Por Nelson Oyarzábal
Recién me entero de que
la reconocida agrupación musical Un Solo Pueblo arriba a su 45 aniversario de
vida artística y, sin pensarlo dos veces, me animo a escribir y actualizar
algunas notas que tenía guardadas en modo pendiente desde hace un
buen tiempo, como una manera de unirme y expresar mi júbilo ante tan memorable
acontecimiento.
Transitar por los
frágiles y escurridísimos hilos de la memoria es una de las mejores opciones
para sumarme a esta celebración, y así poder evocar uno que otro recuerdo que
se mantienen aún frescos y efervescentes, como esperando un simple llamado, un
empujoncito nomás para tomar la escena y marcar su aparición.
Aunque me precio de tener
buena memoria visual, creo que la primera vez que vi a Un Solo Pueblo en escena
fue sobre una angosta y diminuta tarima colocada en un estacionamiento de las
Lomas de Urdaneta en Propatria, en un evento organizado por el grupo Catia,
dirigido por el músico y promotor cultural Orlando Paredes. Para ese momento,
finales de los 70, ya la agrupación estrenaba un repertorio de fulías, golpes
de tambor y parrandas de la costa central y dejaba para la historia un
repertorio inicial de canciones populares enmarcadas en el contexto de la
canción latinoamericana de amplio espectro en países del Cono Sur, sometidos
para ese entonces por férreas dictaduras de corte militarista.
Al poco tiempo, y
producto de una copiosa labor de investigación y de integración respetuosa con
cultores populares ubicados en distintos puntos del país, se produce un hecho
que marca un hito en la historia de la difusión de la música
tradicional: El cocuy que alumbra. Esta sonora parranda navideña del
pueblo de Cata entra por la puerta grande en las emisoras radiales del país,
derrumbando falsas creencias sostenidas hasta ese entonces por los medios de
difusión masiva y por los sellos disqueros de la época. Según la opinión de
estos grupos, no reunía las condiciones para ser difundida en sus plataformas
comunicacionales por ser monótona y poca atractiva para la audiencia
El éxito absoluto de El
cocuy que alumbra» echa por tierra y cambia favorablemente la correlación entre
la tendencia comercial dominante en los medios de comunicación de masas y la
tendencia enmarcada en el rescate y revalorización de la cultura popular y de
sus expresiones más auténticas y genuinas.
Esta melodía se
convirtió en la primera parranda navideña trasmitida por los medios de difusión
masiva. Pero no es simplemente la «pegada» de una melodía de origen popular, ni
el hecho de habérsele ganado una batalla parcial en los medios de comunicación.
La cosa va mucho más allá. Significa, de alguna manera, una victoria temprana
de un movimiento que asume la cultura popular como una vía de resistencia
frente a los acentuados procesos de dominación cultural y como un desafío en la
conquista de nuevos espacios de difusión de la diversidad musical.
De allí en adelante lo
que viene es una arremetida espectacular, una intensa y fructífera labor de más
de dos décadas ininterrumpidas, resumida en 30 producciones discográficas,
miles de presentaciones, la creación del grupo de música infantil: Un Solo
Pueblito, la realización de la película Un solo pueblo: la primera
película musical venezolana dirigida por Manuel de Pedro, y la puesta en
práctica de actividades formativas dirigidas a las nuevas generaciones en el
campo de la ejecución de instrumentos musicales, danza, canto y luthería.
Con esa impronta
maravillosa, con esa traza definida de creación, expansión y transformación
cultural que encierra la experiencia de Un Solo Pueblo, el venezolano común,
habitante de cualquier localidad del país, tanto urbana como rural, empieza a
descubrir y a reconocerse en géneros y sonoridades musicales distintas y
distantes a las cultivadas en sus propios contextos de creación cultural.
Golpes de tambor,
sangueos y fulías de la costa central, guarañas y maricelas, joropos llaneros y
golpes tuyeros, canturías y paraduras de los andes, gaitas de tambora y de
furro del Zulia, golpes y tonos larenses merengues y guasas caraqueñas,
calipsos de El Callao viajan, se entrecruzan y dialogan a lo largo y ancho del
país produciendo nuevos contactos e intercambios musicales y estimulando nuevas
formas de expresión musical de la venezolanidad.
El país se estremece al
son del tumbao melodioso y popular que les imprimen a todas y cada una de las
melodías registradas en su repertorio. Eso sí, manteniendo como norte, y ante
todo, la fidelidad a los orígenes y a los aprendizajes obtenidos de maestros y
cultores. En cualquier celebración de esas que tanto nos gusta a los
venezolanos suena parejo y se deja colar una nueva versión de nuestros géneros
musicales oriundos de la costa central para inyectarle más sabor y alegría a nuestras
fiestas, y acentuar así la valoración y el orgullo por nuestras raíces y
nuestros valores musicales.
El repertorio de la música tradicional venezolana, es decir, las melodías que durante muchos años cantamos y bailamos en nuestras casas, en nuestras fiestas familiares, en nuestras escuelas y centros educativos, y en nuestros emblemáticos actos culturales y sociales se enriquece con la acción integradora, socializadora y multiplicadora que proyecta la agrupación nacida en el callejón Ávila: línea divisoria entre el barrio Chapellín y la urbanización La Florida.
