente
así al final de la campaña de la primera vuelta, que ha vivido la campaña
violenta de Bolsonaro y de sus seguidores como una violencia sobre su propio
cuerpo, sobre su mente y sobre su espíritu. Mujeres, principalmente, pero
también hombres.
Vamos
a ver.
Jair
Bolsonaro ha ganado, incluso antes de ganar, pero no puede seguir ganando. Y la
primera lucha tiene lugar dentro de cada uno. No renuncien a su subjetividad.
No permitan que roben su voz y su fuerza. No dejen que la vida sea tomada por
el miedo. Hay que luchar en la segunda vuelta para que el autoritarismo no se
instale en Brasil por el voto, otra contradicción de la democracia. Hay que
resistir primero en las pequeñas cosas del día a día. En el amor, en la
amistad, en el sexo, en el placer de ver una película o escuchar música, en el
café bien colado. En lo que una amiga mía denomina “cotidianidades”. Y,
principalmente, en el placer de estar juntos. Como dijo alguien en mi página de
Facebook: “Aunque todo salga mal, lo que me interesa ahora es que mis hijos
sepan que su madre luchó contra el horror”.
No
permitan que el “desto” corrompa su espíritu. Aprendan con los niños que han
leído Harry Potter: si los dementores (criaturas que controlan, oprimen y
derrotan robando la alegría) se aproximan, coman chocolate para combatirlos.
Parece una referencia demasiado infantil, pero J. K. Rowling sabía qué
escribía: la comida y la música son lo que hace que la mayoría de los
refugiados consigan vivir lejos de su patria y matria, porque accionan lugares
de la mente que la opresión no alcanza. Solo con la batalla ganada dentro de
cada uno, es posible tener más fuerza en lo que el poeta del Xingú Élio Alves
da Silva se refiere como “Yo+Uno”. Solos, contamos como solo uno. Como
Uno+Uno+Uno... somos millones.
2) Democracia,
autoritarismo y la omisión de las instituciones que deberían combatir los
crímenes
Hay
muchos desafíos en esta segunda vuelta de Jair Bolsonaro y Fernando Haddad
(PT). Si Lula fuera un estadista, habría apoyado a un nombre fuera de su
partido. Alguien que pudiera aglutinar la izquierda y el centro, como Ciro
Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), que quedó en tercer lugar en la
primera vuelta. Y Haddad podría haber sido el vicepresidente. Pero Lula,
desgraciadamente para el país, no es un estadista. Lula es un gran líder, pero
no un estadista. En estas elecciones se ha movido por venganza, no por el bien
de Brasil. Quiso mostrar que, incluso desde dentro de la prisión, podría
dominar la campaña.
Se
puede entender su rabia, ya que encabezaba los sondeos y le impidieron ser
candidato. Ni siquiera pudo dar entrevistas. Como periodista, ya he hecho
entrevistas a decenas de presos, esta prohibición es una arbitrariedad. Se
puede entender su rabia, pero de un líder se espera que domine su rabia y sea capaz
de pensar en los intereses del país por encima de los suyos. Lula no fue capaz.
Y aquí estamos.
Estas
elecciones, desde el principio, han sido las elecciones “del contra”. Las
elecciones “del contra” se recrudecerán en la segunda vuelta. Los que están
contra Bolsonaro versus los que están contra el PT. El país entero sabe que hay
una avalancha anti-PT. Que se manifiesta como odio. Los motivos son varios. Una
parte concentra, incluso, odio contra las virtudes del PT en el poder, como las
cuotas raciales en las universidades y la ampliación de los derechos de las
empleadas del hogar.
Estas
dos acciones del PT en el Gobierno explican gran parte del odio, sin que se
mencione de forma explícita. Estas dos políticas alteraron las relaciones de
poder y de hecho confrontaron privilegios, ya que Lula nunca tocó la renta de
los más ricos. Pero él y Dilma Rousseff sí que tocaron el equilibrio del poder,
concreto y simbólico, cuando los negros entraron en la universidad y cuando las
empleadas del hogar dejaron de ser una versión contemporánea de la esclavitud
para convertirse en otro gremio explotado de trabajadores, entre tantos otros.
