Francisco Fernández-Carvajal 26 de julio de 2021
@hablarcondios
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Amistad con Jesús.
—
Jesucristo, ejemplo de toda amistad verdadera.
—
Fomentar una amistad cordial y optimista con quienes nos relacionamos.
Apostolado y amistad.
I. En
la larga travesía del desierto, el pueblo de Dios instalaba, fuera del lugar
donde acampaba, la llamada Tienda de la reunión o del encuentro. Se
trataba de un sitio sagrado, santo, un lugar aparte. El que visitaba al Señor
salía fuera del campamento y se dirigía a la Tienda del encuentro.
Allí iba Moisés para exponer al Señor las necesidades del pueblo, y Dios hablaba
a Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo1.
En diversas
ocasiones nos muestra la Sagrada Escritura a Dios como amigo de los hombres.
También Abrahán es llamado el amigo de Dios2,
y el pueblo apelaba con frecuencia a esta amistad para invocar el perdón y la
protección divina. Es más, toda la revelación tiende a formar un pueblo amigo
de Dios, enlazado con Él por una estrecha Alianza, que es continuamente
renovada. «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos,
trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía»3.
Este designio divino tuvo su pleno cumplimiento cuando, llegada la plenitud de
los tiempos, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad Santa, se hizo
hombre. Como la amistad supone cierta igualdad y comunidad de vida4,
y la distancia entre Dios y el hombre es infinita, Dios tomó la naturaleza
humana, y el hombre se hizo partícipe de la divinidad mediante la gracia
santificante5.
«El
amigo es amigo para el amigo», la amistad exige benevolencia mutua. Primero nos
amó Dios, y así pudimos corresponder; nosotros le amamos porque Él nos
amó primero6.
El hombre manifiesta su correspondencia aceptando este amor de Dios, abriéndole
su alma, dejándose amar, expresando en obras su amor.
La
esencia de la amistad entre Dios y los hombres se fundamenta en la naturaleza
de la caridad, que es sobrenatural y se derrama en nuestros corazones7 para
que podamos amar a Dios con el mismo amor con el que Él nos ama. Jesús nos
dice: Como el Padre me amó a Mí, Yo también os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor8.
Y dirigiéndose al Padre: el amor con que Tú me has amado esté en ellos,
y Yo en ellos9.
La seguridad de que Dios nos ama es la raíz de la alegría y gozo del
cristiano: Vosotros sois mis amigos...10.
¡Qué inmensa alegría podernos llamar amigos de Dios!
A lo
largo de su vida terrena, Nuestro Señor estuvo siempre abierto a una amistad
sincera con quienes se le acercaban; es más, en muchas ocasiones fue Él quien
tomó la iniciativa para atraerse a todos a Sí: con Zaqueo, con la mujer
samaritana..., con todos. Era amigo de sus discípulos, que son conscientes de
este particular aprecio. Cuando no entendían algo, se acercaban a Él con
confianza, como nos muestra el Evangelio de la Misa de hoy11: explícanos
la parábola, le piden con toda naturalidad. Y el Señor les toma aparte y
les desvela el contenido de sus enseñanzas de una manera más íntima. También
participaban de sus alegrías y de sus preocupaciones; y recibían aliento y
ánimo cuando lo necesitaban.
Del
mismo modo, el Señor nos ofrece ahora su amistad desde el Sagrario. Allí nos
consuela, nos anima, nos perdona. En el Sagrario, como en aquella Tienda
del encuentro, habla el Señor con todos, cara a cara, como un
hombre habla con su amigo. Con la gran diferencia de que aquí, en nuestros
templos, está Dios hecho Hombre: Jesús, el mismo que nació de Santa María, el
que murió por nosotros en una cruz.
II. A
Jesús le gustaba conversar con quienes acudían a Él o con quienes encontraba en
el camino. Aprovechaba estas ocasiones para llegar al fondo del alma y levantar
el corazón hasta un plano más alto, muchas veces –cuando sus interlocutores
estaban bien dispuestos– hasta la conversión y la entrega plena. También quiere
hablar con nosotros en la intimidad de la oración. Y para eso debemos estar
abiertos al diálogo, a la amistad sincera. «Él mismo nos ha cambiado de siervos
en amigos, como claramente lo dijo: vosotros sois mis amigos, si hacéis
lo que os he mandado (Jn 15, 14). Nos ha dejado el modelo
que debemos imitar. Por tanto, hemos de compartir la voluntad del amigo,
revelarle confidencialmente lo que tenemos en el alma y no ignorar nada de
cuanto Él lleva en su corazón. Abrámosle nuestra alma, y Él nos abrirá la suya.
En efecto, el Señor declara: os he llamado mis amigos porque os he
comunicado todo lo que he oído a mi Padre (Jn 15, 14). El
verdadero amigo, pues, no oculta nada al amigo; le descubre todo su ánimo, así
como Jesús derramaba en el corazón de los Apóstoles los misterios del Padre»12.
Los
cristianos podemos ser hombres y mujeres con más capacidad de amistad, porque
el trato habitual con Jesucristo nos dispone a salir de nuestro egoísmo, de la
preocupación excesiva por los problemas personales, y así estar abiertos a
quienes frecuentan nuestro trato, aunque sean de diferente edad, aficiones,
cultura o posición. La amistad, con todo, no nace de un simple encuentro
ocasional, ni de la mutua necesidad de ayuda. Ni siquiera la camaradería, el
trabajo en común o la misma convivencia llevan necesariamente a la amistad. No
son amigas dos personas que se encuentran todos los días en la misma escalera,
en el transporte público o en la oficina. Ni la mutua simpatía es, por sí
misma, amistad.
