ALFREDO TORO HARDY 25 de marzo de 2022
En sucesivas cumbres durante la Segunda Guerra Mundial o recién finalizada ésta, en Teherán, Yalta y Potsdam, Estados Unidos y la Unión Soviética acordaron hacerse responsables de la reconstrucción de las naciones bajo su control y de permitir elecciones libres en éstas. Stalin, sin embargo, hizo caso omiso de lo acordado. Dejando de lado las elecciones libres en los países de Europa Central y del Este bajo su control, procedió a instalar en ellos a regímenes comunistas satélites. En un famoso discurso de 1946 en Fulton, Missouri, el ex Primer Ministro británico Winston Churchill denunció que una “Cortina de Hierro” había caído sobre Europa y que Stalin buscaba la expansión de su modelo por el mundo. Pocos meses antes, por vía de su Encargado de Negocios en Moscú, Estados Unidos había conceptualizado la doctrina de la contención al expansionismo soviético. Este proceso de acción y reacción puso en marcha la llamada Guerra Fría, la cual sólo llegaría a su fin con la implosión de la Unión Soviética en 1991.
Mientras el epicentro de la Guerra Fría estuvo en Europa, la posibilidad de que se desembocara en una Tercera Guerra Mundial estuvo siempre latente. De hecho, en 1948 Stalin ordenó el bloqueo de Berlín. Esta ciudad, si bien se encontraba bajo el control de las cuatro potencias aliadas victoriosas, estaba enclavada en la Alemania del Este comunista. La tensiones derivadas de dicho bloqueo estuvieron a punto de desencadenar una guerra entre Moscú y las otras tres potencias ocupantes. De haberse producido ésta, escalándose hacia lo nuclear, sólo Estados Unidos hubiese podido utilizar la bomba atómica pues fue sólo en 1949 que los soviéticos detonaron su primera bomba de este tipo. A partir de esta última fecha, sin embargo, se mezclaron dos elementos altamente peligrosos: la presencia de una tensa Guerra Fría en territorio europeo, zona vital para ambas partes, y la posesión del arma atómica por éstas.
A comienzos de los cincuenta, no obstante, Stalin comprendió que ya no eran posibles nuevas ganancias territoriales en Europa. Ello mudo el escenario de confrontación de la Guerra Fría hacia los predios de lo que comenzaría a conocerse como el Tercer Mundo. Este cambio de terreno de las tensiones geopolíticas entre las superpotencias, resultó fundamental para evitar una confrontación directa entre ellas. En lugar de mantener su forcejeo en un área vital para ambas, pasaron a sostenerlo en zonas periféricas del planeta. En lo sucesivo, su rivalidad se desarrollaría en lugares de importancia geopolítica secundaria y la mayor parte de las veces por vía interpuesta. Para Europa, ello se tradujo en el más largo período de estabilidad y paz de su historia.
Sólo en una oportunidad el epicentro de la Guerra Fría regresó a Europa. Nuevamente Berlín fue el punto de fricción. El uso de esa ciudad como vía de escape hacia Occidente por parte de dos millones de alemanes del Este elevó las tensiones entre las superpotencias al rojo vivo. Todo se resolvió, sin embargo, con la construcción por parte de los soviéticos de un emblemático muro en 1961. Este corto la conexión entre las zonas comunistas y no comunistas de la ciudad. Como bien dijo el Presidente Kennedy en esa ocasión, un muro resultaba preferible a una guerra nuclear. Dos años más tarde, no obstante, ambas partes volvieron a encontrarse frente a frente en un escenario geopolítico esencial para una de ellas: Cuba. Aunque alejado del epicentro de confrontación vital, Europa, la instalación de misiles soviéticos a setenta millas de territorio estadounidense resultó inaceptable para Washington. Nunca antes y nunca después el mundo estuvo tan cerca de una confrontación nuclear. En lo sucesivo, soviéticos y estadounidenses desarrollarían una serie de protocolos para des-escalar tensiones. Ello vendría acompañado por una doctrina compartida en materia nuclear: La Destrucción Recíproca Asegurada. Es decir, la noción de que no era posible luchar y ganar una guerra atómica.
Cuando el mundo creía que la posibilidad de una guerra nuclear entre superpotencias era ya cosa del pasado, esta reemerge en las peores de las circunstancias. Todos los elementos convergen para hacer de ésta una opción particularmente amenazante. En primer lugar, el escenario de forcejeo geoestratégico resulta vital para ambas partes: Europa. Más aún, Ucrania es colindante con las fronteras de Rusia y de la OTAN. En segundo lugar, a diferencia de los tiempos de la Unión Soviética, el sistema de mando en Moscú es autocrático y no colectivo (mientras antes hacía falta poner de acuerdo al Comité Central del partido para dar el salto hacia lo nuclear, hoy Putin no encuentra contrapeso). En tercer lugar, la doctrina de la Destrucción Recíproca Asegurada ha sido abandonada. De hecho, Rusia pareciera sostener la noción de que un intercambio nuclear es una estrategia militarmente viable. En cuarto lugar, no existen ya protocolos que guíen la acción de las partes, facilitando el manejo de las tensiones.
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