Marta de la Vega 19 de julio de 2021
Se
supone que la democracia hoy no es solo representativa, como desde la
Modernidad. Es también participativa, deliberativa, comunitaria y ciudadana a
la vez. Esto significa que la acción política de la gente es clave, más allá de
las instituciones convencionales de participación como los partidos, los
sindicatos, los gremios, los grupos de presión, mediante las cuales se
canalizan las demandas sociales, se ejerce la cultura cívica y se consolidan la
cohesión y el tejido social de una nación. Existen nuevos mecanismos de
participación política no partidista ni sectorial de los ciudadanos.
Igualmente,
en el actual proceso de globalización la naturaleza de las relaciones
internacionales se ha transformado. Las interacciones internacionales de
alcance planetario, que trascienden las relaciones exclusivamente entre Estados,
abarcan movimientos sociales o de intereses de ciertos sectores, organismos de
derechos humanos, de protección ambiental y ecológica, de grupos minoritarios
de la sociedad que han logrado proyectar su propia voz.
Pero
nos preguntamos ¿qué podemos hacer cuando, pese a que la correlación de fuerzas
de poder a favor de la verdad, las ideas libertarias y democráticas es
mayoritaria, no se logra resquebrajar la dominación de quienes detentan el
poder sin méritos ni legalidad ni autoridad legítima, pero siguen imponiendo su
voluntad de poder?
No
basta una correlación de fuerzas favorable para impulsar una transición
democrática.
Evaluar
las acciones claves que afiancen una correlación de poder a favor de un proceso
irreversible de reconstrucción del país, para restablecer la confianza, para
deshacer la degradación del país, para despertar la esperanza y un futuro
deseable al alcance de las mayorías, más allá de la indignación y el miedo, son
la estrategia requerida para no sucumbir a los cantos de sirena que hacen
naufragar determinación y coraje hasta de los mejores líderes. ¿Cuáles son
estas cuestiones forzosas?
¿Cómo
quebrar los poderosos intereses económicos y financieros de grupos internos y
externos oportunistas en fusión con los del régimen, sin escrúpulos para medrar
desde la miseria de las mayorías y que se benefician de la anomia moral del
gobierno de facto, que privilegian la ética narcisista del «sálvese
quien pueda» y del «todo vale» mientras siguen usufructuando de la opulencia y
el favoritismo clientelar que los exime de penurias y escasez?
¿Qué
pasa cuando la democracia representativa no nos representa? ¿Qué implica cuando
no hemos elegido a aquellos a quienes se piensa que delegamos nuestro poder
para que actúen en nuestro nombre? ¿Qué significa que el Estado se halle de
espaldas a los ciudadanos y en función de sus intereses particulares en lugar
de estar al servicio del bien común?
¿Qué
supone votar sin poder efectivamente elegir ni hacer respetar la voluntad
soberana y libre de los electores y sin que ello produzca cambios políticos?
¿Qué
hacer cuando se impide que los casi seis millones de venezolanos desarraigados
y forzados a salir del país no puedan ejercer su legítimo derecho al sufragio?
¿Qué acuerdo unitario se necesita para exigir la única solución viable a la
crisis multiforme del país que es la de elecciones creíbles presidenciales,
parlamentarias, regionales y municipales que sean justas, transparentes,
libres, universales y con observación internacional rigurosa de acuerdo con las
normas democráticas?
¿Cómo
actuar cuando en Venezuela el régimen, usurpador, ilegítimo, autocrático,
mafioso y criminal sigue violando los derechos humanos con persecuciones,
detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, torturas y asesinatos viles
mientras aparenta pretender negociaciones con condiciones previas imposibles de
satisfacer y con todas las ventajas para estabilizarse y ser reconocido? O sea,
para no llegar a ningún acuerdo…
¿Y
cuando la camarilla militar civil continúa mintiendo, compulsiva y
reiteradamente, para dominar, engañar y manipular a la numerosa población
alienada o sometida por el control policíaco contra los medios informativos
independientes, mediante la hegemonía comunicacional de la tiranía, disfrazada
de régimen político democrático y de Estado de derecho respetuoso de
instituciones públicas que no son sino cascarones vacíos?
La
respuesta debe brotar de la inteligencia, el corazón y la conciencia ética de
todos los ciudadanos de bien, dentro y fuera de Venezuela.
Marta
de la Vega
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