Francisco Fernández-Carvajal 26 de marzo de 2022
@hablarcondios
— La
alegría es compatible con la mortificación y el dolor. Se le opone la tristeza,
no la penitencia.
— La
alegría tiene un origen espiritual, surge de un corazón que ama y se siente
amado por Dios.
— Dios
ama al que da con alegría.
I. Alégrate,
Jerusalén; alegraos con ella todos los que la amáis, gozaos de su alegría...,
rezamos en la Antífona de entrada de la Misa: Laetare, Ierusalem...1.
La alegría es una característica esencial del cristiano, y la Iglesia no deja de recordárnoslo en este tiempo litúrgico para que no olvidemos que debe estar presente en todos los momentos de nuestra vida. Existe una alegría que se pone de relieve en la esperanza del Adviento, otra viva y radiante en el tiempo de Navidad; más tarde, la alegría de estar junto a Cristo resucitado; hoy, ya avanzada la Cuaresma, meditamos la alegría de la Cruz. Es siempre el mismo gozo de estar junto a Cristo: «solo de Él, cada uno de nosotros puede decir con plena verdad, junto con San Pablo: Me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20). De ahí debe partir vuestra alegría más profunda, de ahí ha de venir también vuestra fuerza y vuestro sostén. Si vosotros, por desgracia, debéis encontrar amarguras, padecer sufrimientos, experimentar incomprensiones y hasta caer en pecado, que rápidamente vuestro pensamiento se dirija hacia Aquel que os ama siempre y que con su amor ilimitado, como de Dios, hace superar toda prueba, llena todos nuestros vacíos, perdona todos nuestros pecados y empuja con entusiasmo hacia un camino nuevamente seguro y alegre»2.
Este
domingo es tradicionalmente conocido con el nombre de Domingo «Laetare»,
por la primera palabra de la Antífona de entrada. La severidad de la liturgia
cuaresmal se ve interrumpida en este domingo que nos habla de alegría. Hoy está
permitido que –si se dispone de ellos– los ornamentos del sacerdote sean color
rosa en vez de morados3,
y que pueda adornarse el altar con flores, cosa que no se hace los demás días
de Cuaresma4.
La
Iglesia quiere recordarnos así que la alegría es perfectamente
compatible con la mortificación y el dolor. Lo que se opone a la alegría
es la tristeza, no la penitencia. Viviendo con hondura este tiempo
litúrgico que lleva hacia la Pasión –y por tanto hacia el dolor–, comprendemos
que acercarnos a la Cruz significa también que el momento de nuestra Redención
se acerca, está cada vez más próximo, y por eso la Iglesia y cada uno de sus
hijos se llenan de alegría: Laetare, alégrate, Jerusalén, y alegraos
con ella todos los que la amáis.
La
mortificación que estaremos viviendo estos días no debe ensombrecer nuestra
alegría interior, sino todo lo contrario: debe hacerla crecer, porque nuestra
Redención se acerca, el derroche de amor por los hombres que es la Pasión se
aproxima, el gozo de la Pascua es inminente. Por eso queremos estar muy unidos
al Señor, para que también en nuestra vida se repita, una vez más, el mismo
proceso: llegar, por su Pasión y su Cruz, a la gloria y a la alegría de su
Resurrección.
II. Alegraos
siempre en el Señor, otra vez os digo: alegraos5.
Con una alegría que es equivalente a felicidad, a gozo interior, y que
lógicamente también se manifiesta en el exterior de la persona.
«Como
es sabido, existen diversos grados de esta “felicidad”. Su expresión más noble
es la alegría o “felicidad” en sentido estricto, cuando el hombre, a nivel de
sus facultades superiores, encuentra la satisfacción en la posesión de un bien
conocido y amado (...). Con mayor razón conoce la alegría y felicidad
espiritual cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como
bien supremo e inmutable»6.
Y continúa diciendo Pablo VI: «La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar
las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría.
Porque la alegría tiene otro origen: es espiritual. El dinero, el “confort”, la
higiene, la seguridad material, no faltan con frecuencia; sin embargo, el
tedio, la aflicción, la tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de
muchos»7.
El
cristiano entiende perfectamente estas ideas expresadas por el Romano
Pontífice. Y sabe que la alegría surge de un corazón que se siente amado por
Dios y que a su vez ama con locura al Señor. Un corazón que se esfuerza además
para que ese amor a Dios se traduzca en obras, porque sabe –con el
refrán castellano– que «obras son amores y no buenas razones». Un corazón que
está en unión y en paz con Dios, pues, aunque se sabe pecador, acude a la
fuente del perdón: Cristo en el sacramento de la Penitencia.
