Ángel R. Lombardi Boscán 30 de julio de 2021
La
Regencia cometió el grave error de legitimar un acto de insubordinación como el
que llevó a cabo Monteverde rindiéndose a las evidencias de sus triunfos,
nombrándole capitán general y presidente de la Real Audiencia de Caracas en
septiembre de 1812.
Monteverde
y su gobierno represivo bajo el impulso del sector godo, formado por los
canarios y españoles más fanáticos, hicieron del resentimiento y el odio sus
dos principales excusas para perseguir y encarcelar a los republicanos.
Venezuela empezó a vivir un tiempo de oprobio ante la mirada atónita e
impotente de hombres cultos y civilizados como el regente Heredia, que no
entendieron las razones para no respetar lo que previamente se había acordado
en la Capitulación. «El disgusto, que pública o indiscretamente explicaban los
españoles exaltados contra la aprobación de la capitulación, podía producir un
choque entre los dos partidos, que encendiese la guerra civil», nos dice
Heredia.
La
historiografía tradicional venezolana muy poco se ha ocupado de la contrarrevolución
realista del año 1812, donde el contingente canario tuvo un importante
protagonismo. Los testimonios de muchos contemporáneos nos indican que fue el
grupo realista más activo en cobrar represalias en contra de los republicanos.
En el
fondo, lo que hubo fue una lucha de intereses entre los dos sectores blancos
con mayor arraigo dentro de la sociedad venezolana. Mientras que la elite
criolla blanca apenas representó a 2.500 individuos, los canarios criollos,
también conocidos como blancos de orilla, llegaron a ser 190.000 personas, en
su mayoría resentidos por el desplazamiento social en que se encontraron ante
los mantuanos. Además, muchos alegaron que su condición de hombres blancos
«puros» les hacía racialmente superiores a muchos blancos criollos «mezclados»
y no entendían las razones para desempeñar oficios y trabajos de poco lustre.
En
1811, días después que los criollos declararon la Independencia, un grupo de
canarios reaccionó en contra del Gobierno «revolucionario» y fueron reprimidos.
La llamada «revolución de los isleños» no fue más que un conato de pulperos y
pequeños comerciantes descontentos ante la prepotencia y los desplantes de los
criollos, que ahora ocupaban el poder y que les increpaban para que se
integrasen al partido de la revolución.
El
arzobispo Coll y Prat nos lo refiere de la siguiente manera: «… Había ocurrido
el triste acontecimiento de unos canarios necios, que sin plan ni concierto, y
de un modo todavía más impotente que el de la revolución de los Linares en
octubre de mil ochocientos diez, se arrojaron a una especie de motín que puso
en consternación a todas las familias».
La
represión criolla no se hizo esperar y con unos piquetes de pardos lograron
llevar a la cárcel a un buen número de ellos, posteriormente algunos fueron
incluso ahorcados. El «partido canario», favorable al realismo, había hecho su
irrupción. Desde entonces solo tendrían que esperar que las circunstancias les
fueran favorables para tomarse la «revancha» en contra de los republicanos.
La
irrupción de Monteverde, él mismo canario de origen, creó las condiciones
idóneas para que los isleños lideraran la contrarrevolución frente a la Primera
República. Los jefes realistas que acompañaron a Monteverde todos fueron
canarios, a excepción de Boves; y todos ellos se caracterizaron por su
ferocidad en la represión contra los «insurgentes». Rosete, Antoñanzas, Yáñez y
Morales fueron canarios y tuvieron pocos problemas en sumar adeptos a la causa
que defendieron, atrayéndose a las personas de sus pequeños ejércitos con el
incentivo del lucro a través del saqueo de bienes y propiedades republicanas.
El
«complot» canario, con la venia de Monteverde, creó el 4 de diciembre de 1812
una Junta de Proscripciones para actuar sobre los adversarios y opositores
civiles y militares, compuesta por las siguientes personas: don Domingo
Monteverde, capitán general, isleño; don Fernando Monteverde, tío del anterior,
hacendado, isleño; don Manuel del Fierro, entonces coronel de milicias y luego
gobernador de Caracas, isleño; don Gonzalo Orea, comerciante en quiebra,
isleño; don Antonio Gómez, médico, isleño; fray Juan José García, de Santo
Domingo, isleño; don Vicente Linares, casado con isleña; don Esteban Echezuria;
don Pedro Lamata; don Jaime Bolet; don Manuel Tejada; don Manuel Rubin, todos
ellos comerciantes europeos; don Pedro Benito, oidor; don Antonio Tiscar,
oficial de Marina, y el marqués de Casa León, europeos; y finalmente, don Luis
Escalona; el abogado Oropesa; los presbíteros don Antonio Rojas y don Manuel
Maya, caraqueños.
Monteverde,
luego de su llegada a Caracas, hizo del «partido canario» su principal base de
apoyo dentro de un gobierno de carácter provisional, que luego fue legitimado
por la Regencia y la Constitución de Cádiz. «Los canarios, sin duda alguna,
aprovecharon su oportunidad y recogieron las ganancias. Se vengaron de los
criollos de clase alta y los denunciaron al gobierno español. Fueron
principalmente canarios los que hicieron las listas de sospechosos, los que
atraparon y los presentaron ante los tenientes de justicia canarios para que
los encarcelaran.
Los
canarios emplearon su influencia sobre Monteverde para obtener nombramientos de
puestos importantes para los que no estaban suficientemente preparados. De este
modo los isleños se convirtieron en oficiales del ejército, magistrados y
miembros de la Junta de Secuestros», nos dice el historiador británico John
Lynch.
Monteverde
y sus acólitos entendieron muy pronto que no podían volver a confiar en la
elite criolla, ahora declarada enemiga irreconciliable. El círculo se había
cerrado. La tradicional alianza y colaboración entre las elites blancas dentro
de la colonia venezolana, que empezó a romperse luego de la conjura mantuana de
1808, llegó completamente a su fin en 1812.
Ángel
R. Lombardi Boscán
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