Estas políticas —no concesiones de gobierno, sino reconocimiento de luchas
históricas— generaron cambios que son imparables y siguieron confrontando
privilegios incluso después de que el PT fuera apartado del gobierno por el
impeachment de Dilma Rousseff.
A
algunos, entre los cuales me incluyo, se les revolverá el estómago al votar a
un partido que reeditó el proyecto de la dictadura civil y militar en la
Amazonia, reduciendo la selva a objeto de explotación, evidenciado en las
grandes hidroeléctricas como Belo Monte, Jirau y Santo Antônio, y en la
expulsión de los pueblos de la selva. Algunos, entre los cuales también me incluyo,
tendrán que taparse la nariz al votar a un partido que firmó la ley
antiterrorista y que utilizó la Fuerza Nacional para perseguir y reprimir a
manifestantes y trabajadores en las ciudades y en la selva. Algunos, entre los
cuales también me incluyo, tendrán pesadillas al votar a un partido que hasta
hoy no se ha manifestado contra la dictadura asesina de Nicolás Maduro en
Venezuela (ni siquiera eso, PT, ni siquiera eso...). Algunos, entre los cuales
también me incluyo, sufrirán por votar a un partido que consumió los esfuerzos
de por lo menos dos generaciones de brasileños con la promesa de que sería
diferente de los otros y, como los otros, se corrompió en el poder y se alió a
lo más nefasto de la política nacional. Y sufrirán también porque el PT hizo
todo esto y ninguna autocrítica. Ni una autocrítica bien pequeñita, una
autocritiquita. Nada que merezca este nombre.
Pero
algunos, entre los cuales no me incluyo de ninguna manera, utilizan el odio
contra el PT para justificar lo injustificable. Es un truco. Y este truco tiene
que desenmascararse. Si usted ha votado a Bolsonaro, no es porque está en
contra de la corrupción. Había otros candidatos que no eran sospechosos de
corrupción y no los ha votado en la primera vuelta. Ha votado a Bolsonaro
porque comparte sus ideas y comparte su odio. Y si comparte con quien afirma lo
que afirma —que está en contra de los negros, las mujeres, la comunidad LGBTQ,
los indígenas, los campesinos y a favor de las armas y del autoritarismo y de
la tortura y lo de disparar a matar—, entonces esto es lo que usted defiende.
Y, principalmente, este es el tipo de persona que usted es.
O, si
no, usted estaba muy furioso y muy triste con el país y ha votado con rabia, ha
votado como cuando se tienen ganas de romperlo todo y ver cómo salta en
pedazos. Puede pasar. Y, en general, nos arrepentimos de lo que hacemos en esos
momentos cuando la respiración vuelve a la normalidad, pero las consecuencias
se extienden, a veces para toda la vida. Pero ahora tiene otra oportunidad, y
esta es definitiva. Y hay que dejar la rabia a un lado y votar con la razón,
escoger con consciencia. Porque si el dúo de “profesionales de la violencia”,
como el propio Hamilton Mourão definió, asume el poder, será muy grave para el
país. Cuando se vota a profesionales de la violencia hay que saber qué esperar.
Quien
defiende la violencia contra otras personas solo porque son diferentes o porque
confrontan sus privilegios es un corrupto. Aunque nunca se haya corrompido por
dinero, su alma está corrompida. Entonces, no es posible esconderse detrás de
la corrupción. Ni empezar ningún discurso con “No es el más inteligente ni el
más preparado, pero...”. En este caso, hay que asumir el real deseo de
exterminar a los que son diferentes. No se puede votar a un racista ni ser
racista, a un homofóbico sin ser homofóbico, a un machista sin ser machista. Es
un límite. Al hacerlo, si usted no lo era, se convierte en uno. Aunque sea
mujer o homosexual o negro. Y este voto formará parte de su historia. Y también
será su legado para los que vendrán.
