SOLEDAD MORILLO BELLOSO 23 de julio de 2021
@solmorillob
El
mundo no se ocupa de lo encapsulado. No por falta de corazón, sino porque cada
país, cada región, tiene sus problemas, sus metas, sus prioridades, su agenda
Hay
cosas "pequeñas", por así decirlo sin juicio de valor alguno, que
tienen gran repercusión hemisférica y hasta mundial. De "pequenas"
pasan a ser muy "importantes". Es el caso, por ejemplo, de lo
ocurrido en el edificio Surfside en Miami. En personas afectadas directas serán
unos cuantos cientos, pero el suceso originará consecuencias técnicas, legales,
legislativas y más en una escala muy superior a los linderos de esa
edificación, de la ciudad, del estado, del país. Tiene repercusión al menos en
todas las ciudades costeras y seguro ya está en estudio en muchas escuelas de
ingeniería del mundo.
Lo que
ocurrió en Timor Oriental a finales del siglo pasado y principios de éste fue
algo grave y "enorme", pero encapsulado. Un habitante de, por
ejemplo, la población de Acarigua en Venezuela no sintió nunca que eso que
pasaba a los timorenses le afectaba. Los liderazgos timorenses lograron sin
embargo poner en el mapa y la agenda a ese país.
Durante
la crisis de los misiles, por allá por los años sesenta, Cuba pasó a ser
importantísima no solo para millones de habitantes de Estados Unidos, sino para
todo el Hemisferio y más allá. Cientos de millones de seres humanos, poderosos
o no, sintieron que su seguridad y su vida guindaba de un hilo o dependía de un
botón. El asunto no podía ser encapsulado. Era indiscutiblemente grande.
La
población de la ciudad de Prípiat para abril de 1986 era de aproximadamente
unas 49.400 personas. La edad promedio de los residentes era 27,2 años. Es
decir, una ciudad joven con niños. La superficie total era de 6.587 kilómetros
cuadrados; tenía 160 edificios de vivienda, con 13.414 apartamentos. Había
caminerías, parques infantiles, escuelas, biblioteca, abastos, centro de salud,
espacios deportivos. Las familias tenían perros y gatos. Muchos millones de
personas en el mundo no tenían el menor conocimiento sobre Prípiat. Ni sabían
dónde estaba esa pequeña ciudad. Aparecía en los mapas. Pero luego se convirtió
en nombre en la punta de la lengua, en titular de primera plana. Lo que allí
ocurrió hizo que una pequeña población se sintiera afectada pero que una parte
importante del mundo sintiera miedo aterrador. Björn, hombre de 34 años, que
vivía en una aldea a las afueras de Gotemburgo, de profesión albañil, despertó
muy temprano una mañana de abril. Se preparó un té y se aprestaba a prepararse
una tostada de pan de granos con crema agria y unos pocos arenques. Encendió el
televisor y notó una faz inusualmente angustiada en el locutor del noticiero.
Hablaba de un accidente. En una planta nuclear. En Prípiat estaba Chernóbil.
Mientras
escribo estas líneas, en el mundo hay activos unos doscientos
"conflictos" y unos 1200 sucesos de importancia. Muchos tienen la
particularidad de ser "encapsulados". Otros, incluso siendo
relativamente pequeños, superan los límites de las cápsulas. Y algunos hoy
parece como que no tendrán repercusión más allá de su ámbito, pero quizás
desaten el "aleteo de la mariposa", si y solo si se produce una
ranura en la cápsula.
Cuba,
Venezuela, Nicaragua, Haití, Myanmar, Eritrea y varios otros (demasiados)
países padecen gravísimos conflictos. Están en medio de severas crisis. Hambre,
calamidades, muertos, desaparecidos, protestas silenciadas a palos, gobiernos
usurpadores, violaciones a los derechos humanos, delitos de lesa humanidad. Una
terrible situación. Pero están encapsulados. Y al estar así por demasiado
tiempo se vuelven parte del paisaje.
Hay
voceros que pueden usar su enorme liderazgo para rasgar esas envolturas. Juanes,
el muy popular, querido y respetado cantante colombiano dijo sin aspavientos ni
ambages lo que tenía que decir sobre la cuestión cubana. Seguramente le
supondrá un costo personal y como artista. Pero eso no lo calló. Le puso una
bocina a la barbaridad que está ocurriendo en Cuba.
No es
cierto que a los seres humanos nos quite el sueño los problemas de otros seres
humanos. Si eso fuere así, caray, jamás pegaríamos un ojo. Entre 1991 y 2001,
si la memoria no me falla, fui a Europa tres veces. Entre esos años, ocurría la
Guerra de los Balcanes, en sus diferentes etapas. Y en Europa, la vida era
normal. Como si nada estuviera pasando apenas a unos pocos miles de kilómetros.
Cuando
a uno lo han encapsulado, uno tiene que encontrar la forma de rajar la envoltura.
En 1999 Xanana Guzmão logró tapizar, por unas horas, las principales estaciones
de los metros de las ciudades europeas con un cartel que denunciaba el
genocidio en Timor Oriental. Rasgó la burbuja.
El
mundo no se ocupa de lo encapsulado. No por falta de corazón, sino porque cada
país, cada región, tiene sus problemas, sus metas, sus prioridades, su agenda.
Los encapsulados tenemos que poder colarnos en esa agenda de otros, pero no con
argumentos tristes o de víctimas (aunque estemos tristes y seamos ciertamente
víctimas) sino para convertirnos en importantes. Durante los años de la guerra
fría, Venezuela era importante. Nuestro pequeño país no sólo era un seguro
suplidor de petróleo, era un país confiable para el mundo democrático.
Hoy no
hay una guerra fría, al menos no en los mismos términos del pasado. El cuento
ha cambiado. Pero lo que nos viene al mundo, de hecho ya está en proceso, es
enfrentar una difícil crisis económica post pandemia. Las agendas han cambiado.
Y el mundo no tiene tiempo, ni energías, ni recursos, ni ganas para
desperdiciar en aquello que podrían concluir son "conflictos
encapsulados".
Así
las cosas, los liderazgos y los pueblos de países como Venezuela tenemos que
hacernos entender. Y para ello es indispensable una estrategia unitaria y
consolidada que se salga del lamento suplicante. La diversidad de vocerías y la
multiplicidad de argumentos no ayuda. Una estrategia, una narrativa. Y así
poder romper la cápsula.
SOLEDAD
MORILLO BELLOSO
@solmorillob
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