Francisco Fernández-Carvajal 18 de julio de 2021
@hablarcondios
—
Necesidad de buenas disposiciones para recibir el mensaje de Jesús.
—
Querer conocer la verdad.
—
Limpiar el corazón para ver claro. Dejarse ayudar en momentos de oscuridad.
I.
Leemos en el Evangelio de la Misa1 que
se acercaron a Jesús algunos escribas y fariseos para pedirle un nuevo milagro
que definitivamente les mostrase que Él era el Mesías esperado; querían que
Jesús confirmara con espectáculo lo que predicaba con sencillez. Pero el Señor
les contesta anunciando el misterio de su muerte y de su Resurrección,
sirviéndose de la figura de Jonás: no se dará otro prodigio que el del
Profeta Jonás. Con estas palabras muestra que su Resurrección gloriosa al
tercer día (tantos cuantos estuvo el Profeta en el vientre de la ballena) es la
prueba decisiva del carácter divino de su Persona, de su misión y de su
doctrina2.
Jonás
fue enviado a la ciudad de Nínive, y sus habitantes hicieron penitencia por la
predicación del Profeta3.
Jerusalén, sin embargo, no quiere reconocer a Jesús, de quien Jonás era solo
figura e imagen. También nos dice Jesús cómo la reina del mediodía, la reina de
Saba, visitó a Salomón4 y
quedó maravillada de la sabiduría que Dios había infundido al rey de Israel.
Jesús está prefigurado también en Salomón, en quien la tradición veía al hombre
sabio por excelencia. El reproche de Jesús cobra más fuerza con el ejemplo de
estos paganos convertidos, y termina diciendo: aquí hay algo más que
Jonás... aquí hay algo más que Salomón. Ese algo más en
realidad es infinitamente más, pero Jesús, quizá pensando en sí mismo y con una
cariñosa ironía, prefiere suavizar esa inconmensurable diferencia entre Él y
los que lo habían prefigurado, que eran como sombra y signo del que había de
venir5.
Jesús
no hará en esta ocasión más milagros y no dará más señales. No están dispuestos
a creer, y no creerán por muchas palabras que les hable y por muchas señales
que les muestre. A pesar del valor apologético que tienen los milagros, si no
hay buenas disposiciones, hasta los mayores prodigios pueden ser mal
interpretados. Lo que se recibe, ad modum recipientis recipitur:
las cosas que se reciben toman la forma del recipiente que las contiene, reza
el viejo adagio. San Juan nos dice en su Evangelio que algunos, aunque
habían visto muchos milagros, no creían en Él6.
El milagro es solo una ayuda a la razón humana para creer, pero si faltan
buenas disposiciones, si la mente se llena de prejuicios, solo verá oscuridad,
aunque tenga delante la más clara de las luces.
Nosotros
pedimos a Jesús en esta oración que nos dé un corazón bueno para verle a Él en
medio de nuestros días y de nuestros quehaceres, y una mente sin prejuicios
para comprender a nuestros hermanos los hombres, para jamás juzgar mal de
ninguno de ellos.
II. Para
oír la verdad de Cristo, es necesario escucharle, acercarse a Él con una
disposición interna limpia, estar abiertos con sinceridad de corazón a la
palabra divina.
Carecían
de buenas disposiciones aquellos fariseos que piden al ciego de nacimiento, a
quien ha curado Jesús, una nueva explicación del milagro: ¿Qué hizo
contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? Y la respuesta del ciego descubre
que los prejuicios de aquellos hombres les impiden entender la verdad; quizá
oyen, pero no escuchan. Él replicó: os lo he dicho ya y no me habéis
escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez?7.
Lo
mismo ocurre con Pilato: oye a Jesús estas palabras: He venido al mundo
para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Entonces le preguntó el procurador romano: ¿Qué es la verdad? Y
como no estaba dispuesto a escuchar, dicho esto volvió a salir donde
los judíos8.
Se vuelve de espaldas, sin dejar tiempo a una respuesta que en el fondo no le
interesaba. A Pilato no le interesa la verdad; quiere averiguar el modo de
salir de aquel asunto, que le resulta oneroso, incómodo.
Si
estamos bien dispuestos, el Señor, por caminos muy diversos, nos dará
abundancia y sobreabundancia de señales para seguir fieles en el camino que
hemos emprendido. Tendremos la alegría de poder contemplarle en lo que nos
rodea: en la naturaleza misma, en la que ha dejado huellas para que le veamos
como Creador; en medio del trabajo; en la alegría; en la enfermedad... La
historia de cada hombre está llena de señales. Muchas veces, la luz para verle
la obtendremos en la intimidad de la oración; otras muchas, en los consejos de
la dirección espiritual.
Muchos
fariseos no cambiaron, no se convirtieron al Mesías a pesar de tenerle tan cerca
y de ser espectadores de muchos de sus milagros, por su falta de buenas
disposiciones: su orgullo los dejó ciegos para lo esencial. Incluso llegaron a
decir: expulsa a los demonios por arte del príncipe de los demonios9.
