Francisco Fernández-Carvajal 17 de marzo de 2022
@hablarcondios
— El
desprendimiento de las cosas nos da la necesaria libertad para seguir a Cristo.
Los bienes son solo medios.
—
Desasimiento y generosidad. Algunos ejemplos.
— Desprendimiento
de lo superfluo y de lo necesario, de la salud, de los dones que Dios nos ha
dado, de lo que tenemos y usamos...
I. En
este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos hace muchas llamadas para que nos
soltemos de las cosas de esta tierra, y llenar así de Dios nuestro corazón. En
la Primera lectura de la Misa de hoy nos dice el profeta Jeremías: Bendito
quien confía en el Señor, y pone en Él su confianza: Será un árbol plantado
junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no
lo sentirá, su hoja estará verde; en el año de sequía no se inquieta, no deja
de dar fruto1.
El Señor cuida del alma que tiene puesto en Él su corazón.
Quien pone su confianza en las cosas de la tierra, apartando su corazón del Señor, está condenado a la esterilidad y a la ineficacia para aquello que realmente importa: será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará en la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita2.
El
Señor desea que nos ocupemos de las cosas de la tierra, y las amemos
correctamente: Poseed y dominad la tierra3.
Pero una persona que ame «desordenadamente» las cosas de la tierra no deja
lugar en su alma para el amor a Dios. Son incompatibles el «apegamiento» a los
bienes y querer al Señor: no podéis servir a Dios y a las riquezas4.
Las cosas pueden convertirse en una atadura que impida alcanzar a Dios. Y si no
llegamos hasta Él, ¿para qué sirve nuestra vida? «Para llegar a Dios, Cristo es
el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el
corazón libre, desasido de las cosas de la tierra»5.
Él nos dio ejemplo: pasó por los bienes de esta tierra con perfecto señorío y
con la más plena libertad. Siendo rico, por nosotros se hizo pobre6.
Para seguirle, nos dejó a todos una condición indispensable: cualquiera
de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo7.
Esta condición es también imprescindible para quienes le quieran seguir en
medio del mundo. Este no renunciar a los bienes llenó de tristeza al joven
rico, que tenía muchas posesiones8 y
estaba muy apegado a ellas. ¡Cuánto perdió aquel día este
hombre joven que tenía «cuatro cosas», que pronto se le escaparían de las
manos!
Los
bienes materiales son buenos, porque son de Dios. Son medios que Dios ha puesto
a disposición del hombre desde su creación, para su desarrollo en la sociedad
con los demás. Somos administradores de esos bienes durante un tiempo, por un
plazo corto. Todo nos debe servir para amar a Dios –Creador y Padre– y a los
demás. Si nos apegamos a las cosas que tenemos y no hacemos actos de
desprendimiento efectivo, si los bienes no sirven para hacer el bien, si nos
separan del Señor, entonces no son bienes, se convierten en males. Se excluye
del reino de los cielos quien pone las riquezas como centro de su vida;
idolatría llama San Pablo a la avaricia9.
Un ídolo ocupa entonces el lugar que solo Dios debe ocupar.
Se
excluye de una verdadera vida interior, de un trato de amor con el Señor, aquel
que no rompe las amarras, aunque sean finas, que atan de modo desordenado a las
cosas, a las personas, a uno mismo. «Porque poco se me da –dice San Juan de la
Cruz– que un ave esté asida a un hilo delgado en vez de a uno grueso, porque,
aunque sea delgado, tan asida estará a él como al grueso, en tanto que no le
quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero,
por fácil que es, si no lo rompe, no volará»10.
El
desprendimiento aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a
todas las cosas nobles de este mundo.
II. El
Evangelio de la Misa nos presenta a uno que hacía mal uso de los bienes. Había
un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba
espléndidos banquetes. En cambio, un pobre llamado Lázaro yacía sentado a su
puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del
rico11.
Este
hombre rico tiene un marcado sentido de la vida, una manera de vivir: «Se
banqueteaba». Vive para sí, como si Dios no existiera, como si no lo
necesitara. Vive a sus anchas, en la abundancia. No dice la parábola que esté
contra Dios ni contra el pobre: únicamente está ciego para ver a Dios y a uno
que le necesita. Vive constantemente para sí mismo. Quiere encontrar la
felicidad en el egoísmo, no en la generosidad. Y el egoísmo ciega, y degrada a
la persona.
¿Su
pecado? No tuvo en cuenta a Lázaro, no lo vio. No utilizó los bienes según el
querer de Dios. «Porque la pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino la
humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el gran descanso, sino
su egoísmo e infidelidad»12,
dice con gran profundidad San Gregorio Magno.
El
egoísmo y el aburguesamiento impiden ver las necesidades ajenas. Entonces, se
trata a las personas como cosas (es grave ver a las personas como cosas, que se
toman o se dejan según interese), como cosas sin valor. Todos tenemos mucho que
dar: afecto, comprensión, cordialidad y aliento, trabajo bien hecho y acabado,
limosna a gente necesitada o a obras buenas, la sonrisa cotidiana, un buen
consejo, ayudar a nuestros amigos para que se acerquen a los sacramentos...