El
hecho de que las elecciones sean “del contra” no autoriza a la prensa y a otros
espacios de documentación, análisis e interpretación de la realidad a que
igualen lo inigualable. No se trata de dos iguales. No es eso lo que sucede en
Brasil hoy. Hay un proyecto autoritario para el país, que está negando la
propia democracia. Jair Bolsonaro efectivamente dijo que solo aceptaría el
resultado de las elecciones si las ganaba. Después se echó atrás, pero echarse
atrás no elimina lo que dijo cuando ejerció su tan propagada “sinceridad”. Su
vicepresidente, Hamilton Mourão, efectivamente dijo que era posible que, una
vez fuera elegido, en caso de “anarquía”, diera un “autogolpe”, con el apoyo de
las Fuerzas Armadas.
La
primera declaración de Bolsonaro, tras el resultado de la primera vuelta, fue
justamente cuestionar la integridad del sistema de recuento de votos: “Si
confiara en el sistema electrónico, ya tendríamos el nombre del nuevo
presidente”. Otra vez acusa al avanzado sistema de recuento de Brasil, una de
las pocas cosas que provocan envidia en países mucho más ricos, de no
funcionar. Y deja clarísimo que, si no gana en la segunda vuelta, es porque ha
habido fraude en las urnas electrónicas. Es una amenaza nada velada al proceso
democrático, la de que no aceptará el resultado de las elecciones, solo en el
caso de victoria. Y es una acusación persistente con el objetivo de corroer la
confianza del elector en las urnas electrónicas, para tenerlo a su lado en el
caso de que el resultado de la segunda vuelta no le dé la victoria. Esto es
gravísimo. Y las instituciones no hacen nada a la altura.
Y hay
otro proyecto que disputa esta segunda vuelta, que tiene varios problemas que
hay que señalar y radiografiar, pero que no está confrontando la democracia. El
PT confrontó la democracia cuando fue Gobierno, en su actuación en la Amazonia
y en la represión a los manifestantes y a las manifestaciones contra las
grandes hidroeléctricas y contra el Mundial. Pero el proyecto de Fernando
Haddad no es un proyecto antidemocrático ni el candidato amenaza con rebelarse
contra el resultado de las urnas o contra la propia democracia, como hace su
oponente. Haddad tiene que detallar mucho más su proyecto durante el debate de
la segunda vuelta, y comprometerse mucho más con los derechos de los pueblos de
la selva, pero no representa un proyecto autoritario como su adversario.
Estos
son los hechos.
3) Una
parte de la prensa y del poder judicial actúan partidariamente, pero se
declaran imparciales
La
cobertura —o la no cobertura— del movimiento #EleNão (Él No) ha servido para
alertar sobre un problema que puede agravarse en esta segunda vuelta. Una mujer
negra, de origen periférica y anarquista, inició una protesta autónoma por el
Facebook: Mujeres Unidas Contra Bolsonaro. Hoy, la página, que solo acepta a
mujeres, tiene casi cuatro millones de seguidoras. A partir de este espacio, se
generó un movimiento con el hashtag #EleNão. Este movimiento
llevó a las calles de Brasil y del mundo, el pasado 29 de septiembre, a
centenas de miles de personas para protestar contra lo que representa la
candidatura de Bolsonaro. Solo esta historia ya es extraordinaria, más allá del
gran potencial simbólico de que son las mujeres pobres, la mayoría negras, las
que se cruzaron en el camino del proyecto autoritario de Jair Bolsonaro.
#EleNão realizó la mayor manifestación organizada por mujeres de la historia de
Brasil.
¿Qué
hizo la televisión? Casi ignoró las manifestaciones. Cualquiera puede recordar
con riqueza de detalles como la cadena Globo cubrió en directo las grandes
manifestaciones a favor del impeachment y contra el PT. Nunca
podremos saber con precisión cuánto influyó la propia cobertura en el número de
personas en la calle. En cualquier manual de periodismo, centenas de miles de
personas en las calles de Brasil y del mundo, que por primera vez no estaban a
favor de un candidato o de unas ideas, sino en contra de un candidato y sus
ideas, es una tremenda noticia. Pero la manifestación casi fue ignorada. Y,
cuando se trató, en algunos casos se presentaron los movimientos pro y contra
como si hubieran tenido la misma proporción.
