Alessandro Di Stasio 18 de marzo de 2022
@adistasiob
En la
casa de Glenda Boscán tiemblan las paredes, los resplandores de las explosiones
iluminan por los vidrios congelados de las ventanas y los bombillos no se
encienden en las noches para protegerse de posibles ataques. Es su
nueva rutina, una que comenzó el pasado 24 de febrero, cuando las tropas
del Ejército ruso invadieron Ucrania, y aún no termina.
Konotop, en la provincia de Sumy, al noreste de Ucrania, fue una de las primeras ciudades en ser sitiada. Su posición geográfica, limítrofe con la frontera entre ambos países, la hizo un territorio usado por los militares rusos para su avance hacia Kyev, la capital ucraniana, a solo 257 kilómetros de distancia, que ha sido constantemente bombardeada.
«El
primer día de invasión entraron por aquí (por Konotop)», recuerda Glenda, una
falconiana que vive en la ciudad desde el 2018. Había pasado menos de 24 horas
desde que Vladimir Putin, presidente de Rusia, autorizara la operación militar
sobre Ucrania cuando ya las tropas se encontraban en la localidad. A ella,
junto a su hija, su esposo y sus suegros, se les ha hecho imposible escapar.
Ante
la resistencia activa de la población, compuesta por alrededor de 80.000
personas, las tropas rusas amenazaron con «arrasar hasta el suelo» la ciudad si no había rendición,
según Artem Semenikhin, alcalde de Konotop. Con bajas posibilidades para
defenderse, la comunidad decidió parar el enfrentamiento y evitar un despliegue
aún mayor de invasores.
Desde
entonces, el territorio está tomado por las tropas rusas. Glenda lleva la
cuenta del tiempo: han sido tres semanas de invasión, de miedo y de angustia.
La orden principal de las autoridades locales ha sido resguardarse en los
hogares o, de ser necesario, en los refugios. Implantaron un toque de queda
para después de las 5 pm y, tras el anochecer, se recomienda apagar las luces
para evitar que los militares tengan un blanco al cual apuntar.
«Al
salir de casa te encuentras con muchos tanques rusos alrededor. Te mandan a
parar para revisar tu documentación y saber si llevas armamentos», dijo Boscán
en conversación telefónica con Venezuela Migrante. Todo el
transporte de la ciudad está paralizado, incluidos los trenes, cuyas vías
fueron destruidas para cortar la circulación.
«El
techo pareciera que fuera a salir volando»
Los
ataques rusos en Sumy han sido intensos. Decenas de infraestructuras, como
escuelas y el ayuntamiento (la sede del gobierno local), han resultado
afectadas, según imágenes difundidas por el Ejército ucraniano. Sin embargo,
aunque comenzaron siendo lejos de la casa de Glenda, cada vez se sienten más
próximos.
«Vemos
los destellos de los bombardeos. Se sienten con contundencia. El techo
pareciera que fuera a salir volando; las ventanas vibran y pareciera que fueran
a reventarse los vidrios. Es desesperante porque uno no sabe si algo de eso va
a caer sobre tu hogar», afirma, desesperada por una solución.
Su
hija, Sofía, tiene ocho años. Es venezolana, pero habla perfectamente el idioma
ucraniano de su padre, un informático al que Glenda conoció en Caracas. Al poco
tiempo se comprometieron y se casaron en 2018, en Ucrania, su nuevo país de
residencia.
Los
estruendosos ruidos, las conversaciones de los adultos y la programación en la
televisión han hecho a la niña adecuarse a la nueva realidad. Ya no hay escuela
y las salidas son más limitadas, a pesar de los esfuerzos de su madre por
entretenerla.
«No
quiere comer, está de mal humor, a veces le cuesta mucho dormirse y llora»,
cuenta Glenda. En ciertas ocasiones la deja salir de la casa para jugar con su mascota, pero igual
reconoce sus nervios. Prefiere ocuparla en otras actividades como el dibujo, el
estudio y la lectura, dentro de la seguridad del hogar.
«Esto
no es fácil vivirlo. Casi no duermo, no descanso mucho con todo esto que está
pasando», se lamenta Boscán.
Una
complicada evacuación
Los
intentos por iniciar la evacuación de la población civil tienen semanas en toda
Ucrania. Sin embargo, en algunas regiones, sobre todo las del este del país, la
implementación de corredores humanitarios se ha complicado debido al asedio
militar.
En los
últimos días, el Ejército ruso ha bombardeado edificios residenciales y
objetivos civiles. En Chernígov, a unos 170 kilómetros de la residencia de
Glenda, un grupo de civiles sufrió un ataque ruso mientras hacía una fila para
comprar pan el pasado 16 de marzo. Diez personas murieron, de
acuerdo con el Servicio Estatal de Comunicaciones Especiales y Protección de la
Información de Ucrania, a causa de disparos infligidos por las tropas
invasoras.
Ese
mismo día, pero en Mariupol, los rusos bombardearon un teatro que servía como
refugio para cientos de vecinos de la ciudad, según el Gobierno ucraniano. Y el
7 de marzo, en un corredor humanitario en Irpin, a las afueras de Kyev, otro
bombardeo ruso acabó con la vida de una familia que usaba el trayecto
para huir del país.
En la
región de Sumy, por su parte, los corredores humanitarios apenas pudieron
ampliarse el pasado 14 de marzo. Según
Dmytro Zhyvytsky, jefe de la administración regional, las rutas de
evacuación se habilitaron en Trostianets, Lebedyn, la capital Sumy, y Konotop,
donde reside Glenda y su familia.
Para
ellos no es fácil salir de Konotop. Las calles están enlodadas, el transporte
es mínimo y los riesgos de encontrarse entre fuego cruzado son altos. «Estamos
en medio de dos poblaciones en conflicto», explica Glenda.
Boscán
ha hecho varios intentos por salir del país. El más reciente fue el 12 de
marzo, junto a su hija, cuando fueron a la estación de autobuses en busca de
algún taxi o alguien que les diera un empujón hasta Sumy. Allí permanecieron
durante tres horas, bajo un intenso frío de -7 grados, pero no consiguieron
transporte.
«Nadie
quiere salir de sus casas, y en sus carros mucho menos porque pueden ser
atacados», asegura. A Glenda y a su familia le han ofrecido alojamientos
temporales en España, donde vive un familiar, o en Luxemburgo, donde una
connacional la contactó a través de las redes sociales. Sin embargo, al menos
por ahora, lo más complicado es salir de Ucrania.
Independientemente
del resultado, su esposo no la podrá acompañar, pues la ley marcial decretada
por el Gobierno ucraniano le obliga a quedarse a defender el país. A Glenda,
tal como le ocurrió al abandonar Venezuela en 2018, le tocará otra vez dejar
familiares atrás.
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