Alcanzar una meta de
esta naturaleza es posible, entre otras cosas, por la versatilidad de los dos
solistas estrellas de la agrupación: Francisco Pacheco y Zorena Valdivieso. Dos
voces que se anclan en el alma musical de nuestros pueblos, para reproducir una
esencia profunda multicolor en giros, matices y detalles que marca una pauta y
traza un camino luminoso en la proyección de nuestra tradición musical. Un
equipo de talentosos profesionales de primera línea Ismael Querales, Florentino
Querales, Froila Gil, Liliam Frías, Loren Golczer, Gerónima Escovar, Juan
Correa, Rafael Torreles complementan y enriquecen la labor, dirigidos
exitosamente por Jesús Querales.
Pero no solo es el
canto sino también el baile que hace de las suyas en esta refrescante
y revitalizadora experiencia cultural. Los ritmos afro-venezolanos dejan de ser
expresión exclusiva de los pueblos de la costa para convertirse en un
patrimonio cultural compartido, en un género asimilado y practicado por todos.
Tanto en los grandes eventos como en cualquier encuentro informal comienza a
ser centro de atención de la fiesta y principal atractivo de los encuentros
cotidianos y festivos.
Mientras tanto, un
nuevo mapa de la identidad musical-cultural venezolana aguas abajo, empieza a
develarse como expresión de un rico proceso de asimilaciones e intercambios
para brindar un nuevo estatus y colocar en un sitial privilegiado a la música
tradicional venezolana. Además de conquistar importantes espacios de aceptación
en la población venezolana, pasa a compartir audiencia y celebridad con géneros
populares de masiva aprobación como la salsa. Inclusive, algunas de sus piezas
llegan a ser versionadas por reconocidas figuras, como es el caso de la canción Woman
de El Callao interpretada por Juan Luis Guerra.
Así pues, muchos de sus
éxitos musicales El cocuy que alumbra, La matica, Viva
Venezuela se convierten prácticamente en himnos para los venezolanos y
empiezan a disputarle la supremacía a la música llanera de corte comercial como
expresión musical representativa de la cultura venezolana.
Dentro de este singular
panorama, entran en escena para producir un efecto estimulante y dinamizador en
la cultura venezolana que se expresa de diferentes formas y maneras: hace que
las comunidades reafirmen y se identifiquen aún más con sus acervos y sus
raíces ancestrales. Estimula la creación de grupos y de un movimiento a favor
de la cultura popular en todo el territorio nacional, enmarcados en su línea
nítidamente trazada. Influye de manera positiva en el surgimiento de nuevas
identidades musicales y en el reconocimiento de la diversidad musical y
cultural. Marca una ruta y, sobre todo, perfila una opción viable para la
investigación, promoción y difusión de la música tradicional a partir de nuevos
códigos y nuevos aportes.
En un tiempo
relativamente corto se convierte en una tendencia, en una referencia
artístico-cultural con proyección nacional e internacional. Definitivamente, un
antes y un después en la difusión de nuestra música.
A punta de
investigación –guiada con mucho tino y esmero por el antropólogo y profesor
universitario Rafael Strauss– y de vinculación orgánica y solidaria con las
comunidades portadoras de tradición, consolidan una propuesta de elevada calidad
técnica, instrumental, interpretativa y pedagógica, dado su posicionamiento en
los medios de difusión masiva y su prolífica producción discográfica.
El entusiasmo sigue
vivo y late con fuerza más allá de las limitaciones confrontadas en los últimos
tiempos, y para celebrar en grande se afinan detalles para el lanzamiento de un
programa radial en los próximos días Un Solo Pueblo canta y cuenta su
historia, como una iniciativa en preparación para iniciar la celebración y
continuar trasmitiendo sus saberes ante su vasta legión de seguidores.
Imposible en esta
reseña comentar sobre las diversas etapas de desarrollo de Un Solo Pueblo,
inclusive, como detonante de transformaciones musicales, estéticas, culturales
y comunicacionales. La propia evolución de su propuesta ocasionó, a lo largo
del tiempo, candentes debates y tensiones en el movimiento de la cultura
popular, aún vigentes y a la espera de nuevas miradas y revisiones. Poner la
lupa en esa dirección resulta atractivo como inventario útil y repaso necesario
de un proceso inconcluso y suspendido en el tiempo. Y como ejercicio vital en
momentos de escasa producción e interés intelectual por temas vigentes y de
relevancia en nuestra cultura contemporánea.
Pues bien, pensar y
reflexionar sobre una memoria viva y palpitante constituida alrededor de la
experiencia de este grupo artístico es un reto en la actualidad, y mi próxima
contribución en este festín que se anuncia en la antesala de la celebración.
Me anoto pues, en la
idea de explorar más a fondo y contribuir a la comprensión de este interesante
capítulo, como una apuesta firme en la reconstrucción de una narrativa útil y
necesaria.
A celebrar y bailar
entonces que lo que viene es bueno. Un Solo Pueblo sigue representando de
manera virtuosa y vital una manera de ser venezolanos, y de hacer buena música
para el disfrute colectivo. Y para fortuna de todos, prometen continuar el
camino andado con esa dedicación amorosa que los ha caracterizado en su
meritoria trayectoria. ¡¡Feliz aniversario!!
Nelson Oyarzabal es
Antropólogo (UCV). Consultor de Programas sociales y culturales. Profesor
Universitario.
20-07-21
https://talcualdigital.com/un-solo-pueblo-una-cruzada-de-amor-por-venezuela-por-nelson-oyarzabal/
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