Ismael Pérez Vigil 17 de julio de 2021
Entre
todos los temas y preguntas que surgen de nuestra realidad política, ¿Qué
hacemos?, sigue siendo la más acuciante. No es posible dejar de intentar una
respuesta, aunque la verdad es que no hay una, simple, para esa pregunta; es
más, no sé sí hay una respuesta única o válida.
Al
intentar una respuesta, lo primero que me vino a la mente, fueron un par de
novelas de José Saramago, el escritor portugués, premio Nobel de Literatura
1998, fallecido en 2010 y que ya nonagenario estuvo por Venezuela, en el año
2005, alojándose en hoteles cinco estrellas, dando conferencias rodeado de todo
boato, en salones elegantes −ni siquiera se le ocurrió pasar por el Aula Magna−
y visitó algunas de nuestras playas, para él exóticas. Todo esto era con el no
disimulado propósito de darle un espaldarazo al régimen de Chávez Frías.
Dicho
lo anterior, a una de ellas − Ensayo sobre la ceguera (1995)−
me referiré muy efímeramente; de la otra, Ensayo sobre la Lucidez (2004),
hablare algo más, contaré su argumento y revelaré algunos detalles importantes
de su trama y desenlace; lo advierto para quien no la haya leído y tenga
pensado hacerlo.
La
novela de Saramago −Ensayo sobre la Lucidez− se desarrolla en
la misma capital en la que −según la historia que narro y la otra novela
mencionada del escritor− cuatro años atrás la gente se quedó ciega como
resultado de una rara pandemia. En esta nueva ocasión, se celebraban unas
elecciones y la gente, sin ninguna razón aparente, sin ningún estimulo externo,
en un día muy lluvioso, tormentoso, llegada la calma, salió a votar. Pero no
votó por los partidos tradicionales de derecha, de centro o de izquierda,
tampoco votó nulo, votó masivamente, sí, pero votó en blanco, una altísima
votación en blanco. En la novela nadie celebró, nadie se atribuyó el triunfo
arrollador del voto blanco, simplemente ocurrió.
Claro
que, aunque lo deseo, no pienso ni por asomo que eso es lo que pasará el
próximo 21 de noviembre, que de pronto algo ocurra y la gente salga a votar,
pero no en blanco; entre otras cosas porque no es posible votar en blanco en
nuestro sistema electoral automatizado; pero, como se trata de “hacer ficción”
a partir de una novela, ya de por si ficticia, me tomo la licencia de especular
al respecto.
En la
ciudad de la novela, alarmados por los resultados y amparados en cualquier
subterfugio, que siempre encuentran los que ejercen el poder, repiten las
elecciones una semana más tarde, con idéntico resultado: La gente acude a votar
otra vez, masivamente, sin que nadie los convoque y vuelve a votar en blanco.
Nuevamente, nadie celebra ni se atribuye el triunfo. La novela transcurre a
partir de allí narrando todas las peripecias del Gobierno, del poder
dictatorial, para tratar de descubrir la conspiración que, seguramente, está
por detrás de este acontecimiento. ¿Quién ha urdido toda esta conspiración?
Porque sin duda es una conspiración. Hay que descubrir algún enemigo a quien
hacer culpable.
Todos
sabemos, que cuando se buscan conexiones entre las cosas, se acaban
“encontrándolas” y por todas partes, entre lo que sea. Lo hemos vivido aquí
cientos de veces; lo vivimos con lo ocurrido hace unas semanas en Apure, en la
“escaramuza” con los irregulares de las FARC; lo vivimos con los
acontecimientos de la Cota 905; y con lo ocurrido en Cuba durante el fin de
semana pasado. Se vinculan hechos por analogía y no hay reglas para decidir si
una analogía es o no es válida; después de todo, desde que se inventó la
dialéctica y ahora la globalización, cualquier cosa guarda una similitud con
cualquier otra, desde algún punto de vista y sirve para encontrar “culpables”.
Así,
el Gobierno de esa ciudad ficticia de la novela de Saramago, como cualquier
Gobierno tiránico, construye unos culpables, los acusa por la prensa,
publicando sus fotos. ¡Bien que conocemos esa historia!. Pero, en la novela
pasa también que alguien decide contar la historia verdadera y logra, a pesar
del estado de sitio y la censura de prensa, que ésta se publique, se difunda y
se conozca.
Ocurre
entonces algo asombroso, que de alguna forma —para mí— es el meollo de toda la
trama de la novela. A pesar de que el Gobierno recoge la edición del periódico
en el que se publicó, la historia verdadera comienza a circular, profusamente,
en todas partes y en palabras de Saramago: “Resulta que no todo está perdido,
la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de
máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que
van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las
puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de
la mejor que hay.” ¡Panfletos fotocopiados!, pues en la época en la que
se escribió y transcurre la novela, no existían las redes sociales, que hoy
facilitarían enormemente esa difusión. Al igual que con la votación, nadie
asume tampoco la gloria de reproducir la historia verdadera y comenzar a
repartirla, simplemente ocurre.
“La
ciudad ha tomado el asunto en sus manos”. Esa es la clave. Esa es la respuesta
al “¿Qué hacemos?” El pueblo, la gente, resuelve las cosas cuando las toma en
sus manos. En política esto es, para muchos, un romanticismo; hasta para mí lo
era, hasta que se llega a la conclusión y al convencimiento de que no queda más
remedio que las cosas vuelvan al nivel del pacto originario, ese que es
necesario reestablecer entre ciudadanos y políticos, para que la gente tome la
solución en sus manos, que se involucre en ella.
Desde
luego, no se trata de alentar o emprender demagógicamente una aventura
populista. Pero si de recordar que ya en 2015, millones fuimos a votar
masivamente y tuvimos un triunfo rutilante −¿Cómo negarlo?− pero que en los
meses sucesivos también fue lastimosamente evidente, dados los magros
resultados en comparación con las expectativas generadas, que nos hallábamos
sin una clara conducción política −que se enderezó algo en 2019 y 2020−, pero
que hoy nuevamente nos encontramos dando palos de ciego, o dándoles palos a los
ciegos que nos pretenden liderizar, sin saber que decidir.
Si
bien no es una respuesta completa, las tareas están allí. Ya otras veces hemos
dicho que se trata de construir esa “pinza” que nos permita presionar, con la
comunidad internacional y sus sanciones, de un lado; y por el otro con el
desarrollo de la fuerza interna, organizando esa protesta, hoy “sorda” y sin
objetivo claramente político, que se manifiesta en reclamos todos los días, de
miles de personas, por muy válidos y variados motivos. Sin imponer una ruta, un
camino forzado, necesitamos una invitación a pensar, a discernir, a actuar, a
inventar, a emprender algún camino.
Al
igual que en la novela, si la gente se sacude en la esperanza, toma las cosas
en sus manos, se organiza como puede hacerlo y escribe la historia verdadera,
la solución estará más cerca.
Ismael
Pérez Vigil
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