Afirma
Santo Tomás13 que no todo amor indica amistad, sino el amor que
entraña benevolencia, es decir, cuando apreciamos a alguien de tal manera que
deseamos para él el bien. Existe más posibilidad de amistad cuanto más grande
es la ocasión de difundir el bien que se posee: «solo son verdaderos amigos
aquellos que tienen algo que dar y, al mismo tiempo, la humildad suficiente
para recibir. Por eso es más propia de los hombres virtuosos. El vicio
compartido no produce amistad sino complicidad, que no es lo mismo. Nunca podrá
ser legitimado el mal con una pretendida amistad»14;
el mal, el pecado, no une jamás en la amistad y en el amor.
Nosotros,
los cristianos, podemos dar a nuestros amigos comprensión, tiempo, ánimo y
aliento en las dificultades, optimismo y alegría, muchos detalles de
servicio..., pero, sobre todo, podemos y debemos darles el bien más grande que
poseemos: Cristo mismo, el Amigo por excelencia. Por eso la
amistad verdadera lleva al apostolado, en el que comunicamos los bienes
inmensos de la fe.
III. ...Y
conversaba con Moisés, cara a cara, como habla un hombre con su amigo.
Quien vive en amistad con Dios entenderá con más facilidad el valor de la
amistad en sí misma y, sin instrumentalizarla, será cauce de un apostolado
fecundo, como exigencia que le es natural, que pide comunicar al amigo los
bienes propios.
Un
amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada
vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable15.
Por eso mismo la amistad necesita ser protegida y defendida contra el paso del
tiempo, que lleva al olvido, al distanciamiento; contra la envidia, que es
frecuentemente lo que más corrompe la amistad16.
Ojalá podamos decir como aquel hombre, que terminaba así unos apuntes
autobiográficos: «De algo puedo ufanarme: no creo haber perdido jamás un
amigo».
Al
amigo se le pide que sea fiel, que se mantenga firme en las dificultades, que
resista la prueba del tiempo y de las contradicciones, que salga en defensa de
su amigo en cualquier situación que se presente: «ser fieles a la amistad
verdadera –aconsejaba San Ambrosio–, porque nada hay más hermoso en las
relaciones humanas. Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a
quien abrir el corazón, desvelar la propia intimidad y manifestar las penas del
alma; alivia mucho tener un amigo fiel que se alegre contigo en la prosperidad,
comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en los momentos difíciles»17.
Fomentemos
la amistad cordial y sincera, optimista, con quienes nos relacionamos todos los
días: con los vecinos, con los compañeros de trabajo o de estudio, con esas personas
de las que recibimos o a quienes prestamos cada día un servicio exigido por el
quehacer profesional o voluntario... Seamos amigos de modo particular de
nuestro Ángel Custodio. «Todos necesitamos mucha compañía: compañía del Cielo y
de la tierra. ¡Sed devotos de los Santos Ángeles! Es muy humana la amistad,
pero también es muy divina; como la vida nuestra, que es divina y humana»18.
El Ángel Custodio no se aleja por nuestros caprichos y defectos; sabe las
flaquezas y miserias, y tal vez por eso nos ame más19.
Pero,
sobre toda amistad, debemos hacer fuerte y piadosa la amistad «con el Gran
Amigo, que nunca traiciona»20.
A Él lo encontramos con suma facilidad; está siempre dispuesto a recibirnos, a
permanecer con nosotros el tiempo que deseemos. «Id a cualquier parte del mundo
donde queráis, cambiad de casa cuantas veces lo deseéis, en la iglesia católica
más próxima vuestro Amigo está siempre esperándoos, día tras día»21.
Allí le podemos hablar cara a cara, como un hombre habla con su Amigo; nos
espera siempre y desea que vayamos a verle... y a oírle. En Él aprendemos de
verdad a ser amigos de nuestros amigos, a estar siempre prontos y abiertos a
toda amistad sincera, que será camino natural por el que Cristo, nuestro Amigo,
llegue hasta lo más profundo de sus almas.
1 Primera
lectura. Año I. Ex 33, 11. —
2 Cfr. Is 41,
8. —
3 Conc.
Vat. II, Const. Dei Verbum, 2. —
4 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 23 a. 1. —
5 Ibídem.
—
6 1
Jn 4, 19. —
7 Cfr. Rom 5,
5. —
8 Jn 15,
9. —
9 Jn 17,
26. —
10 Jn 15,
13-14. —
11 Mt 13,
36-43. —
12 San
Ambrosio, Sobre los oficios de los ministros, 3, 135.
—
13 Santo
Tomás, loc. cit. —
14 J.
Abad, Fidelidad, Palabra, Madrid 1987, p. 110. —
15 Ecl.
6, 14-17 —
16 Cfr. San
Basilio, Homilía sobre la envidia. —
17 San
Ambrosio, o. c., 3, 134 —
18 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 315 —
19 Cfr. A.
Vázquez de Prada, Estudio sobre la amistad, Rialp, Madrid
1956, p. 259. —
20 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 88 —
21 R.
A. Knox, Sermones pastorales, Rialp, Madrid 1963, p. 473.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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