Con el
ejercicio que hagamos de la riqueza –mucha o poca– que Dios ha depositado en
nosotros nos ganamos la vida eterna. Este es tiempo de merecer. Siendo
generosos, tratando a los demás como a hijos de Dios, somos felices aquí en la
tierra y más tarde en la otra vida. La caridad, en sus muchas formas, es
siempre realización del reino de Dios, y el único bagaje que sobrenadará en
este mundo que pasa.
Este
desasimiento ha de ser efectivo, con resultados bien determinados
que no se consiguen sin sacrificio, y también natural y discreto,
como corresponde a los cristianos que viven en medio del mundo y que han de
usar los bienes como instrumentos de trabajo o en tareas apostólicas. Se trata
de un desprendimiento positivo, porque resultan ridículamente
pequeñas, e insuficientes, todas las cosas de la tierra en comparación del bien
inmenso e infinito que pretendemos alcanzar; es también interno,
que afecta a los deseos; actual, porque requiere examinar con
frecuencia en qué tenemos puesto el corazón y tomar determinaciones concretas
que aseguren la libertad interior; alegre, porque tenemos los ojos
puestos en Cristo, bien incomparable, y porque no es una mera privación, sino
riqueza espiritual, dominio de las cosas y plenitud.
III. El
desprendimiento nace del amor a Cristo y, a la vez, hace
posible que crezca y viva este amor. Dios no habita en un alma llena
de baratijas. Por eso es necesaria una firme labor de vigilancia y de limpieza
interior. Este tiempo de Cuaresma es muy oportuno para examinar nuestra actitud
ante las cosas y ante nosotros mismos: ¿tengo cosas innecesarias o superfluas?,
¿llevo una cuenta o control de los gastos que hago para saber en qué invierto
el dinero?, ¿evito todo lo que significa lujo o mero capricho, aunque no lo sea
para otro?, ¿practico habitualmente la limosna a personas necesitadas o a obras
apostólicas con generosidad, sin cicaterías?, ¿contribuyo al sostenimiento de
estas obras y al culto de la Iglesia con una aportación proporcionada a mis
ingresos y gastos?, ¿estoy apegado a las cosas o instrumentos que he de
utilizar en mi trabajo?, ¿me quejo cuando no dispongo de lo necesario?, ¿llevo
una vida sobria, propia de una persona que quiere ser santa?, ¿hago gastos
inútiles por precipitación o por no prevenir?
El
desprendimiento necesario para seguir de cerca al Señor incluye, además de los
bienes materiales, el desprendimiento de nosotros mismos: de la
salud, de lo que piensan los demás de nosotros, de las ambiciones nobles, de
los triunfos y éxitos profesionales.
«Me
refiero también (...) a esas ilusiones limpias, con las que buscamos
exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad
a esta norma clara y precisa: Señor, quiero esto o aquello solo si a Ti te
agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe
mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso
que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que
acaba en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa»13.
¿Estamos desprendidos así de los frutos de nuestra labor?
Los
cristianos deben poseer las cosas como si nada poseyesen14.
Dice San Gregorio Magno que «posee, pero como si nada poseyera, el que reúne
todo lo necesario para su uso, pero prevé cautamente que presto lo ha de dejar.
Usa de este mundo como si no usara, el que dispone de lo necesario para vivir,
pero no dejando que domine a su corazón, para que todo ello sirva, y nunca
desvíe, la buena marcha del alma, que tiende a cosas más altas»15.
Desprendimiento
de la salud corporal. «Consideraba lo mucho que importa no mirar nuestra flaca
disposición cuando entendemos se sirve al Señor (...). ¿Para qué es la vida y
la salud, sino para perderla por tan gran Rey y Señor? Creedme, hermanas, que
jamás os irá mal en ir por aquí»16.
Nuestros
corazones para Dios, porque para Él han sido hechos, y solo en Él colmarán sus
ansias de felicidad y de infinito. «Jesús no se satisface “compartiendo”: lo
quiere todo»17. Todos los demás amores limpios y nobles, que constituyen
nuestra vida aquí en la tierra, cada uno según la específica vocación recibida,
se ordenan y se alimentan en este gran Amor: Jesucristo Señor Nuestro.
«Señor,
tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti
nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu»18.
Nuestra
Madre Santa María nos ayudará a limpiar y ordenar los afectos de nuestro
corazón para que solo su Hijo reine en él. Ahora y por toda la eternidad.
Corazón dulcísimo de María, guarda nuestro corazón y prepárale un camino
seguro.
1 Jer 17,
7-8. —
2 Jer 17,
6. —
3 Cfr. Gen 1,
28. —
4 Mt 6,
24. —
5 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, X. —
6 Cfr.
2 Cor 8, 9. —
7 Lc 14,
33. —
8 Mc 10,
22. —
9 Col 3,
5. —
10 San
Juan de la Cruz, Llama de amor viva, 11, 4. —
11 Lc 16
19-21. —
12 San
Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas,
40, 2. —
13 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 114. —
14 1
Cor 7, 30. —
15 San
Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 36. —
16 Santa
Teresa, Fundaciones, 28, 18. —
17 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 155. —
18 Oración
colecta de la Misa del día.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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