Américo Martín 25 de julio de 2021
Si las
partes de una pugna terminal se mantienen obsesiva, orgullosa o
intransigentemente encadenadas a sus ideas o a sus caprichos, el desenlace
tendría que ser el peor. Puesto que en la materia en cuestión se han invocado
la invasión militar y una negociación profunda que sea capaz de poner todos los
naipes sobre la mesa, pareciera que al final la salida militar gozaría del
favoritismo, porque del lenguaje de los representantes de las aceras
principales se está a la espera de soluciones inminentes, urgentes.
Las
partes que se han pronunciado sobre el apasionado conflicto venezolano son –o
serían– la oposición representada por la Asamblea Nacional presidida por Juan
Guaidó. Hay otras corrientes opositoras que sin duda jugarán roles muy
importantes, pero hasta ahora podría darse por seguro que correrían en los
mismos rieles de Guaidó por ser la más trascendente y gozar del mayor y
certificado respaldo universal.
El
otro factor duro es el gobierno de Nicolás Maduro. Lidera el Ejecutivo
Nacional, la FANB, las fuerzas policiales, de seguridad e Inteligencia. Pese al
evidente desorden y desgaste reinante en estos cuerpos, le proporcionan un
respaldo estimable al madurismo y su partido. Y la comunidad internacional,
unida como pocas veces antes, alrededor de Guaidó y la Asamblea Nacional
legítima.
El
poder disuasivo de la comunidad internacional es colosal, pero claro, es para
nada incondicional y muy bien que así sea.
Lo
primero es que se brinda para presionar la democratización completa de
Venezuela, como condición para dar por válidas las elecciones que se realicen
en nuestro país; en caso contrario, los gobernantes que se impongan fuera de
las estrictas condiciones democráticas exigidas por la comunidad internacional
serán tachadas de inconstitucionales, en tanto que las sanciones no solo se
mantendrán sino que se intensificarán.
Es lo
más parecido a un juego «trancado». La comunidad internacional ha desestimado
la peligrosa invasión. No la cree eficaz, no la cree útil, no la cree justa.
Está volcada en su totalidad por la democratización de Venezuela como base para
elecciones libérrimas, observadas mundial y nacionalmente. Una colosal fuerza
al servicio de poner en los venezolanos la elección del gobierno que, mediante
el sufragio libre, en condiciones de igualdad de participación, restablezca las
reglas democráticas y elija voto a voto el gobierno que se eche al hombro
nuestra abrumada patria.
En
fin, preferible una limpia y garantizada salida electoral, antes que una
sangrienta salida militar
Es
verdad que el gobierno no termina de encontrar la salida de su laberinto.
Varios de sus colabores dicen cosas para aumentar los desentendidos. Maduro,
por ejemplo, ha dicho inequívocamente que irá a México a dialogar con la
oposición. Parece que ha llegado a la nuez del problema. No obstante, nunca
faltarán cercanos funcionarios suyos que busquen la manera de restarle fuerza a
su declaración.
Decir,
por ejemplo, que se acepta el diálogo, pero que tiene ser simultáneo con «todas
las oposiciones», aunque suene natural y lógico, pretende complicar lo que ya
de suyo es difícil. Lo ideal, por el contrario, es partir de lo que ya tenemos
y es universalmente aceptado.
¿Qué
es lo que tenemos? Una presidencia, una Asamblea y una comunidad internacional
con inmenso poder propio.
En el
reciente caso cubano, en paralelo con el nuestro, fue decisivo no el peso de
una u otra personalidad sino poner a valer los grupos que se han formado
alrededor de tesis en disputa.
Díaz-Canel
en Cuba, por ejemplo, surgió del VI Congreso del PCC, en una relación sumamente
estrecha con Raúl Castro y, entre los dos y algunos más, diseñaron la
estrategia del viraje y la apertura que, lamentablemente, hasta ahora no han
podido cristalizar y quizás sea esa la causa del impresionante sacudón
político-social que tanta admiración colectiva ha despertado.
Si
Nicolás Maduro ha tomado con la seriedad de un estadista el anuncio del
diálogo, debería reunir a su lado a sus más cercanos colaboradores para poder
emitir líneas nítidas que no sean perturbadas por interpretaciones provenientes
de la espontaneidad o de la mala fe. No basta, aunque sea fundamental, convocar
elecciones libres, transparentes, que sean acompañadas de negociaciones francas
y plenas donde se solucionen los pormenores, precisamente, por ser «menores» se
pueden ir entre las piernas sin terminar de resolver esta bendita vaina.
Américo
Martín
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