Paulina Gamus 27 de marzo de 2022
“Quien al poder se acoja de un malvado será, en vez de
feliz, un desdichado”.
Félix María Samaniego
La milenaria discriminación contra la mujer y los maltratos que aún sufre en muchas sociedades, han llevado a los movimientos feministas y a no pocos hombres a afirmar que las mujeres son buenas en esencia, que la feminidad es sinónimo de sensibilidad social, que el hecho de ser madres las transforma automáticamente en ángeles y por consiguiente que toda mujer, en el ejercicio de cargos públicos, es confiable y honesta. Nada más alejado de la verdad. Y no porque quien firma esta nota no sea feminista, lo soy, pero mi concepción del feminismo se limita a exigir que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres. Las mismas oportunidades para demostrar si son inteligentes o escasas, aptas o ineptas, honestas o corruptas.
Lamento
que mi mente no cuente con una nube como mi computadora, para archivar todo lo
que deseo recordar ad aeternum. Por ejemplo, no me perdono haber olvidado el
nombre de la estupenda actriz argentina, ya fallecida, que representaba en
Caracas un excelente monólogo con el título que he utilizado para encabezar
esta nota. No hay que remontarse a las crueldades de Cleopatra, de Lucrecia
Borgia y otras de su estilo para convencerse de cuán perversas podemos ser las
mujeres. La revolución cultural china, que causó millones de muertos, campos de
concentración y una brutal destrucción, fue encabezada por Jiang Qing, la viuda
de Mao Tse Dong. Elena Ceausescu, la esposa del dictador rumano, fue ejecutada
por un pueblo que la odiaba tanto como a su brutal marido.
Pero
no hay que viajar tan lejos, aquí tuvimos una secretaria privada y luego
primera dama, que ejerció su ilimitado poder de manera arbitraria y vengativa.
Y luego llegó Hugo Chávez que demostró cuánto confiaba en las capacidades
femeninas. En su primer gabinete designó a nueve mujeres y una procuradora
general que resulto ser Cilia Flores. De las ministras hay dos que hasta el día
de hoy son comodines, saben de todo y las colocan en cualquier cargo: la
almiranta Carmen Meléndez y la Ingeniera Jacqueline Faría. Una que fue de
Sanidad , después de arruinar el sistema de salud, se autoexilió para vivir del
producto de la ruina que causó. A la del Trabajo, María Cristina Iglesias, le tocó
la tarea de despedir, sin que se le soltara una lágrima, a más de veinte mil
trabajadores de Petróleos de Venezuela.
En la
Judicatura las cosas no marcharon mejor: una abogada yaracuyana despedida del
Instituto Agrario Nacional e investigada por la Comisión de Política Interior
de Diputados por presuntos manejos dolosos, fue designada Presidenta del
Tribunal Supremo de Justicia entre 2007 y 2013. En 2015, un sobrino suyo con
cargo de Fiscal del Ministerio Público, fue detenido con 8 kilos de cocaína y 25
mil dólares en efectivo. Nunca en otro tiempo y lugar -que sepamos- los
sobrinos han resultado tan problemáticos.
Y así
llegamos a un personaje imprescindible al hacer la historia del hundimiento de
la democracia en Venezuela: Tibisay Lucena, sociólogo y violoncellista, pero
sobre todo sumisa funcionaria rendida ante el poder desde su anterior cargo de
Presidenta del Consejo Nacional Electoral hasta el actual de ministra de
Educación Superior. Por cierto, su actuación en este último había sido más que
gris, anónima, hasta su desdichada declaración del 15 de marzo último -en
defensa de Vladimir Putin- que publicaron la revista Semana y otros medios y
que resumimos así: “También vimos videos de muertos fumando y mujeres
embarazadas salvándose de un supuesto bombardeo para ir a modelar para una
famosa marca. Todas esas cosas las vimos para la formación de esta fake news”.
El
recordado Kofi Annan dijo: “En sociedades destrozadas por la guerra,
frecuentemente son las mujeres las que mantienen a la sociedad en marcha.
Usualmente son las principales defensoras de la paz”. Díganme ustedes si el
señor Annan hubiese leído las declaraciones de la señora Lucena que se ciega,
por su prosternación ante el poder, para no ver el aterrador video de rusos
disparando cohetes termobáricos que derriten órganos humanos.
Para
ignorar la total destrucción de la ciudad de Mariupol, reducida a polvo como
dice El País, de Madrid. Para hacerse la vista gorda ante los
millones de civiles, entre ellos miles de niños que han debido huir del horror
de los ataques rusos. Para omitir que el mundo entero salvo unas cuantas y
lamentables dictaduras, condena la agresión del nuevo Hitler, Vladimir Putin. Y
por último, para saltarse a la torera que esa víctima de las “fake news”, el
pobre Putin, nos ha amenazado a todos, incluida la señora Lucena y a los
gobernantes a quienes obedece, con desaparecernos vía armas nucleares.
Feministas
de Venezuela y sus alrededores, no olviden el nombre de esa funcionaria cuyo
norte en la vida es la solidaridad de género.
Paulina
Gamus
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