Paulina Gamus 18 de marzo de 2022
Hace
años era muy popular un chiste en el que la manera para que un país
económicamente deprimido lograra su recuperación, era declararle la guerra a
los Estados Unidos de Norte América. Evidentemente la perderían y entonces los
EEUU procederían a ayudar al país vencido y a levantar su economía. El chiste
consistía en que el interlocutor preguntaba ¿Y si ganamos? El convencimiento
general de ese proceder estadounidense estaba basado en el llamado Plan
Marshall (European Recovery Program) que el país del Norte puso en práctica
entre los años 1948 y 1952.
Su más entusiasta impulsor fue el General George Marshall, uno de los más destacados oficiales norteamericanos en la Segunda Guerra mundial y Secretario de Estado durante el gobierno de Harry Truman. El propósito fue ayudar a los países devastados por la guerra, incluidos aquellos que habían formado parte del Eje (Alemania e Italia) o colaboracionistas como Francia.
Las
ayudas fueron, en millones de dólares: 1.316 Inglaterra, 1.085 Francia, 510
Alemania occidental y 594 Italia. A los economistas correspondería calcular
cuánto serían esas cantidades trasladadas a 2022. Si uno se pregunta sobre la
animadversión legendaria de los franceses contra los Estados Unidos, recuerda
aquella frase: «no sé porque fulano me odia tanto si nunca le hice un favor».
El
Plan Marshall inspiró dos clásicos del cine de humor: «Bienvenido Mr.
Marshall», del español Luis García Berlanga (1953). La trama se desarrolla en
el pequeño pueblo castellano Villar del Río. El alcalde y los habitantes,
enterados de que Mr. Marshall va de visita a España y pasará por su pueblo,
deciden organizarle un recibimiento con todos los ingredientes del folclore y
de la cocina española. El objetivo, obtener la ayuda norteamericana en aquellos
años tan aciagos del franquismo pos guerra civil. La caravana de Mr. Marshall
pasa por Villar del Rio pero a más de 100 Kms por hora y todo el pueblo queda
con los crespos hechos.
La
otra gran película «Rugido de Ratón» es de 1959, inglesa y dirigida por Jack
Arnold. La trama se inicia en el Ducado de Grand Fenwick ,
un minúsculo (e imaginario) país europeo cuya única fuente de ingresos es la
exportación de su famoso vino
pinot. Pero una empresa californiana inventa una copia, llamada «Pinot
Grand Enwick», toda la economía del Ducado colapsa. La duquesa Gloria (Peter
Sellers) convoca a una sesión del parlamento, donde el primer ministro Rupert
Mountjoy (Peter Sellers) señala que todo país que haya declarado la guerra a
Estados Unidos recibe después grandes ayudas materiales, por lo que propone
declarar la guerra, enviando al Mariscal de Campo Tully
Bascombe (Peter Sellers) con 23 hombres del ejército medieval de Grand Fenwick,
a invadir Estados Unidos. Desembarcan en Nueva York y por allí sigue el
hilarante argumento.
He
recordado ambas películas con motivo de la sorprendente visita (al menos para
los ciudadanos comunes y corrientes) de una misión de alto nivel del odiado
Imperio para entrevistarse con el no menos odiado presidente írrito Nicolás
Maduro. Vinieron James Story, embajador en Venezuela con sede en Bogotá; Juan
González, asistente especial de la Casa Blanca para asuntos del Hemisferio
Occidental; y Roger Carstens, el enviado presidencial especial de Estados
Unidos para asuntos de rehenes.
Uno de
los temas centrales fue la liberación de trece norteamericanos presos en
Venezuela por distintos motivos. El otro, la posibilidad de que Pdvsa vuelva a
ser un suplidor de petróleo para EEUU. Por supuesto con todas las
complicaciones que significa reactivar una empresa y toda su infraestructura,
destruida por décadas de abandono, impericia y corrupción. El efecto inmediato
fue la liberación de dos de los ejecutivos de Citgo y el anuncio de Maduro de
que reanudarán –con otro esquema– las negociaciones en México.
El primer
chillido de indignación fue del senador (republicano) por Florida, Marco Rubio,
con anatemas contra el gobierno (demócrata) de Joe Biden por ceder ante la
dictadura de Maduro. A esa voz se han unido y se unirán otras de la oposición
recalcitrante cuyo argumento es que todo acercamiento al régimen es una
traición.
Son
los mismos que han considerado que el proceso de negociaciones en México ha
sido no solo ceder ante la dictadura sino también inútil.
Vuelvo
al Plan Marshall porque, mutatis mutandis, Venezuela es un país devastado, no
por una guerra pero si por el paso rasante del Atila que han significado
veintidós años de chavismo-madurismo. Las sanciones que los Estados Unidos han
aplicado contra Venezuela le han hecho cosquillas al régimen que se las ha
arreglado para burlarlas y las ha usado para justificar su política hambreadora
del pueblo.
Los
verdaderos afectados hemos sido los venezolanos del común. Por supuesto que
levantarlas debería tener una contrapartida: liberación de los presos
políticos, cese de la represión contra los medios de comunicación y elecciones
libres y transparentes en 2024. Las reanudación de negociaciones en México
tienen que centrarse en estos temas ineludibles. Pero, aunque no produzca
efectos inmediatos, el solo hecho de quitarnos de encima la sumisión al
carnicero de Ucrania, Vladimir Putin, hace que el objetivo de la misión
norteamericana merezca un voto de confianza.
Paulina
Gamus
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