Los
grandes periódicos pusieron fotos en la portada, pero prefirieron otro titular.
La mayoría también se limitó a decir que hubo manifestaciones en contra y
manifestaciones a favor, como si hubiera sido lo mismo. ¿A quién ayuda eso? Al
país, no, y sin duda tampoco al buen periodismo. La cobertura que da el mismo
peso a dos lados con pesos diferentes recuerda mucho a lo que fue la cobertura
del cambio climático durante varios años: media docena de científicos, algunos
financiados por grandes emisores de CO2, que defendían que el
calentamiento global no lo ocasionaba la acción humana, ocupaban el mismo
espacio en los periódicos que el consenso de más del 95% de los científicos más
respetados del mundo, que afirmaban que el calentamiento global lo ocasiona la
acción humana. A esta distorsión de la realidad la llamaban “imparcialidad”. E
aquí estamos, con el planeta corroyéndose cada día más.
La
Policía Militar, que suele calcular el número de personas en los eventos y en
las manifestaciones, esta vez prefirió no contarlas. Así de simple. Un
movimiento histórico se quedó sin números porque la fuerza de seguridad del
Estado sirvió a sus propios intereses privados (y a su propia elección
electoral), sin que hubiera grandes contestaciones. Como si eso pudiera ser de
alguna forma normal o aceptable.
Habrá
que observar con toda la atención cómo lo que se denomina “gran prensa” o
“medios de comunicación tradicionales” se comportará en la segunda vuelta,
especialmente las televisiones. La cadena Record ya dejó claro que ha
abandonado cualquier pretensión de hacer periodismo al poner la entrevista a la
medida de Jair Bolsonaro en el mismo horario que el debate en la cadena Globo
entre los presidenciables, el pasado 4 de octubre. Eran solo preguntas para que
Bolsonaro hiciera gol. Un asesor de prensa de Bolsonaro no lo haría mejor.
El
candidato dijo-que-no-dijo-lo-que-dijo-y-que-está-grabado-que-lo-dijo y no hubo
ninguna contestación por parte del entrevistador. Sin hablar de la edición
apelativa. En ningún otro momento de la historia, Edir Macedo, comandante de la
Iglesia Universal del Reino de Dios y del grupo Record, fundió tan
completamente el proyecto de poder, los medios de comunicación y la religión
como en esta entrevista, que tuvo lugar días después de que apoyara a Bolsonaro
públicamente. Al contrario. La cadena Record, durante varios años, hizo un
visible esfuerzo para separar las esferas, por lo menos para que el público lo
viera, con el objetivo de ganar credibilidad como un grupo serio de
comunicación. La farsa ha terminado. El hecho de que Macedo crea que no hace
falta fingir más es un fuerte indicador de lo que viene por ahí.
Por
otro lado, Globo sigue cada vez más cerca del otro lado del paraíso. Apostó
todas sus fichas al impeachment de Dilma Rousseff. Lo consiguió, organizada con
varias otras fuerzas. Apostó todas sus fichas a la renuncia del presidente
Michel Temer tras las denuncias de corrupción que divulgó con exclusividad. No
lo consiguió, porque las otras fuerzas seguían pensando que era mejor continuar
con él, ya que la corrupción, si era importante para el pueblo, nunca lo había
sido para los artífices del impeachment. La apuesta por un candidato de centro,
que podría reacomodar las fuerzas que siempre estuvieron en el poder, falló.
Globo
se encuentra en este momento entre dos oposiciones que solo tienen en común el
odio a Globo: Bolsonaro y el PT. En resumen: el próximo presidente, que
determinará el destino de las grandiosas partidas para publicidad del Gobierno,
odiará a Globo. Pero este es solo el retrato de este momento. Las fuerzas
siempre tienden a reacomodarse para mantener su poder o lo que se puede
mantener de él. En el gobierno Lula, el entonces presidente olvidó hasta la
edición fraudulenta del debate de 1989, decisiva para su derrota, y emprendió
una especie de noviazgo serio con el mayor grupo de comunicación de Brasil.
