Humberto García Larralde 20 de julio de 2021
Se
suele apelar a la fábula del alacrán con la rana porque señala una verdad
aviesa: hay seres cuyas conductas desafían la razón porque está en “su
naturaleza” actuar así. Quienes pensaban que, una vez manifestada su
disposición a negociar con la oposición –bajo auspicios europeos–, el régimen
se entregaría a ello como si se tratara de un juego de ajedrez, no tienen idea
de con quién tratamos.
El
fascismo no hace política; libra una guerra contra quienes no se le someten,
porque esto los hace sus enemigos. Si negocia, es con la intención de ganar
tiempo para reagrupar sus fuerzas o porque se ve forzado a ello para
preservarlas, pero siempre con la intención última de aniquilar a los
desadaptados. “Está en su naturaleza”. Aquello de labrar consensos mínimos en
torno a ciertas ideas en aras de permitir acuerdos que favorecen al pueblo, no
aparece en su manual. Éste se nutre de una realidad alterna, construida
evocando mitos épicos que dividen a la sociedad –su campo de batalla—entre un
“nosotros”, patriotas y “revolucionarios”, y un “ellos”, formado por la chusma
de traidores contrarios a su dominación. Esta visión maniquea la alimenta
incesantemente con nuevas fabricaciones. La mentira es un arma de guerra. El fascismo
tiene que mantener siempre la ofensiva, tensando la confrontación con consignas
sencillas que alebresten las pasiones de partidarios, prestos al combate, no su
apego a la razón.
Las
actuaciones recientes de Maduro y los suyos parecieran dirigidas a torpedear,
deliberadamente, un posicionamiento favorable ante el proceso negociador, sobre
todo a los ojos de sus garantes europeos. Al apresar arbitrariamente a Javier
Tarazona y otros integrantes de la directiva de Fundaredes, luego a Freddy
Guevara, y acosar a plena luz del día a Juan Guaidó, vuelven a mostrar las
peores tretas del fascismo criollo. Y más bochornoso todavía es escuchar al
fiscal usurpador o a los hermanos Rodríguez fabular acerca de la
responsabilidad de estos y otros demócratas en la violencia desatada en Apure o
en la Cota 905, ambas resultado de alianzas montadas por Maduro con la
disidencia de las FARC y con el Koki, que se les fueron de las manos. Sin el
más mínimo sentido del ridículo, Maduro llegó incluso a denunciar que, desde España,
Leopoldo López había armado al delincuente para atentar “contra el humilde
pueblo venezolano”. Y Arreaza secunda la payasada culpando a Chile de recibir
órdenes de los EE.UU. al cobijar en su embajada al dirigente opositor, Emilio
Graterón, señalado, también, como supuesto promotor del tiroteo de la 905. No
podía faltar la denuncia de que, por detrás, está la mano peluda del imperio y
de la “derecha” colombiana, llegando al extremo de señalar a la policía del
hermano país de suministrarle las armas al Koki. Reproducen, así, los funestos
procedimientos de la Gestapo Nazi: detener a quienes se consideran enemigos
para luego inventarles los cargos más funestos.
En
perspectiva, sabemos que estas actuaciones en absoluto son anómalas en el
proceder del régimen. Así lo recogen los informes de la Alta Comisionada de las
NN.UU. para los Derechos Humanos, como de la misión especial designada por su
Consejo de Derechos Humanos, y muchos reportes más. Roland Carreño tiene meses
preso con base en similares fabulaciones, hace no mucho asesinaron a Fernando
Albán y al capitán Acosta, estando ambos detenidos, siguen torturando a los
militares dignos que no se doblegan e –imposible de olvidar—sus esbirros
asesinaron a centenares de compatriotas que salieron a manifestar su derecho a
la protesta entre 2014 y 2017. La confiscación arbitraria de las instalaciones
de El Nacional por parte de Diosdado Cabello y tantos atropellos más, son parte
de esta “naturaleza”.
Como
hemos insistido, Venezuela ha sido un territorio conquistado para el saqueo por
parte de Maduro, los militares corruptos y la dirigencia cubana. Pero se les
está cayendo a pedazos. No hay forma de complacer las apetencias de las mafias
sobre las que descansa su poder. El botín no alcanza. La alianza criminal empieza
a mostrar peligrosas fisuras, como ha quedado manifiesto en Apure y en algunas
zonas de Caracas, como la 905. De ahí la desesperación del régimen por que le
levanten las sanciones.
