Carolina Gómez-Ávila 24 de julio de 2021
Con
frecuencia critico la diplomacia del Vaticano porque me parece diferente del
credo que la sostiene. También lo hago con la cúpula patronal y eso no impide
que defienda tanta libertad empresarial como sea posible con tantas leyes
regulatorias como sean necesarias.
Como
ambos actores —Iglesia y empresariado— han venido cambiado sus apoyos a los
políticos nacionales desde hace algún tiempo, estuve muy atenta a la
transmisión en línea de su Asamblea General el martes pasado, que contaba con
la presencia del poder de facto.
En
cuanto a los discursos, extrañé tiempos de mentes más profundas y agudas. Es un
privilegio haberlos vivido. Seguramente por eso, esta vez todos me parecieron
grises. Lo que no fue gris, fue la reacción a la carta que envió el secretario
de Estado del Vaticano y que leyó el obispo auxiliar de Caracas.
Me
parece llamativo que la carta en cuestión esté fechada el 23 de junio pasado y
hayan esperado casi un mes para hacerla pública. Igual de llamativo que el
poder siembre dudas sobre su autenticidad. Eso obliga a revisarla dos o tres
veces más buscando los elementos que hayan despertado la furia del monstruo.
De
entrada, Parolin ausente se convirtió en el orador mejor amoblado de ese
encuentro y, en su carta, solo veo tres fragmentos vermífugos. El primero:
«Al
igual que ustedes considero que es importante que la sociedad civil sea también
protagonista de la solución a la crisis actual de ese amado país, una solución
que solo se dará si los venezolanos, y especialmente los que tienen algún tipo
de responsabilidad política, están dispuestos a sentarse y a negociar, de un
modo serio, sobre cuestiones concretas que den respuesta a las verdaderas
necesidades de los venezolanos, y durante un período limitado en el tiempo».
Lo
anterior supone que, hasta ahora, el poder de facto no ha sido serio, ni
concreto, ni le ha importado solucionar las verdaderas necesidades de los
venezolanos y ha aprovechado todas las ocasiones para diluir los reclamos y
alargar la duración del debate, dándose la oportunidad de hacer los ajustes
internos que le permitan permanecer en el poder.
Esto
podría poner de mal humor a la tiranía pero no es nuevo ni es la primera vez
que se lo dicen. Quizás sea la primera vez que el Vaticano lo declara
públicamente y eso suponga renunciar a la coartada del apoyo de la católica,
apostólica y romana. ¿Pero es suficiente para la cólera? A continuación Parolin
dice:
«Si
una negociación como la señalada tiene éxito, será necesaria una gran
generosidad y paciencia, pues la crisis actual no se resolverá inmediatamente,
sino que aún serán necesarios aún múltiples esfuerzos y sacrificios por parte
de todos».
Esto
es enervador, ¡pero para el pueblo! Lo que nos está diciendo el Vaticano no nos
lo ha dicho ningún líder político ni los embaucadores de la economía que
pronostican efecto rebote y despegue veloz. ¡Bendito desengaño!, Parolin habla
con santísima sensatez.
Agradezco
que nos advierta que nuestra alegría por la libertad —si tenemos la dicha de
vivirla— durará lo que dure la comida que tengamos almacenada. A continuación
vendrán medidas desesperantes que pueden alterar la paz social y hará falta que
los líderes nos convenzan de que esta vez no será un paño tibio, sino una
auténtica cura para no tener que vivirlo otra vez.
Finalmente,
el párrafo en el que encuentro elementos suficientes para provocar la ira del
demonio:
«En
este sentido, deseo resaltar, con palabras del papa Francisco, que “quienes
pretenden pacificar a una sociedad, no deben olvidar que la inequidad y la
falta de desarrollo humano integral no permiten generar paz. En efecto, ‘sin
igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra,
encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión.
Cuando la sociedad local, nacional o mundial, abandona en la periferia a una
parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de
inteligencia que puedan asegurar, indefinidamente, la tranquilidad’. Si hay que
volver a empezar, siempre será desde los últimos”».
El
texto de Parolin cita un fragmento de la Encíclica papal Fratelli tutti (Hermanos todos) fechada el 3 de
octubre del año 2020, en plena pandemia.
235.
Quienes pretenden pacificar a una sociedad
no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral
no permiten generar paz. En efecto, «sin igualdad de oportunidades, las
diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que
tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o
mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas
políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar
indefinidamente la tranquilidad». Si hay que volver a empezar, siempre será
desde los últimos.
Pero
en este fragmento, el papa quien remite a la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (La alegría del evangelio)
del 24 de noviembre de 2013, que es donde se origina el rapapolvo:
59.
Hoy en muchas partes se reclama mayor
seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de
una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la
violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero,
sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra
encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión.
Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una
parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de
inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no
sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los
excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en
su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la
injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente
las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. Si
cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una
sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal
cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse
un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de la historia», ya que las
condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no están adecuadamente
planteadas y realizadas.
Si yo
fuera dictadura, este párrafo de la carta de Parolin sí que me preocuparía.
Sentiría que me están advirtiendo de un estallido social, que serían inútiles
las políticas sociales y que —peor— también serían inútiles las fuerzas
policiales o de inteligencia. Sin duda me enfurecería que lo dijera, incluso si
estuviera exponiendo por primera vez en público lo que quizás me haya dicho
varias veces en privado.
Además,
el texto incluye una incómoda manera de recordar a la comunidad internacional.
¿No estaría, ella, abandonando en la periferia a Venezuela, que es una parte de
sí misma?
Caramba,
ahora sí me parece que sería suficiente como para que un dictador, violador de
los derechos humanos, calificara esa carta como un compendio de odios, de
veneno, de rencillas, de casquillo, de cinismo, de intrigas, de ataques; en
resumidas cuentas, una basura… de la autoría del propio papa Francisco.
Usted
puede ver y escuchar a
monseñor Barreto leyendo la carta de Parolin a partir de 01:13:27. Puede leer
la carta de Parolin, publicada por
el expresidente de Fedecámaras.
Carolina
Gómez-Ávila
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico