Humberto García Larralde 22 de marzo de 2022
La
brutal invasión de Putin a Ucrania ha alterado drásticamente el orden
geopolítico internacional. Paradójicamente, cohesionó fuertemente a la Unión
Europea en su contra –anticipaba que su respuesta fuera palabrera, poco
contundente–, con sanciones drásticas y suministros de equipos a Ucrania;
activó el firme compromiso estadounidense con la defensa de las libertades del
mundo occidental, contribuyendo a hacer de la OTAN una amenaza aún más poderosa
a sus pretensiones; y, sobre todo, desató una feroz resistencia del pueblo y de
las fuerzas militares ucranianas, que le han infligido un costo muy elevado a
su aventura.
Independientemente de cómo termine esta horrible tragedia, empieza a hacerse cada vez más evidente que Putin saldrá muy golpeado. Incluso imponiéndose militarmente, dada la enorme superioridad numérica de sus fuerzas, lo hará a un terrible costo en destrucción de equipos y bajas rusas, amén de un resultado político devastador en lo personal.
Las
sanciones impuestas por la UE y EE.UU. a Rusia hacen prever, asimismo, que su
economía saldrá sumamente debilitada de esta aventura imperial. Su abrumadora
condena en la Asamblea Plenaria de las Naciones Unidas, con más de 140 votos a
favor y sólo cinco en contra, muestra el grado de aislamiento en que se
encuentra. Incluso regímenes autocráticos identificados con sus métodos
despóticos le han dado la espalda. Y todo hace pensar que, mientras más dure el
conflicto, mayor pesarán estas pérdidas a Putin.
Por
supuesto que del lado ucraniano las pérdidas han sido terribles, más aún con la
criminal decisión del comando ruso de bombardear a mansalva objetivos civiles:
residencias, hospitales, escuelas e infraestructura de servicios. Pero los
ucranianos están luchando por su país, por su libertad, lo que explica su
resistencia heroica, suscitando amplio apoyo europeo y estadounidense. Aun
logrando Putin tomar a Kyiv y parapetear ahí un gobierno títere, no podrá
doblegar este espíritu de lucha. Los valores liberales que arruinan su obsesión
de prevalecer por imposición dictatorial se han fortalecido.
Mala
hora, entonces, para quienes accedieron a convertirse, irresponsablemente, en
peones del imperialismo ruso para salvaguardar sus tropelías. Maduro y los
suyos se encuentran perjudicados, además, por la sanción a bancos rusos, que
les han bloqueado el acceso a sus reales, y por la decisión de trasladar de
Lisboa a Moscú la oficina internacional de Pdvsa, ahora inhabilitada de ejercer
sus operaciones.
Y,
luego de aumentar al máximo la dependencia de armas y equipos militares rusos,
se ve sin el respaldo en las asesorías y los servicios de adiestramiento y
apoyo correspondientes, por estar comprometidos con la agresión bélica contra
Ucrania. Esta súbita vulnerabilidad del régimen de Maduro, ahora desprovisto de
la red de seguridad que –pensaba—le ofrecía su alineación con Putin, le plantea
serios desafíos. En este contexto es que debe examinarse la reciente visita a
Venezuela de altos funcionarios del gobierno estadounidense con responsabilidad
sobre América Latina.
Se ha
especulado mucho sobre los propósitos de esta visita, lamentándose algunos de
que EE.UU. parecía estar dispuesto a canjear el levantamiento de las sanciones
al régimen de Maduro, a cambio de una mayor exportación de petróleo venezolano
para atemperar, así, el alza de precios del crudo en los mercados
internacionales que resultaría de la reducción en el consumo de petróleo y gas
rusos. Prefiero pensar que, en las actuales circunstancias de enfrentamiento
global a una autocracia tan peligrosa como la de Putin, la primera potencia
mundial estaría interesada, más bien, en examinar y sopesar todas las opciones
a su alcance.
En lo
que respecta a Venezuela, a pesar de los alardes de que el país posee las
mayores reservas petroleras del mundo, la destrucción de la industria –en enero
produjo, según cifras oficiales, unos 750 mil barriles diarios, la cuarta parte
de lo que producía el país en 2012– hace difícil prever que pueda aumentar su
oferta en más de 200.000 barriles diarios en un corto plazo –en el mejor de los
casos–, aun levantándose las sanciones sobre el petróleo venezolano y
restableciéndose garantías plenas sobre las inversiones requeridas para este
incremento.
La
producción rusa que se quiere restringir está en el orden de los 11 millones de
barriles diarios, de los cuales exporta 7 millones. De manera que una supuesta
liberación de las exportaciones petroleras venezolanas aportaría muy poco a
este faltante, aunque ayudaría a la empresa estadounidense Chevron, con la cual
el régimen arrastra deudas. Por supuesto, junto a una mayor producción de
México, Colombia, Brasil, Canadá y del propio EE.UU., sin mencionar que este
país llegue a un acuerdo también con Irán, siempre suma.
En
tales circunstancias, parecería más sensato pensar que, desde el punto de vista
geoestratégico del gobierno de EE.UU., su relación con Venezuela podría buscar
«matar varios pájaros de un solo tiro». En primer lugar, apalancarse en las
dificultades rusas para apartar definitivamente a Venezuela de su campo de
influencia; segundo, destrancar su postura política respecto a Venezuela,
propiciando el restablecimiento de un diálogo productivo entre el régimen de
Maduro y la oposición; y tercero, poder aprovechar, en el tiempo, el potencial
de producción del petróleo venezolano como suplidor confiable, lo cual
supondría su consistencia con los otros dos objetivos.
Esto
último implicaría explorar formas de levantar las sanciones contra Pdvsa,
sujeto a compromisos del régimen, verificables, de liberar los presos
políticos, frenar la represión y la tortura, y crear condiciones para unas
elecciones confiables y creíbles en 2024. La posibilidad de que esto pueda
lograrse depende, en gran medida, de la oposición.
La
brutal agresión de Putin a Ucrania nos ha movido el tablero. Las prioridades y
circunstancias actuales se han reacomodado sustancialmente y la lucha por la
democracia en Venezuela tiene que adaptarse a ello. Mantener las posturas de
antes no sirve. EE.UU. busca asumir una estrategia geopolítica y económica para
contener a Putin, en la cual nuestras prioridades pasan, lógicamente, a un
segundo plano.
Compatibilizar
nuestra lucha por la libertad con esa estrategia global conlleva, por tanto,
que la oposición logre consensuar una estrategia propia que sirva de asidero
para que EE.UU. pudiese incluir, como parte de aquella, la contribución con
estos fines. El hecho de compartir valores propios de la democracia liberal,
consustanciados en torno a la defensa de los derechos humanos, hace factible
lograr esa compatibilización entre ambas estrategias.
Elementos
de una estrategia que unificarían a las fuerzas democráticas en Venezuela
incluirían:
1) La
superación de los desentendimientos e intereses secundarios entre las fuerzas
opuestas a Maduro, en aras de asumir, unidos, los desafíos de lograr las
mejores condiciones para aprovechar las elecciones pautadas para 2024.
2)
Insistir en la reanudación de las conversaciones en México, refrescando la
representación democrática para tomar en cuenta los resultados de las
elecciones regionales.
3)
Proyectar, de la manera más clara y efectiva posible, las bondades de una
estrategia de reactivación económica sustentada en la restitución de las
garantías, la observación del Estado de Derecho y el acceso a un generoso
financiamiento multilateral, muy superior a Ia débil palpitación de la que
alarde el oficialismo.
4)
Identificar y aprovechar los reacomodos que deben producirse a lo interno del
chavomadurismo que resulten de la debacle rusa, así como del conflicto entre
algunas mafias buscando lavar sus fortunas en negocios legítimos y quienes
persisten en prácticas depredadoras, para introducir una cuña entre ellas para
abrir posibilidades de un regreso progresivo al ordenamiento constitucional.
5)
Aprovechar la vulnerabilidad resultante de la probable interrupción en la
provisión de equipos militares y servicios rusos para insistir, en la
consideración de los militares, posturas menos entreguistas, más alineadas con
el bienestar de los venezolanos, conforme al artículo 328 de la constitución.
6)
Finalmente, deben empezar a introducirse la discusión de criterios de justicia
transicional a considerar que ayuden a facilitar el desalojo de quienes tanto
daño le han hecho a los venezolanos.
Humberto
García Larralde
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico