Hace
apenas unas semanas el régimen de Maduro había secuestrado y torturado al
diputado de la Asamblea Nacional Juan Requesens, justo después de haber
ejercido un derecho de palabra en una sesión parlamentaria. Las imágenes que
sus propios captores circularon mostrando al joven totalmente vejado, no
lograron interrumpir por mucho tiempo la rutina del disimulo colectivo que
continuó hasta que de pronto, cae el cadáver del concejal Fernando Albán desde
el décimo piso de la sede de la policía política. Baja el telón.
No es
la primera vez que esta dictadura asesina a alguien, pero torturar a un preso
político hasta su muerte y lanzar el cadáver por la ventana para simular un
suicidio, es un nuevo nivel de maldad, sadismo y terror. A Fernando Albán lo
esperaron y capturaron en el aeropuerto de Maiquetía justo cuando llegaba de
Nueva York donde participó en las jornadas relacionadas con la sesión de la
Organización de Naciones Unidas. Y su abominable asesinato ocurrió justo cuando
estaba en Caracas el Senador Bob Corker del partido demócrata de los EE.UU,
reunido con representantes de la dictadura y algunos de sus socios camuflados
de oposición. Una simulación de un diálogo que terminó con la simulación de un
suicidio, pero que en ambos casos se trató de un crimen.
Lo más
elocuente fueron las horas posteriores, cuando el dictador Maduro dio un
discurso en una actividad de su partido arremetiendo contra Julio Borges a
quien llamó “auto exiliado”. No hubo mención al hecho, ni siquiera para
reforzar la interesada tesis del suicidio que poco antes el Fiscal en
usurpación había decretado. Lo que hubo fue un desafió directo al resto de la
oposición legítima, lo que con el cadáver fresco de Albán haciendo las veces de
cabeza en la estaca, significaba una amenaza de muerte colectiva.
Entre
el secuestro de Juan Requesens y el vil asesinato de Fernando Albán han pasado
sólo dos meses, tiempo durante el cual ha arreciado toda forma de persecución,
no solo contra la dirigencia política, sino también contra periodistas,
comerciantes y trabajadores. Anulaciones arbitrarias de pasaportes,
prohibiciones de salida del país, secuestros, torturas, golpizas y asesinatos.
Es un Estado policial que lejos de esconder sus crímenes, los publicita para
que todos se enteren que están dispuesto a todo para mantenerse en el poder.
¿Vamos a seguir disimulando hablando del texto constitucional que de nada vale
mientras haya dictadura, proponiendo diálogos y elecciones para bajarle el
costo de la represión a la tiranía y otorgarle impunidad?
Cuando
sucedió lo de Requesens escribí que su imagen torturada era un espejo que nos
retrataba a todos, porque al final todos estábamos dopados y con la ropa
interior sucia. Ahora, con el eco de la caída del cuerpo de Albán solo espero
que hayamos terminado de despertar de esa rutinización del fracaso y
burocratización de la derrota, para entender que todos somos rehenes y como
víctimas debemos unirnos para revelarnos porque se trata de la lucha contra un
tirano criminal, y la primera conquista que debemos procurar es la de la
verdad, llamar las cosas por su nombre, sin engañar, sin matizar, sin disfrazar
de gesta la rendición, sin disimular. Se lo debemos a Albán. Por cierto, Juan
Requesens sigue secuestrado, como muchos otros. Abajo la dictadura.
José
Ignacio Guédez Yépez
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