Al
ofrecerte, Señor, en la celebración gozosa del domingo, los dones que nos traen
la salvación, te rogamos nos ayudes...8.
Los sufrimientos y las tribulaciones acompañan a todo hombre en la tierra, pero
el sufrimiento, por sí solo, no transforma ni purifica; incluso puede ser causa
de rebeldía y de desamor. Algunos cristianos se separan del Maestro cuando
llegan hasta la Cruz, porque ellos esperan la felicidad puramente humana, libre
de dolor y acompañada de bienes naturales.
El
Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, a las tribulaciones, y nos
unamos a Él, que nos espera en la Cruz. Nuestra alma quedará más purificada,
nuestro amor más firme. Entonces comprenderemos que la alegría está muy cerca
de la Cruz. Es más, que nunca seremos felices si no nos unimos a Cristo en la
Cruz, y que nunca sabremos amar si a la vez no amamos el sacrificio. Esas
tribulaciones, que con la sola razón parecen injustas y sin sentido, son
necesarias para nuestra santidad personal y para la salvación de muchas almas.
En el misterio de la corredención, nuestro dolor, unido a los sufrimientos de
Cristo, adquiere un valor incomparable para toda la Iglesia y para la humanidad
entera. El Señor nos hace ver, si acudimos a Él con humildad, que todo –incluso
aquello que tiene menos explicación humana– concurre para el bien de los que
aman a Dios9. El dolor, cuando se le da su sentido, cuando sirve para amar
más, produce una íntima paz y una profunda alegría. Por eso, el Señor en muchas
ocasiones bendice con la Cruz.
Así
hemos de recorrer «el camino de la entrega: la Cruz a cuestas, con una sonrisa
en tus labios, con una luz en tu alma»10.
III. El
cristiano se da a Dios y a los demás, se mortifica y se exige, soporta las
contrariedades... y todo eso lo hace con alegría, porque entiende que esas
cosas pierden mucho de su valor si las hace a regañadientes: Dios ama
al que da con alegría11.
No nos tiene que sorprender que la mortificación y la Penitencia nos cuesten;
lo importante es que sepamos encaminarnos hacia ellas con decisión, con
la alegría de agradar a Dios, que nos ve.
«“¿Contento?”
—Me dejó pensativo la pregunta.
»—No
se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente –en
el corazón y en la voluntad– al saberse hijo de Dios»12.
Quien se siente hijo de Dios, es lógico que experimente ese gozo interior.
La
experiencia que nos transmiten los santos es unánime en este sentido. Bastaría
recordar la confidencia que hace el apóstol San Pablo a los de Corinto: ...
estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones13.
Y conviene recordar que la vida de San Pablo no fue fácil ni cómoda: Cinco
veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado
con varas; una vez fui lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé
náufrago en alta mar; en mis frecuentes viajes sufrí peligros de ríos, peligros
de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en
ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos
hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, en
frecuentes ayunos, con frío y desnudez14.
Pues bien, con todo lo que acaba de enumerar, San Pablo es veraz cuando nos
dice: estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras
tribulaciones.
Tenemos
cerca la Semana Santa y la Pascua, y por tanto el perdón, la misericordia, la
compasión divina, la sobreabundancia de la gracia. Unas jornadas más, y el
misterio de nuestra salud quedará consumado. Si alguna vez hemos tenido miedo a
la penitencia, a la expiación, llenémonos de valor, pensando en que el tiempo
es breve y el premio grande, sin proporción con la pequeñez de nuestro
esfuerzo. Sigamos con alegría a Jesús, hasta Jerusalén, hasta el Calvario,
hasta la Cruz. Además, «¿no es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la
Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la
Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los
sufrimientos físicos o morales?»15.
1 Is 66,
10-11. —
2 Juan
Pablo II, Alocución, 1-III-1980. —
3 Misal
Romano, Ordenación General, n. 308. —
4 Caeremoniale
Episcoporum, 1984, n. 48. —
5 Flp 4,
4. —
6 Pablo VI,
Exhor. Apos. Guadete in Domino, 9-V-1975, I. —
7 Ibídem.
—
8 Oración
sobre las ofrendas, Dom. IV de Cuaresma. —
9 Cfr. Rom 8,
28. —
10 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, II, 3. —
11 2
Cor 9, 7. —
12 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 61. —
13 2
Cor 7, 4. —
14 2
Cor 11, 24-27. —
15 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, II.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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