Muchos hombres se encuentran hoy también como ciegos para lo sobrenatural por
su soberbia, por su empeño en no rectificar su juicio cargado de suspicacias,
por su apegamiento a las cosas de aquí abajo, por su desmedido deseo de confort
y de bienestar, por su hedonismo y sensualidad. «Oí hablar a unos conocidos de
sus aparatos de radio. Casi sin darme cuenta, llevé el asunto al terreno
espiritual: tenemos mucha toma de tierra, demasiada, y hemos olvidado la antena
de la vida interior...
»—Esta
es la causa de que sean tan pocas las almas que mantienen trato con Dios: ojalá
nunca nos falte la antena de lo sobrenatural»10.
III. Aquí
hay algo más que Jonás... aquí hay algo más que Salomón. ¡Está el mismo
Cristo a nuestro lado! Llama al interior del hombre –a su inteligencia y a su
corazón–, no como un extraño, sino como la persona que nos ama, que desea
comunicar sus sentimientos y hasta su propia vida, que quiere dar solución
divina a aquello que nos preocupa o incluso nos atenaza.
Pero,
de la misma manera que en las ondas sonoras se dan interferencias que impiden
una buena sintonía, se pueden presentar obstáculos en el campo de la fe. En
ocasiones, puede darse la oscuridad en personas que llevan años siguiendo a
Cristo y que se quedan, culpablemente o no, desconcertadas y como perdidas, sin
ver la alegría y la belleza de la entrega. En esos casos, se hacen precisas unas
preguntas hechas con sinceridad en la intimidad del alma: ¿verdaderamente deseo
ver?, ¿estoy plenamente dispuesto a querer ver, a afirmar al menos que existe
una serie de razones y de sucesos que descubren la presencia de Dios en mi
vida?, ¿me dejo ayudar?, ¿expongo mi situación con claridad?, ¿desvelo mi
intimidad, sin hacer teorías, sin maquillajes, sin paliativos?
Junto
a la soberbia, que es el principal obstáculo, se pueden presentar otras
dificultades: el ambiente ávido de confort, que tiende a rechazar de plano lo
que suponga sacrificio y cruz, y que puede tender sutiles lazos cargados de
razones humanas contrarias a lo que Dios pide en ese momento: un camino lleno
de alegría, pero más arduo y empinado que el de un ambiente cargado de
hedonismo. Se precisará entonces un esfuerzo, hablar con valentía en la
dirección espiritual y luchar decididamente para desprenderse de toda rémora,
de pasiones que tiran hacia el polvo de la tierra; es necesario purificar el
corazón de amores desordenados para llenarlo del amor verdadero que Cristo
ofrece, pues difícilmente podrá apreciar la luz quien tiene la mirada turbia.
La
pereza y la comodidad son otros tantos obstáculos que se pueden interponer en
el camino hacia Dios. Como todo amor auténtico, la fe y la vocación conllevan
entrega de la persona, que al amor nunca le parece suficiente. La pereza y la
comodidad tienden a señalar un límite, a defender unos derechos mezquinos, que
entorpecen y retrasan la respuesta definitiva para esa fe amorosa.
Alguna
vez, el Señor puede ocultarse a nuestra vista, para que le busquemos con más
amor, para que crezcamos en humildad, dejándonos llevar por quien Dios ha
puesto a nuestro lado para realizar esa misión. Siempre, sin fallar nunca, se
acaba descubriendo el rostro amable de Cristo, con más claridad que antes, con
más amor.
La
palabra fe tiene en su raíz un matiz que viene a significar dejarse llevar por
otra persona que es más fuerte que nosotros, confiar en otro que nos presta su
ayuda11. Confiamos fundamentalmente en Dios, pero también Él quiere
que nos apoyemos en esas personas que ha puesto a nuestro lado para que nos
ayuden a ver. Dios da frecuentemente luz a través de otros.
El
Señor pasa a nuestro lado con las suficientes referencias para verle y
seguirle. El sacramento de la Confesión será, de manera habitual, un medio
excelente para ver a Dios con más claridad en nosotros y en quienes nos rodean.
Pidamos a la Virgen que nos ayude a purificar la mirada y el corazón para poder
interpretar acertadamente los acontecimientos de cada día, descubriendo a Dios
en ellos.
Creo,
Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero, pero haz que espere con
más confianza; te amo, pero haz que te ame con más fuego12.
1 Mt 12,
38-42. —
2 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.
—
3 Jon 3,
6-9. —
4 1
Rey 10, 1-10. —
5 Cfr. Sagrada
Biblia, ibídem. —
6 Jn 12,
37. —
7 Jn 9,
26-27. —
8 Jn 18,
38. —
9 Mt 9,
34 —
10 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 510. —
11 Cfr. J
Dhetlly, Diccionario bíblico, Herder, Barcelona 1970, voz
FE, p. 445 ss. —
12 Misal
Romano, Acción de gracias para después de la Misa: oración
del Papa Clemente XI.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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