Podía
pensarse que el nombramiento de dos rectores demócratas en el CNE, la confesión
de Tarek de crímenes cometidos por sus esbirros, la liberación de algunos
presos políticos y el regreso de dirigentes exiliados, tenían como fin mejorar
la posición negociadora del régimen y que, incluso, se cuidaría de violaciones
como las antes mencionadas. Pero, no. Advertido de que tiene que crear
condiciones electorales aceptadas internacionalmente para que sea considerado
el levantamiento de algunas sanciones, Maduro reclama esto como condición
previa a la negociación, junto a su reconocimiento como mandatario legítimo y
el cese de acciones para desalojarlo del poder (¡!).
Destemplanzas
como ésta y las disparatadas acusaciones referidas anteriormente, llevarían a
dudar, en circunstancias normales, de que se está ante gente cuerda. Pero así
es la “naturaleza” del fascismo.
Existen,
desde luego, intentos por explicar esta conducta. Una, que Maduro le interesa
sabotear la posibilidad de elecciones creíbles con la oposición, luego de
conocer los resultados de las primarias del PSUV y sopesar que las fuerzas
democráticas, si logran unificarse, le propinarían una paliza. En eso, estalló
–¡al fin!— el formidable descontento social que sacude a Cuba. Sabiendo que el
final de la tiranía antillana invariablemente pondría en peligro a la suya, el
okupa de Miraflores se vio conminado a cerrar filas con sus jefes, reprimiendo
“solidariamente” a la oposición venezolana. Está en la “naturaleza” de ambos
regímenes. Pero he aquí que, inesperadamente (¿o no?) aparecen apoyos
internacionales, no de Rusia, China, Irán y Turquía, que siempre aprovecharán
las oportunidades para meterle el dedo en el ojo a EE.UU., sino de sectores
autoproclamados de izquierda o de avanzada en algunos países desarrollados. El
PSOE gobernante en España se niega a calificar al régimen cubano de dictadura
para no contrariar a sus socios de Podemos. Y Black Lives Matter (BLM) arroja
por la borda la autoridad moral adquirida en su defensa del respeto por la vida
de los afroamericanos en EE.UU., al repetir el cuento del “bloqueo” que le echa
la culpa a este país del estallido social ahí. Con ello, exonera la falta de
libertades y la ruina provocada por la tiranía cubana, su verdadera causa. En
2020, Cuba compró USD 157 millones en alimentos a este país “bloqueador”,
apenas detrás de Brasil como proveedor, con USD 158 millones[1].
Difícil,
entonces, que prospere una negociación orientada a abrirle espacios a una
transición que permita recuperar las posibilidades de una vida digna, en
libertad, para los venezolanos, con quienes conciben la política como una
guerra. Ya la Unión Europea y Estados Unidos han hecho conocer de manera
diáfana su oposición a las medidas represivas recientes, alertando que ponen en
peligro la negociación de una salida pacífica a la tragedia venezolana. El
fascismo responde atrincherándose en la mitología construida en torno a la
revolución cubana –David contra Goliat–, a ver si logra, con algunos sectores
izquierdosos de estos países, neutralizar tal apremio. Debe tenerse en cuenta
que sin la presión de los países democráticos, será muy cuesta arriba forzar la
aceptación de condiciones electorales apropiadas en Venezuela, el cese de la
represión y el respeto por los derechos humanos.
La
Unión Europea ha tolerado demasiado los desplantes de la tiranía cubana, bajo el
chantaje de que debe cuidarse de no enajenar la voluntad de sus esbirros,
porque ello impide llegar a acuerdos en favor de una población que tiene 62
años sufriendo las mayores privaciones. Es hora de que entienda que a la
tiranía, esto les importa un bledo. Está en su “naturaleza”, como en la de la
mafia de Maduro y sus militares corruptos, conservar el poder como sea. Un
futuro de libertades y prosperidad en Venezuela y en Cuba, se verá favorecido
con una postura realista, firme y consecuente de los países democráticos.
Humberto
García Larralde
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