Hacia
dónde se acomodará —y a qué precio— es lo que habrá que ver. Contra la
acomodación de Globo con Bolsonaro hay un adversario poderoso: esta es la gran
oportunidad de Record y del proyecto de poder de Edir Macedo. La divulgación de
la entrevista con Bolsonaro en Record, a la misma hora que el debate en Globo,
al que el candidato que encabezaba los sondeos dijo que no podría comparecer
por motivos de salud, será solo la primera confrontación. Quien vio el debate
vaciado de Globo, con aquellos candidatos encorbatados, a excepción de Marina Silva
y Guilherme Boulos, y aquel formato soporífero de siempre, con aquella
distensión de cartón piedra, comprobó una vez más que esta ha sido la campaña
del WhatsApp. Ahora hay otro ritmo, también otro lenguaje.
Habrá
que observar de cerca en la segunda vuelta cómo se comportará la prensa que
apostó por una salida del centro y no lo consiguió. También será el gran
desafío para que el periodismo o se fortalezca, mostrando cuán insustituible es
en una democracia, o se vaya por el desagüe de la irrelevancia como nunca
antes. Si la agenda periodística sirve para reacomodar los proyectos de poder
de las empresas de comunicación, se habrá terminado. Todavía falta una
autocrítica profunda de parte de la prensa sobre su papel en el impeachment y
ya llega otro desafío mucho más intrincado. Esperemos que la mayor parte de la
prensa se muestre a la altura, porque Brasil necesita mucho el periodismo
serio.
Otro
protagonista que necesita que lo observen con mucha atención es el poder
judicial que no hace justicia, sino que hace mucha política partidaria. Que el
juez Sergio Moro revelara parte de la delación de Antonio Palocci, exministro y
uno de los más influyentes personajes de los gobiernos del PT, una delación
realizada en abril, sin ninguna novedad y escasas pruebas, seis días antes de
las elecciones, es un ultraje a Brasil. Y no es el primer ultraje a Brasil que
realiza Moro. Este personaje se cree que es un héroe, pero corre el riesgo de
pasar a la historia como un villano. Las palabras que utilizó el senador Tasso Jereissati
para definir lo que le sucedió al Partido de la Social Democracia Brasileña
(PSDB) sirven para Moro: “engullido por la tentación del poder”. El juez se
comporta como si la ley fuera su voluntad, transformándose no en un sheriff,
como a algunos les gusta llamarle, sino en un coronel pagado con dinero
público.
Moro
es el que más avergüenza al poder judicial, seguido de cerquísima por el
magistrado del Supremo Tribunal Federal Gilmar Mendes, y ahora por los también
magistrados Luiz Fux y Dias Toffoli. Pero está lejos de ser el único. Toda esta
crisis también es la historia de una larga serie de abusos de jueces, de todas
las instancias, incluyendo los del Supremo Tribunal Federal, que han olvidado
que son servidores públicos, lo cual significa servir a la población cumpliendo
la Constitución, no sus proyectos privados de poder y sus egos más hinchados
que un muñeco de manifestación. Hay que estar muy atento a cómo se va a
comportar el poder judicial en la segunda vuelta más complicada de la joven
democracia brasileña.
Y
todavía está lo que se denomina “Mercado”. ¿Quién es este “Mercado”, algo que
se pronuncia como si no fueran personas? Basta ver los titulares de los
periódicos de Europa y Estados Unidos, para constatar que una victoria de
Bolsonaro se ve como la victoria de un dictador. ¿Cómo esto podrá ayudar a
Brasil en las relaciones económicas y políticas internacionales? La
propia The Economist, la biblia de los liberales, definió a
Bolsonaro como “la mayor amenaza de América Latina”. Pero los portavoces del
“Mercado” en Brasil están eufóricos con la posibilidad de que un homofóbico,
racista, misógino defensor de la dictadura asuma el poder. Bolsonaro crece en
los sondeos, la bolsa sube y el dólar baja. Como dijo uno de estos iluminados,
Felipe Miranda, de la asesoría financiera Empiricus, en una entrevista a El
País Brasil, al analizar una “situación hipotética”: “En el caso de que se
cerrara el Congreso y se aprobara a la fuerza una reforma de las pensiones, la
bolsa subiría”.
