Trino Márquez 28 de julio de 2021
@trinomarquezc
Los
sucesos del 11 de julio en Cuba han inspirado centenares de artículos que
describen las condiciones de miseria y hastío en las que vive el pueblo de esa
isla. El hambre, la ausencia de empleo, la caída de los ingresos debido a la
reducción de las remesas provenientes de Estados Unidos y la merma del turismo,
el deterioro de los servicios públicos, la imposibilidad de que los jóvenes
cuenten con un futuro promisorio y el ambiente opresivo generalizado por la
inexistencia de organizaciones políticas autónomas y medios de comunicación
independientes, aparecen señaladas entre las razones de las protestas que se registraron
ese día. Esa jornada fue precedida por los reclamos del Movimiento San Isidro y
por la acogida popular que tuvo la canción Patria y Vida, convertida en himno
de la resistencia y deseos de libertad.
Yo
estaba sorprendido de que esa manifestación de hartazgo y rabia no se hubiese
producido mucho antes. La mansedumbre de ese país durante décadas no tiene
antecedentes en América Latina, continente que ha padecido caudillos
despiadados, pero donde también se han desatado revueltas populares que han terminado
por desplazar del poder a los gamonales.
La
pasividad de la isla antillana me llamaba la atención porque desborda el
terreno político e incursiona en el campo de las teorías que explican la
conducta humana y el comportamiento colectivo. Durante los sesenta y tantos
años que ha gobernado el tándem integrado por los hermanos Castro, en paìses
con regímenes autoritarios, incompetentes y corruptos como ese, se produjeron
cambios radicales. Un rápido paneo muestra que ocurrió la Primavera de Praga, a
finales de los años sesenta; los alemanes del Este tumbaron a mandarriazos el
Muro de Berlín; colapsó la Unión Soviética; se derrumbaron los países
comunistas de Europa oriental, entre ellos Albania, el más comunista de todos.
Se formó Solidaridad en Polonia y al final su líder, Lech Walesa, alcanzó la
presidencia de la República. Se produjo la Primavera Árabe que arrastró a
déspotas como Muamar Gadafi, quien parecía indestronable. China, Vietnam,
Camboya y Laos vivieron reformas económicas importantes, aunque permanecieron
sometidas al verticalismo de los partidos comunistas, bloques que no se han
fracturado. En el campo de las naciones con regímenes de ‘derecha’, Franco
murió, dando paso a un proceso de transición hacia la democracia considerado
ejemplar. Pinochet abandonó La Moneda sin que hubiese ningún trauma. En Taiwán
y Corea del Sur, la democracia fue consolidándose.
Todos
estos procesos, y muchos más, ocurrieron en el globo terrestre, sin que en Cuba
se produjese ningún giro, ni siquiera minúsculo, en su petrificado sistema
político, social y económico. Fidel Castro y el Partido Comunista Cubano
terminaron siendo la expresión más conservadora, despótica e inepta del
planeta. Solo comparable con el demencial régimen de la dinastía Kim en Corea
del Norte. Sin embargo, por una patología asociada con la fascinación que
ejercen algunos líderes carismáticos, ante Fidel Castro buena parte de los
políticos e intelectuales del mundo se rendían. Los consideraban un héroe y un
símbolo de la lucha por la dignidad de los pueblos, a pesar de los miles de
opositores y gente inocente que mandó fusilar sin juicios ni tribuales
independientes, y luego de prohibir las organizaciones políticas opositoras,
acabar con la libertad de expresión, nombrar una Asamblea Nacional monocolor y
desterrar para siempre el Estado de Derecho y las elecciones competitivas y
libres.
Los Castro y el PCC han cometido todos los excesos inimaginables. Fidel designó
a Raúl como sucesor; y este al anodino Miguel Díaz-Canel, como si de una
monarquía hereditaria se tratase. ¡Comunismo monárquico!
Esa
tiranía, que ha contado con el favor y la tolerancia de gran parte de
gobernantes demócratas y personalidades del mundo, se ha afincado en ese
respaldo inmerecido para bloquear cualquier transformación que recupere la
libertad, la autodeterminación del pueblo, la democracia y la estructura propia
de una república. Lo que ha perjudicado más a Cuba no es el embargo
norteamericano, sino la ingeniería social y el modelo colectivista, con
planificación central, partido único y Estado totalitario, impuesto por Fidel
Castro hace más de seis décadas. En la isla antillana fracasó, una vez más, la
eliminación de la propiedad privada, el cerco a la iniciativa particular, la
confiscación del poder de los ciudadanos por parte de la burocracia del PCC, la
desaparición de la autonomía del Poder Judicial y del Poder Legislativo, la
centralización, la conversión del sistema educativo en una máquina para
ideologizar y fanatizar la población, Encalló de nuevo el Estado totalitario
asociado con el comunismo. Este naufragio nada tiene que ver con la libre
determinación del pueblo cubano ni con el embargo. A la isla se le impuso el
comunismo por decreto. Hace pocos meses la rígida burocracia oficial reafirmó
que Cuba es ‘irrevocablemente socialista’, sin que los ciudadanos decidieran en
comicios transparentes y libres si quería seguir hundiéndose en la ruina.
Contra
esa dictadura indolente, corrompida y reaccionaria fue que se levantaron los
cubanos, exigiendo que los dejen vivir con dignidad y libertad.
Quisiera ser optimista ante el futuro de esas exigencias, pero no veo que el
tejido político y social de la isla dé para mantener la presión. Tampoco
observo a los factores internacionales dispuestos a brindar el respaldo que la
resistencia interna requiere. La purga en todos los niveles de la nación ya
comenzó. Espero equivocarme para poder gritar pronto ¡Viva Cuba Libre!
Trino Márquez
@trinomarquezc
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