Pedro Luis Echeverría 10 de octubre de 2018
Lo que
podría haber sido impensable unos años atrás, cuando el proyecto autoritario
del actual gobierno se fundamentaba, en buena medida, en el aislamiento de una
parte la sociedad civil adversa al régimen, en su reclusión a un estado de
oposición permanente y en construirles la aureola de una imposible alternativa
de poder, paradójicamente pasó a constituir la mejor salida posible ante las
difíciles circunstancias en las que se encuentra el país.
La
conflictividad social que padecemos muestra la magnitud del problema que
afronta el gobierno y que solo puede resolverse con un cambio del modelo
socio-político que ha venido desarrollando. La quiebra de los servicios
sociales, la marginación, la hiperinflación, el desempleo, el engaño, la forma
maniqueísta en que el régimen presenta las esperanzas de redención en tiempos
de desintegración social, han determinado que la otrora multitudinaria adhesión
al régimen muestre un inexorable descenso.
Al
modelo del gobierno no se le percibe como una alternativa para la cohesión
social sino más bien como un factor de exclusión y segregación dentro de la
sociedad venezolana. Representa, para el ciudadano común, un fracaso más que no
le compensa el castigo sufrido por las fracturas sociales y la pérdida de
status. Ese ciudadano ha comenzado a entender que es moral y existencialmente
inaceptable que un proceso de inclusión como el que preconiza el gobierno se
fundamente en la exclusión ajena y se pretenda clasificar a las personas e
instituciones en dignas e indignas, dependiendo del grado de adhesión y lealtad
con el dictador de Miraflores.
La
posibilidad que tiene la disidencia de conquistar democráticamente el espacio
institucional desde donde proponer una nueva alternativa para conducir los
destinos de la Nación avanza sostenidamente a pesar de la falta de visión,
desprendimiento, falta de liderazgo y pésima conducción de sus dirigentes.
Estos
tiempos de estancamiento político, de amenazas contra la seguridad comunitaria,
de desprestigio del régimen, de la invasión sistemática de extranjeros en
instituciones fundamentales de la República y la represión gubernamental a las
ideas y valores modernizadores, van edificando la demanda de un conjunto de
valores alternativos a los que sustentan quiénes tomaron el poder en 1999.
El
ambiente es, por tanto, propicio para poner sobre la mesa una revisión de todo
lo acontecido hasta ahora, examinar la caducidad del sistema operante, la
falsedad de los fundamentos mismos del Socialismo del siglo XXI y el
fortalecimiento de la tradición venezolana diferenciada del comunismo. En fin,
una obligada rectificación a la deformación operada en los valores de nuestra
sociedad
Recuperar
la autoestima de la disidencia nacional, la reafirmación de la unidad como
fundamento insoslayable y propiciar, desde las posiciones políticas ganadas en
los comicios, la capacidad para participar activamente en la orientación del
país, abre la oportunidad para reafirmar los valores de libertad e igualdad de
los seres humanos, su dimensión universal y la pluralidad que el gobierno
sistemática y perversamente ha desconocido. El futuro es nuestro.
Pedro
Luis Echeverría
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