Carolina Gómez-Ávila 18 de julio de 2021
Crecí
creyendo que el pueblo cubano, amenazado siempre por la pena de muerte, se
había sometido irreversiblemente a los designios de Fidel Castro, un tipo que
hipnotizaba a la generación que sobrevivió a las guerras mundiales, pero que
lucía más que pasado de moda para quienes vimos, a muy tierna edad, en la
llegada del hombre a la luna, el mayor triunfo del progreso humano. En eso,
había ganado el capitalismo.
Digamos
que, con ligeras excepciones, mi generación coincidía en que, para quedarse en
Cuba, había que conformarse con vivir sin aspiraciones o alistarse en el mecanismo
de espionaje y represión como única aspiración. La otra opción era huir
arriesgando la vida en los ciento y pico de kilómetros del estrecho de la
Florida.
Que
una cantidad de esos cubanos recalaran aquí, aumentó el interés por visitar ese
parque temático del comunismo en el que se convirtió Cuba. Los venezolanos
querían ir a Varadero a ver cómo era la cosa… y en Varadero, cada quien vio lo
que quiso ver. Lo que viene siendo como juzgar el sistema político venezolano
después de visitar Los Roques.
Volviendo
al pasado, aquí, en Venezuela, vi el famoso afiche de Guevara en varias
habitaciones de familias conocidas. Eso sí, siempre compartía la pared con otro
de algún pelotero famoso, un carro de lujo o un miembro de la floreciente
industria del espectáculo.
A fin
de cuentas, si había «la gauche caviar» y «la gauche champagne», podía haber
«la gauche cocuy» para representar la imposible conciliación entre ciertos
íconos y las realidades o verdaderas aspiraciones venezolanas.
Y
aunque de esto ha pasado mucho tiempo —demasiado, tal vez— las imágenes de la
rebelión cubana nos obligan a pensar en la temporalidad de la resignación. Nada
es para siempre.
En el
presente, el pueblo cubano en la calle produce más reacciones que una bruta (y
brutal) represión. Ante eso, las medidas económicas son tan insuficientes como
una perestroika sin glásnost. Reflexión que convendría hacer a Fedecámaras.
Algo
molesta en los zapatos de la dictadura cubana, pero nada va a pasar si el
pueblo de Cuba no sigue presionando, porque la élite solamente aflojará lo que
sea indispensable para mantenerse en el poder. Y eso no solo es verdad allá.
Por eso aquí no se habla mal de Cuba. De lo que se habla mal es de las
dictaduras. De todas.
Carolina
Gómez-Ávila
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