Opus Dei 19 de marzo de 2022
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Comentario
del 3.º domingo de Cuaresma (Ciclo C). "Señor, déjala también este año
hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya
la cortarás»". Esta cuaresma puede ser ese “año más” que nos conceda el
Señor para llevar a cabo la conversión del corazón que quiere para cada uno.
Evangelio
(Lc 13,1-9)
Estaban
presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre
mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y en respuesta les dijo:
—
¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los galileos, porque
padecieron tales cosas? No, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos
pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de
Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que
vivían en Jerusalén? No, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos
pereceréis igualmente.
Les
decía esta parábola:
— Un
hombre tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar en ella fruto y no
lo encontró. Entonces le dijo al viñador: «Mira, hace tres años que vengo a
buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar
terreno en balde?» Pero él le respondió: «Señor, déjala también este año hasta
que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la
cortarás».
Comentario
Como
suele suceder en las conversaciones familiares o de un grupo de amigos, también
Jesús y sus discípulos comentaban las noticias de actualidad. En este pasaje
del evangelio se mencionan dos sucesos que habían conmocionado a todos los
habitantes de Jerusalén: la represión indiscriminada por las tropas de Pilatos
de un conato de revuelta, que terminó con la muerte brutal de unos galileos que
habían ido al templo para ofrecer sus sacrificios al Señor, y la terrible
desgracia que supuso el desplome repentino de una torre en la zona de Siloé,
que dejó a dieciocho personas sepultadas bajo los cascotes (Lc 13,1-5). Por las
calles no faltarían interpretaciones de todo tipo, máxime cuando una creencia
popular muy arraigada consideraba que, si alguien padecía algún mal, debería
ser porque habría hecho algo malo, y por eso Dios lo castigaba.
Jesús
da por supuesto que esa apreciación es equivocada, y que no tiene sentido
buscar culpas en las víctimas de tales desgracias. En cambio, esos sucesos
luctuosos invitan a reflexionar. La vida humana es frágil y, aunque se goce de
buena salud, la muerte se puede presentar cuando menos se la espera. Los que
nunca se cuestionan si hacen lo correcto cara a Dios, ni se plantean que
necesiten cambiar nada, pueden verse sorprendidos y sin tiempo a reaccionar. La
eventual aparición de brotes inesperados de violencia, accidentes o catástrofes
naturales, constituye un toque de realidad que despierta del atolondramiento de
vivir como si Dios no existiera, y mueve a la conversión para recomponer la
propia existencia. Quienes, con un corazón contrito, ponen los medios para
vencer el pecado, están desactivando la más grave consecuencia del mal, la
muerte eterna, a la vez que construyen un mundo mejor. Esta es la única actitud
sabia y responsable para prevenir las mayores desgracias.
Es
probable que, en los comentarios populares acerca de esos sucesos, junto al
pensar que “algo malo habrán hecho” las víctimas, algunos respirasen con alivio
al verse salvos considerando que “yo todo lo hago bien”. Desgraciadamente esa
reacción, muy humana, sigue siendo actual. ¡Cuántas veces, personajes famosos
de la canción, el cine o la política, tras quejarse de lo mal que está el mundo
y los problemas que aquejan la sociedad, manifiestan al ser entrevistados que
“yo no tengo nada de lo que arrepentirme”!
Las
palabras del Maestro hacen pensar. Jesús llama a cambiar el corazón, a
plantearnos un giro radical en el camino de nuestra vida, abandonando la
complicidad con el mal y las excusas hipócritas, para seguir con decisión el
camino del Evangelio. Su enseñanza no es solo para quienes están lejos de Dios,
con la esperanza de que reaccionen, sino también, y sobre todo, para quienes
están tranquilos pensado: “yo soy bueno, creyente, incluso bastante practicante”.
La parábola de la higuera estéril se dirige a todos los que se sienten cómodos
en el campo del Señor, pero no dan fruto (Lc 13,6-9). Si el Señor nos llamara
ahora a su presencia, podríamos preguntarnos, ¿iríamos alegres, con las manos
llenas de frutos que ofrecerle? ¿estamos colmados de obras hechas por amor, o
nuestro egoísmo y falta de generosidad impide que le demos todo lo que espera?
Aunque
nuestra correspondencia sea escasa, Dios tiene una gran paciencia, pero esa
esterilidad no debe prolongarse. El viñador de la parábola pide una prórroga de
un año antes de arrancar la higuera, para darle una última oportunidad. Esta
cuaresma puede ser ese “año más” que nos conceda el Señor para llevar a cabo el
cambio que aguarda. Como dice el Papa Francisco, “nunca es demasiado tarde para
convertirse, ¡nunca! Hasta el último momento: la paciencia de Dios nos espera.
(…) Nunca es tarde para convertirnos, pero es urgente, ¡es ahora! Comencemos
hoy”[1].
[1] Francisco, Ángelus
28.II.2016
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2022-03-20/
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