Es
autoexplicativo.
4)
Cómo convertir las elecciones del contra en unas elecciones a favor
La
corrosión del día a día en Brasil es una imagen explícita en las calles. En los
últimos años, las aceras volvieron a ser habitadas por vivos que parecen
cadáveres. Y nosotros, que no hemos perdido nuestras casas, pasamos por estos
seres humanos como muertos que parecen vivos. Porque fingir que no vemos el
dolor de los otros también mata. Este Brasil tiene que cambiar. Y no sucederá
con las personas apuntando armas unas a las otras.
Ni
sucederá con el miedo. Cuando siento que la opresión me estrangula, y que el
miedo intenta infiltrarse en mis huesos, recurro a la literatura. El arte
conversa con lo más profundo que tenemos, por eso fue tan atacado por las
milicias de internet. El arte conversa con la libertad que resiste en nuestro
interior.
Recurro
especialmente a una autora que vivió la represión de una forma muy intensa, una
alemana que vivió la dictadura comunista de Nicolae Ceausescu, en Rumanía. En
un libro de ensayos, Siempre la misma nieve y siempre el mismo tío,
Herta Müller, ganadora del Nobel de Literatura de 2009, escribe sobre la
resistencia, la resistencia en las pequeñas cosas, en aquello que llama
“naturalidad”. Y que mi amiga llama “cotidianidades”.
Comparto
un fragmento con ustedes, en el que habla de la infiltración del nazismo en los
corazones y las mentes de los “ciudadanos de bien”:
“La
naturalidad, lo aprendí a partir de los poemas de Theodor Kramer, es la cosa
menos extenuante que tenemos. Está en el momento y no tiene nombre, para
existir necesita permanecer desapercibida, porque nosotros también necesitamos
dejar que no nos perciba. Los poemas muestran de una manera agudamente clara
como la naturalidad puede extraviarse cuando es anulada por la arbitrariedad
política.
Los
poemas de Kramer muestran que el escándalo no empieza con el exterminio de los
judíos en los campos de concentración, sino años antes, con el robo de la
naturalidad en las casas, cafés, tiendas, tranvías o parques por parte de la
mayoría de los correligionarios. Que, en el nazismo, la política la hacían no
solo los convictos, sino también los ignorantes serviles. (...) Todos aquellos
que no se volvían en contra de esta política formaban parte de ella”.
Todos
aquellos que no se volvían en contra de esta política formaban parte de ella.
Herta
cuenta que los judíos vivían en aquel entonces el robo diario de la
naturalidad. Me parece que, en esta primera vuelta, con la amenaza concreta del
dominio de la opresión, aunque el proyecto autoritario alcance el poder por el
voto, parte de los brasileños, los más frágiles mucho antes, han vivido el robo
diario de la naturalidad de otra manera. La amenaza de perder la posibilidad ya
se ha vivido como pérdida de la posibilidad. Y, entonces, la posibilidad de los
pequeños actos ha dejado de existir. Y, vale la pena repetirlo: esta es la
primera victoria del opresor.
Una
vez más, la textura del presente se ha suspendido por un proyecto autoritario.
La democracia, en Brasil, vive en sollozos, interrumpida por la excepción. Esta
ha sido nuestra historia. Cuando empezamos a discutir un proyecto original de
país, cuando los indígenas y los negros y las mujeres empiezan a ocupar nuevos
espacios de poder, el proceso se interrumpe. Cuando empezamos a tener paz, la
guerra vuelve a empezar. Porque, de hecho, la guerra contra los más frágiles
nunca ha parado. Se amenizó, algunas veces, pero nunca ha parado. Esta vez, la
perversión es que, hasta ahora, el proyecto autoritario se está estableciendo
con ropaje de democracia.
Tomado
de: https://elpais.com/internacional/2018/10/09/america/1539111767_493314.html?id_externo_rsoc=TW_CC
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